Entrevista a Paolo Violini, nuevo Responsable del Laboratorio de Restauración de Pinturas y Materiales Lignarios de los Museos Vaticanos
Para nuevos siglos de esplendor
La restauración de la Logia de Rafael, el inicio de un programa preliminar de estudio de la Sala de los Claroscuros y, en el ámbito del siglo XVII, un ambicioso proyecto para devolver a su magnificencia original la Escalera Regia, majestuoso acceso a los Palacios Apostólicos concebido por Gian Lorenzo Bernini.
Son algunas de las iniciativas que anuncia, en esta conversación con www.vaticanstate.va , Paolo Violini, quien desde el 1 de agosto dirige el laboratorio de restauración más antiguo del territorio italiano: el de Pinturas y Materiales Lignarios de los Museos Vaticanos.
¿Podría relatarnos su trayectoria profesional hasta asumir esta nueva responsabilidad?
Me diplomé como restaurador de pinturas en el IIAAR de Roma en 1984, bajo la dirección académica de Gianluigi Colalucci, entonces Jefe Restaurador del Laboratorio de Pinturas de los Museos Vaticanos. Paralelamente cursaba arquitectura en la Universidad La Sapienza de Roma, sin tener aún definida la senda profesional que habría de seguir. Tras obtener el diploma, comencé a trabajar por cuenta propia junto a un grupo de colegas, descubriendo que la restauración me apasionaba cada vez más y que podía convertirse en mi futuro definitivo.
A finales de 1988, un viernes, recibí una llamada de Colalucci interesándose por mi disponibilidad para un puesto en el Laboratorio Vaticano. Fue una propuesta inesperada; pedí el fin de semana para reflexionar… Mi actividad independiente iba bien y me proporcionaba grandes satisfacciones. El lunes siguiente presenté mi currículo al doctor Fabrizio Mancinelli, entonces Director del Departamento de Arte Bizantino, Medieval y Moderno, y el 1 de diciembre comencé a prestar servicio en los Museos. Mi decisión estaba tomada.
Pocos años después, tras diversas intervenciones tanto en laboratorio como en andamios, a inicios de los años noventa Colalucci me incorporó al monumental proyecto de restauración de la bóveda de la Capilla Sixtina. El encuentro cercano con Miguel Ángel —que emergía, casi milagrosamente, de las sombras bajo las manos de los restauradores— fue una experiencia conmovedora. Al concluir la intervención en el Juicio Final, que incluyó asimismo la escena contigua del Viaje de Moisés de Perugino, inicié mi dedicación a los frescos de las Estancias de Rafael. Entre 1995 y 2012 dirigí personalmente la restauración de la Stanza della Segnatura y de la Stanza di Eliodoro, con un reducido pero selecto equipo de colaboradores.
Tuve la fortuna de comenzar por La Escuela de Atenas, primer fresco concluido por Rafael en el Vaticano, y de continuar siguiendo el orden cronológico de ejecución, lo que me permitió descubrir y comprender en profundidad, obra tras obra, la asombrosa evolución técnica y estilística del pintor en sus años vaticanos. En La liberación de San Pedro, Rafael alcanza a recrear la humedad de un nocturno que se despereza hacia el alba mediante un recurso técnico —una veladura de agua de cal— que ya había comenzado a experimentar en frescos anteriores. Un artista complejo, de espíritu abierto al diálogo y a la colaboración, que vivió un crecimiento continuo, en contraposición a Miguel Ángel, más autorreferencial y fiel a sí mismo.
Junto a las Estancias, he trabajado en otras obras maestras de Rafael: la Madonna de Foligno, el Pala Oddi con su predela en la Pinacoteca Vaticana, y el San Pedro conservado en el apartamento pontificio. Asimismo, dirigí para los Museos Vaticanos la restauración de los frescos sixtinos del Santuario de la Escalera Santa, un empeño de siete años (2013-2020) sobre unos dos mil metros cuadrados de pintura mural ejecutada a finales del siglo XVI bajo Sixto V, concluido en plena pandemia con un equipo de restauradores expresamente contratado por la Dirección de los Museos.
¿Cuál fue su primera reacción al recibir el nombramiento?
Una mezcla de emoción y de respeto por la magnitud de la tarea, sensaciones que solo con el tiempo dieron paso a la satisfacción de saber que estaba llamado a coordinar un laboratorio encargado de custodiar y preservar un patrimonio artístico de valor incalculable para la humanidad.
