15 de agosto: Asunción de la Virgen María al Cielo
"Por lo tanto, después de haber elevado nuevamente a Dios fervientes súplicas e invocado la luz del Espíritu de Verdad, para la gloria de Dios omnipotente, que derramó en la Virgen María su especial benevolencia, en honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para mayor gloria de su augusta Madre y para gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los santos apóstoles Pedro y Pablo y Nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos como dogma revelado por Dios que: la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, al término de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial". Así, Pío XII, con la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus del 1 de noviembre de 1950, definió el dogma de la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma.
Esta proclamación doctrinal por parte del Papa Pacelli fue el punto culminante de un largo camino de fe, de investigación teológica y de piedad que ha atravesado los siglos. Una reflexión que ha interesado también a las Iglesias orientales con los comentarios sobre la Dormición de la Madre de Dios, mientras que en Occidente se dedicaron a la Virgen Asunta numerosas catedrales.
Desde la antigüedad, de hecho, se celebra en Oriente y Occidente una solemne fiesta litúrgica que lleva el nombre tanto de la Dormición como de la Asunción de Santa María.
Así, la fiesta de la Asunción tuvo un lugar honorable desde el principio entre las demás celebraciones marianas, y más tarde fue elevada entre las más solemnes de todo el ciclo litúrgico. La fecha fijada al 15 de agosto se debe a la tradición que existía en Jerusalén, a partir del siglo V, de celebrar y honrar a María, Madre de Dios, precisamente en ese día. A principios del siglo VI, la fiesta del 15 de agosto cambió de nombre y se llamó tanto Asunción como Tránsito y, a partir del siglo VIII, Dormición, tal como es conocida en Oriente.
La Asunción de María al Cielo es signo de esperanza para todos, porque también nuestros cuerpos están destinados a la resurrección y a la gloria en Cristo.