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San Gregorio Magno, Papa y Doctor de la Iglesia

Jacopo Zucchi, Processione di San Gregorio Magno, 1578 - 1582, Musei Vaticani.

Es uno de los primeros cuatro Doctores de la Iglesia en Occidente, quien promovió la evangelización de Inglaterra y dictó las normas del canto sacro que de su nombre ha tomado denominación. Gregorio fue llamado con justicia Magno, pues sus obras y virtudes bien lo atestiguaron. Nacido en una noble y rica familia romana en torno al año 540, tuvo una buena formación cultural. Sus estudios abarcaron el derecho, la Biblia y las obras de los Padres de la Iglesia, en particular San Agustín.

No habiendo cumplido aún treinta años, fue nombrado prefecto de Roma, y su labor despertó la admiración tanto de los ciudadanos como de las autoridades imperiales. Tal fue su buen hacer, que fue llamado el cónsul de Dios. Tras la muerte de su padre, su madre, doña Silvia, tomó hábito de monja, y él transformó el palacio Caeliano en un monasterio, dedicándolo a San Andrés.

La estima que gozaba por su vida austera e irreprochable indujo al papa Pelagio II a enviarle como su legado ante el emperador Tiberio II en la corte de Constantinopla, donde permaneció hasta el año 586. A su retorno a Roma, tras la muerte de Pelagio II, acaecida a causa de la peste, el pueblo y el clero lo aclamaron como sumo pontífice. Una de sus primeras acciones fue convocar una solemne procesión para implorar a Dios el cese de la epidemia que azotaba cruelmente a la población.

San Gregorio se consagró con diligencia a la restauración de los templos y edificaciones sagradas, y fundó diversos monasterios. En la difícil situación política y social en que se hallaba Roma, entre el vacío de poder bizantino y la amenaza de los lombardos, supo Gregorio coordinar y organizar la vida civil en la Urbe. Con sabiduría administró el patrimonio de la Iglesia Romana, el Patrimonium Petri, y confió su gobierno a rectores de probada fe y virtud, a quienes otorgó tanto autoridad espiritual como facultades administrativas. Fue ardiente predicador y dejó tras de sí muchas epístolas y obras de gran provecho, entre ellas las Homilías y los Moralia in Iob (“Reflexiones morales sobre el libro de Job”), que se difundieron con gran rapidez. Ante un mundo en decadencia, que parecía destinado a desvanecerse, propuso una vida cristiana auténtica y fervorosa.

Entre sus escritos se cuenta también el libro de los Diálogos, obra de carácter hagiográfico, cuyo segundo libro está dedicado a San Benito de Nursia. Fue Gregorio el primero en emplear en sus cartas el apelativo Servus servorum Dei (“Siervo de los siervos de Dios”), título que los papas han continuado usando hasta nuestros días. A él se debe asimismo la composición de un Sacramentarium y un Antiphonarium para la liturgia.

Murió en 604, fue enterrado en la basílica de San Pedro e inmediatamente se le consideró santo. Dejó profunda huella tanto en la vida de la Iglesia como en la sociedad de su tiempo, siendo pastor y guía no solo de la ciudad de Roma, sino de toda la cristiandad.

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