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En la Basílica de San Pedro, el Cardenal Fernando Vérgez Alzaga preside la Concelebración Eucarística para los empleados vaticanos, en preparación para la Navidad

Como María, todos elegidos por Dios

“Como María, todos somos elegidos por Dios para encarnar su bondad, su ternura, su misericordia. Él necesita de nuestras manos para continuar su obra, y de nuestros labios para

anunciar su mensaje”. Con estas palabras, el Cardenal Fernando Vérgez Alzaga, Presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, destacó el sentido profundo de la

misión cristiana durante la Misa celebrada esta mañana, viernes 20 de diciembre, en el altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro, dedicada a los empleados vaticanos como

preparación para la solemnidad de la Navidad.

Junto al Purpurado concelebraron el Cardenal Mauro Gambetti, Arcipreste de la Basílica Papal de San Pedro, Vicario General de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano y Presidente de la

Fábrica de San Pedro, y Monseñor Orazio Pepe, Secretario de la Fábrica de San Pedro.

 

A continuación, publicamos la homilía del Cardenal Presidente:

 

Eminencia,

Excelencias,

Queridos hermanos en el sacerdocio,

Queridos hermanos y hermanas,

 

Faltan pocos días para la Navidad. Ya estamos celebrando la novena en preparación para esta solemnidad y el próximo domingo será el cuarto de Adviento. Está por concluir este tiempo dedicado a profundizar en el misterio de la Encarnación y a prepararse para acoger la venida de Jesús. Hemos comenzado un nuevo año litúrgico, durante el cual celebraremos todos los misterios de la salvación. El marco de un año es necesario para permitirnos interiorizarlos y vivirlos plenamente. En breve celebraremos el nacimiento de Jesús, momento decisivo para la humanidad, sin el cual no habría sido posible la redención.

Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas que narra el misterio de la Anunciación. Cuando el arcángel Gabriel es enviado a la casa de la joven María en Nazaret, la iniciativa es completamente de Dios, quien actúa en el momento por Él establecido. Cuando María responde que se cumpla en ella según su Palabra, se produce el encuentro entre la voluntad divina de salvar y la colaboración de la criatura que consiente.

En ello se manifiesta la misericordia divina, pues el Señor nunca espera nada a cambio, ya que todo don, por definición, es gratuito. Por otra parte, la humanidad no puede corresponder al don de Dios, pues es inmenso, inconmensurable, está más allá de su alcance. Sin embargo, en María, la respuesta, aunque limitada por su condición de criatura, es perfecta. Ella aporta fecundidad, riqueza y fruto de salvación. Para algunos, en cambio, la respuesta al don de Dios permanece parcial, imperfecta, mientras que en la Virgen la acogida es plena.

María no duda de la Palabra que Dios le dirige a través del arcángel Gabriel, pero, como señalan varios Padres de la Iglesia, se interroga sobre el modo en que se realizará la concepción del Verbo en ella. Aunque no comprende todo lo que el arcángel le revela, se le pide que confíe, que crea en la Omnipotencia de Dios. Y María confía sin vacilar en la Palabra del Señor, sin oponer resistencia alguna.

En nuestra vida, también nosotros somos interpelados por las llamadas de Dios. Sentirnos llamados es un buen signo, porque significa que somos sensibles a la voz del Espíritu.

La historia de la Iglesia lo demuestra abundantemente, especialmente en la vida de los santos, quienes, respondiendo a las inspiraciones divinas, realizaron obras que, con sus solas fuerzas humanas, no habrían podido llevar a cabo. Esto fue posible porque, al igual que María, dijeron un “sí” plenamente disponible al Espíritu Santo, logrando así realizar cosas mucho mayores de lo que jamás hubieran imaginado.

Al igual que la Virgen María, sea cual sea nuestra situación y nuestra edad, Dios nos confía una misión. Necesita de nosotros y de nuestro “sí”. No debemos temer haber hallado gracia ante Dios: se trata de una llamada que tiene como objetivo nuestra felicidad y la de los demás.

También nosotros, como María, hemos sido elegidos por Dios para encarnar su bondad, su ternura y su misericordia. Él necesita nuestras manos para continuar su obra, nuestros labios para anunciar su mensaje. Por ello, es fundamental estar atentos a las inspiraciones del Espíritu Santo. Cada día se nos pide acoger la venida de Jesús en nuestra existencia.

¿Estamos dispuestos a aceptarlo? De nuestro “sí” depende no solo nuestro futuro, sino también el de quienes nos rodean. En el momento en que ofrecemos nuestra disponibilidad al Señor, nos convertimos en colaboradores de su obra de amor hacia la humanidad.

A esto nos llama el recuerdo de la Navidad: a ser portadores de Cristo para los demás, para aquellos que no lo conocen, para los que lo conocieron y lo han olvidado, para quienes lo han rechazado. Somos una comunidad de servicio al Sucesor de Pedro, por lo tanto, sentimos el aliento universal de la Iglesia y experimentamos la alegría del Niño que nace en Belén.

Como María, estamos llamados a transmitir la salvación a nuestros hermanos y, como los pastores, a difundir la noticia de que el Salvador ha llegado al mundo.

Que la Virgen os acompañe en vuestro camino cotidiano y os colme con su bendición. Feliz Navidad a todos vosotros y a vuestras familias.

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