La Secretaria General participa en el encuentro anual de la Asociación de Colegios y Universidades Católicas (ACCU)

Un papel importante para la educación superior católica
La educación superior católica desempeña “un papel muy importante” porque la Iglesia católica “sigue siendo una institución creíble y digna de confianza, gracias a su capacidad para servir a la persona humana y actuar como mediadora en la búsqueda de soluciones a los problemas más delicados de la sociedad y de nuestra vida común”. Así lo destacó Sor Raffaella Petrini, Secretaria General de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, durante su discurso de apertura en la sesión plenaria del encuentro anual de la Asociación de Colegios y Universidades Católicas (ACCU), celebrado el domingo por la mañana, 2 de febrero, en el Grand Hyatt de Washington, la capital de Estados Unidos.
El encuentro anual de la ACCU, que se celebra del 31 de enero al 3 de febrero, tiene como tema “Gestión de la misión – Transformación de la institución” y reúne a presidentes y altos directivos de colegios católicos de todo el mundo. Durante la asamblea, los participantes comparten ideas y debaten cuestiones importantes relacionadas con la educación superior católica.
Publicamos a continuación la intervención de la Secretaria General:La misión de la educación superior católica:
El desafío de integrar mente, corazón y manos
Washington D.C., 2 de febrero de 2025
1. Una misión de esperanza
Deseo expresar mi más sincero agradecimiento a la Presidenta de la ACCU, Doña Carroll, por su amable invitación a esta Asamblea Anual de 2025, así como a la Vicepresidenta Rebecca Sawyer y a Laurie Joyner, Presidenta del St. Norbert College y amable facilitadora de mi intervención. Me complace enormemente y me siento profundamente honrada de estar hoy aquí, en compañía de todos ustedes.
Quisiera comenzar mi reflexión destacando cómo el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (2013), resalta el compromiso misionero intrínseco de la educación católica, la cual, según él, debería enseñar a los jóvenes “a pensar críticamente” y fomentar “el desarrollo de valores morales maduros”[1].
En este documento, el Papa sostiene que las universidades [y los institutos superiores] son entornos excepcionales para articular y desarrollar este compromiso misionero “de manera interdisciplinar e integrada”[2]. Junto con las escuelas católicas, pueden ser “una contribución muy valiosa para la evangelización de la cultura, incluso en países y ciudades donde una situación adversa nos impulsa a utilizar la creatividad para encontrar los caminos adecuados”[3].
De hecho, una cuestión crucial que debemos abordar es cómo este compromiso misionero pueda desplegarse de forma operativa y ser sostenido y mantenido en el tiempo. Los desafíos son significativos, especialmente en un momento en el que —según el Papa— “no estamos viviendo una época de cambios, sino un cambio de época”[4], un periodo en el que experimentamos una profunda transformación cultural marcada por grandes crisis antropológicas y medioambientales. Sin embargo, en la bula papal Spes non confundit, que proclama el Año Jubilar 2025, la esperanza es reconocida como una de las fuerzas motivadoras más poderosas del espíritu humano. “Todos esperan”, afirma el Papa Francisco, porque “en el corazón de cada persona está contenida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aunque no se sepa qué traerá consigo el día de mañana”[5].
La esperanza debería hacer que el mensaje cristiano no sea solo “informativo”, sino también “performativo”[6], afirma el Papa Benedicto XVI: debería hacer que las cosas sucedan y transformar la vida.
Además, la esperanza no posee una naturaleza meramente individual; acerca a las personas entre sí y constituye una expresión del espíritu que guía a la familia humana en su búsqueda común de la felicidad[7]. Por lo tanto, si es “performativa”, la esperanza cristiana debería ofrecer una gran energía al compromiso en todos los ámbitos de la existencia humana, incluida la educación, porque “infunde confianza en la posibilidad de construir un mundo mejor”[8].
