Historia de la Filatelia
Cuando se habla de sellos postales, no hay que olvidar que detrás de este papel multicolor hay una larga y aventurada historia, la de Correos.
El erudito Cujacio deriva la palabra “Posta” de “Apostolis”, es decir, de la costumbre de remitir “cartas apostólicas” por parte de la Curia Romana y el Papado. Este término aparece por primera vez en los Capitularios de Carlomagno, y luego en el tercer libro de las leyes de los Longobardos. Es un hecho que la Iglesia siempre ha utilizado mensajeros, llamados "cursores", para comunicarse con todas las partes del mundo, desde los tiempos más remotos. Las abadías y monasterios más importantes tenían su propio servicio postal con mensajeros a caballo, o recurrían a sus propios frailes a pie o a caballo. Los particulares también recurrían a los frailes emisarios para hacer llegar sus misivas. Aunque no hay que olvidar que en aquella época muy pocas personas sabían leer y escribir, y además muy raramente viajaban, por lo que no había verdadera necesidad de escribir. Sólo con el florecimiento del comercio y las artes y la consiguiente aparición de una clase social rica y poderosa, la burguesía, aumentó la necesidad de comunicación a larga distancia. Así nacieron los llamados Correos Universitarios y Correos de Mercaderes.
Algunos embajadores solicitaron al Papa y obtuvieron permiso para recibir la correspondencia diplomática a través de sus propios correos. Esto condujo a la creación de "oficinas nacionales de correos" en Roma. La primera fue establecida por España, con la autorización del Papa Alejandro VI en 1499, seguida después por la de Nápoles y Milán. El Correo de Roma y Florencia fue instituida en 1536 por Pablo III.
En Gran Bretaña, un educador llamado Rowland Hill, para obviar el problema de las tarifas postales muy caras, propuso pagar una tarifa uniforme, calculada en función del peso de la carta, válida para todas las destinaciones, mediante el prepago del franqueo. Para fomentar el pago por adelantado, Hill propuso utilizar “un trozo de papel lo suficientemente grande como para contener un sello y cubierto en el reverso con una cera pegajosa, que con un poco de humedad el remitente podría pegar en el reverso de la carta”. El “sello”, es decir, la impresión postal que indicaba el impuesto pagado, se utilizaba así no sólo para franquear, sino también como sello en lugar de la cera muy utilizada en aquella época. Esta idea aún algo vaga del sello de correos se perfeccionó en los meses siguientes, y el 1 de mayo de 1840 se puso en marcha la reforma postal, que preveía dos soluciones diferentes: una era el llamado entero postal (postal stationery), es decir, sobres y hojas de carta ya franqueados y listos para su uso; la otra era una “etiqueta” engomada, que podía pegarse fácilmente en cualquier carta, periódico o paquete que se enviara por correo. El éxito de la reforma inglesa no tardó en traspasar las fronteras del Reino Unido: la tarifa uniforme al peso y el sello de correos fueron adoptados ya en 1843 por los cantones suizos de Zurich y Ginebra y por Brasil, en 1845 por Basilea, y después, de forma gradual y creciente, por todos los demás países.
En Italia, casi todos los pequeños Estados que entonces compartían la península introdujeron sellos y tarifas postales uniformes entre 1850 y 1852.
El Estado Pontificio los introdujo el 1 de enero de 1852. En los Estados Pontificios, el servicio postal se consideraba de suma importancia y era muy eficaz: dependía del Cardenal Camerario de la Santa Iglesia Romana, que promulgaba las leyes relativas a los servicios mediante edictos especiales y fijaba las tarifas correspondientes. Pío IX, en una época en la que se discutía mucho sobre el poder temporal del Papa, nunca quiso que su efigie apareciera en los sellos, sino sólo el símbolo del poder del papado, es decir, las llaves decusadas coronadas por el triregno. Esta es la razón por la que las series pontificias son quizás un poco monótonas en su diseño, aunque varíe en la composición del marco. La impresión de la primera tirada se realizó en la Tipografía de la Reverenda Cámara Apostólica, utilizando estereotipos unidos en cuatro bloques de 25. La primera serie fue sustituida por otra con valores en céntimos, en 1867, tras la reforma monetaria. Al año siguiente se emitió la tercera serie, similar a la anterior, pero perforada, impresa en papel satinado y coloreada en el anverso y blanca en el reverso.
Sin embargo, quedaba por resolver un gran problema: el tráfico postal con el extranjero. La solución se encontró en 1874 con la creación de la Unión Postal General: en la práctica, un único convenio firmado por 21 países (la práctica totalidad de Europa, Egipto, Turquía y los Estados Unidos de América), que formaban “un solo territorio” en lo que al tráfico postal se refería, lo que permitía establecer normas y tarifas uniformes para todos los países adheridos, cualquiera que fuera la ruta o el medio utilizado. También en este caso el éxito fue inmediato; el número de países que solicitaron adherirse al tratado fue tal que ya en 1878 se decidió adoptar un nuevo nombre más adecuado: Unión Postal Universal. En 1870 estalló también la revolución de las tarjetas postales, el nuevo medio de comunicación que, a cambio de una tarifa reducida, exigía renunciar a la antigua seguridad del secreto epistolar. El siglo XX vio también la introducción de las tarjetas postales ilustradas, que gozaron de un éxito considerable gracias a la difusión de la impresión multicolor.
En virtud del artículo 2 de los Pactos de Letrán de 2 de junio de 1929, Italia reconoció a la Santa Sede "la soberanía en el ámbito internacional, como atributo inherente a su naturaleza, conforme a su tradición y a las exigencias de su misión en el mundo". En consecuencia, se reconocieron los derechos del nuevo Estado en todos los aspectos, incluido el derecho a disponer de sus propios servicios postales. El Estado de la Ciudad del Vaticano fue admitido en la U.P. el 1 de junio de 1929, mientras que el gobierno italiano se comprometía a procurar personal y material para el establecimiento de los servicios.
El 29 de julio de 1929 se concluyó un convenio entre el Estado de la Ciudad del Vaticano y el Estado italiano para la ejecución de los servicios postales, basado en los Acuerdos de Estocolmo del 28 de agosto de 1924, y en la Ley Fundamental del Estado Vaticano y la Ley sobre las Fuentes del Derecho, respectivamente n.1 y n.2 del 7 de junio de 1929, de promulgación pontificia. La activación del servicio postal vaticano fue establecida por la Ordenanza VIII del 30 de julio de 1929 y comenzó el 1 de agosto siguiente.
Todas las emisiones del Vaticano están sancionadas por “Ordenanzas”, publicadas en el Acta Apostolicae Sedis, una especie de "boletín oficial" de la Santa Sede. Tanto las Ordenanzas como las Actas, debidamente franqueadas y selladas 1er día, son también objetos de colección y de particular interés filatélico. Posteriormente, del mismo modo, también se autorizaron emisiones de papelería postal, tanto enteros postales como aerogramas.
La aventura de la carta continúa hoy en la era de la informática y la electrónica. Los escritos permanecen, también para contarnos la maravillosa historia de las comunicaciones humanas a lo largo de casi un milenio: una historia hecha de cartas y tarjetas postales, de sellos y matasellos, de signos gráficos y etiquetas, una historia que cada uno de nosotros puede reelaborar, reconstruir, reinventar o utilizar a su antojo adentrándose en el inmenso, apasionante y multiforme mundo del coleccionismo filatélico. Un mundo sin fronteras de espacio, de tiempo, de ideas.