¿Qué le condujo al mundo de la restauración, en particular de pinturas y materiales lignarios?
La orientación que me dieron algunos compañeros de bachillerato y sus familias. Cursé estudios en el Liceo Científico Cavour, cerca del Coliseo, no lejos de la entonces sede del Istituto Centrale per il Restauro en San Pietro in Vincoli. Por aquel entonces, mi conocimiento del arte era meramente escolar y nada sabía del arte de la restauración; sin embargo, poseía desde siempre una notable inclinación para el dibujo preciso, la copia fiel del natural y la reproducción exacta. Algunos compañeros, conscientes de esa capacidad —que no dudaban en aprovechar—, me aconsejaron con insistencia seguir este camino, entonces para mí desconocido.
Aunque no estaba plenamente convencido, comencé también la carrera de arquitectura, formación que se reveló valiosísima para comprender los múltiples aspectos de conservación e interpretación de la pintura mural, hoy denominada superficie decorada de la arquitectura.
¿Qué valores o principios considera esenciales en la restauración?
Junto al principio irrenunciable de la conservación material de la obra, considero igualmente esencial restituir, en la medida de lo posible, su valor inmaterial: el significado, el mensaje intrínseco que el artista quiso transmitir.
Un buen restauro —permítaseme conservar aquí el italianismo por la carga conceptual que encierra— debe esforzarse también por esta restitución, tan compleja como delicada, que exige un diálogo constante con los historiadores del arte, capaces de reconstruir el contexto histórico y cultural en el que la obra fue concebida.
En el marco de los Museos Vaticanos, y más ampliamente en el patrimonio de la Santa Sede, esta recuperación del valor inmaterial adquiere un sentido aún más decisivo, tratándose de creaciones realizadas con una finalidad precisa: la catequesis y la difusión del mensaje de fe. Esta conciencia, siempre presente en mis predecesores, ha hecho que nuestro laboratorio —fundado en 1923, el más antiguo de Italia— haya desarrollado desde sus orígenes criterios y técnicas orientados a preservar la unidad figurativa de las obras y la integridad de la imagen.
¿Alguna experiencia que haya sido particularmente formativa?
Cuando uno alcanza mi edad y ha ejercido siempre la misma profesión, se percata de que todo el recorrido —desde la formación académica hasta los proyectos realizados, pasando por el contacto cotidiano con los grandes maestros y la gestión de intervenciones complejas— contribuye a forjar una experiencia lo más amplia y versátil posible.
¿Qué papel ocupa la multidisciplinariedad en el laboratorio?
Se habla mucho hoy de multidisciplinariedad y de trabajo en red; la verdadera dificultad es aplicarlos. En nuestro oficio, sin embargo, resultan imprescindibles. Además de la estrecha colaboración con los historiadores del arte, trabajamos mano a mano con los especialistas en diagnóstico. Los Museos Vaticanos cuentan con un Gabinete de Investigaciones Científicas propio, de antiquísima tradición, que nos asiste en todos los aspectos técnicos y nos permite actuar conforme a protocolos rigurosos, con estudios previos a cada intervención y verificaciones constantes durante su desarrollo.
¿Algún proyecto o línea de trabajo a largo plazo?
Tenemos por delante varios retos considerables. Entre ellos, la restauración de la Logia de Rafael, intervención compleja y delicadísima que ocupará un quinquenio; la revisión del restauro de la tercera Estancia pintada por Rafael, la del Incendio del Borgo; y un estudio preliminar de la Sala de los Claroscuros, decorada por su escuela. En el ámbito barroco, afrontaremos la restauración integral de la Escalera Regia, obra maestra de Bernini.
¿Cuáles son los principales desafíos que se avecinan para la restauración?
Las consecuencias del cambio climático, ya visibles, inciden también en la conservación del patrimonio artístico, especialmente cuando se suman a un turismo masivo. Monumentos como los nuestros se ven obligados a actualizar instalaciones y optimizar flujos de visitantes para salvaguardar las obras.
¿Cómo están influyendo las nuevas tecnologías?
Es difícil prever el alcance de su impacto, pero es evidente que la evolución tecnológica —vertiginosa— transformará también nuestro ámbito. Sus primeros efectos ya son perceptibles; lo fundamental es que siempre esté guiada por la experiencia humana.
¿Alguna máxima que le acompañe en el trabajo diario?
Deseo trabajar con serenidad, en un espíritu de colaboración fecunda y, por mi parte, con una buena dosis de autoironía.