Los colegios y universidades católicas pueden participar activamente en este proceso de “performatividad” de la esperanza cristiana, educando a los jóvenes para que se conviertan en constructores coherentes de un mundo mejor y formando personas capaces de expresarse en los tres lenguajes que toda persona madura debería conocer[9]: el lenguaje de la mente, el lenguaje del corazón y el lenguaje de las manos. La tarea principal de todo educador católico es precisamente formar personas capaces de poner en práctica el conocimiento iluminado por la fe, al servicio de un bien mayor.
2. Una misión de relación
Aunque no resulta fácil identificar las herramientas con las que delimitar eficazmente esta compleja tarea, creo, como ya tuve ocasión de compartir con algunos de ustedes en Roma el año pasado, que algunas claves pueden surgir de una reflexión más profunda sobre los cuatro criterios que el propio Papa Francisco delineó en el prólogo de la Constitución Apostólica Veritatis Gaudium (2017)[10]. Estos criterios son directrices para la renovación de los estudios eclesiásticos, pero podrían considerarse también en referencia a un enfoque más general y amplio de los estudios superiores católicos. Muchos de los desafíos que enfrentamos en el ámbito de la educación son comunes a diversas instituciones, y, como católicos, estamos particularmente llamados a avanzar como un solo cuerpo, de manera “sinodal”, en un modo que busque integrar “comunión, misión y participación”[11].
El primer criterio consiste en mantener la formación abierta a la existencia de una realidad trascendente, al reconocimiento de las necesidades espirituales como parte esencial del bienestar humano y del desarrollo humano integral. Ciertamente, la investigación social actual y los estudios económicos reconocen que las dimensiones del bienestar y del desarrollo humano se han ampliado para incluir valores inmateriales como los derechos, las libertades, la equidad en la distribución, la construcción de comunidades, el respeto por la creación y el compromiso cívico, así como conceptos de felicidad y de una mejor calidad de vida que ya no están vinculados únicamente a la medición de factores meramente cuantitativos[12].
El Papa Francisco advierte a los educadores sobre el riesgo de caer “nuevamente” en un racionalismo sin alma, “condicionados por la cultura tecnocrática que nos lleva a ello”[13]. Subraya que “cuando se reduce al ser humano a la sola materia, cuando la realidad queda confinada dentro de los límites de lo visible, cuando la razón es únicamente matemática”[14], entonces perdemos la capacidad de maravillarnos y, con ello, nuestra capacidad de pensar y reflexionar sobre la realidad de la existencia humana.
La implementación de la formación cristiana debería reforzar naturalmente nuestra identidad cristiana, porque cuanto más profunda y sólida sea esta identidad, mayor será nuestra capacidad para enriquecer a los demás con nuestra aportación. De hecho, no puede existir un verdadero diálogo con los demás sin un sólido sentido de la propia identidad[15]. La verdad de que Cristo redime no solo a la persona individual, sino también a las relaciones sociales, económicas y políticas, debería impulsarnos a formar personas capaces de centrarse en lo que tenemos en común y no en lo que nos divide, en las convergencias más que en las divergencias, y en lo compartido más que en lo inaceptable.
La educación superior católica, en este sentido, desempeña un papel fundamental, porque, a pesar de las numerosas dificultades y desafíos humanos, la Iglesia católica sigue siendo una institución creíble y confiable por su capacidad de estar al servicio de la persona humana y de actuar como mediadora en la búsqueda de soluciones a los problemas más delicados de la sociedad y de nuestra vida común.
Más recientemente, durante su visita a Bélgica, el Papa Francisco reiteró la importancia de hacer de la “formación académica y cultural un espacio vital, que comprenda la vida y hable a la vida”[16], un espacio en el que se busque apasionadamente la verdad, incluso en medio de una “cultura marcada por la renuncia a la búsqueda de la verdad”[17]. La verdad sobre la persona humana implica el reconocimiento de una realidad espiritual que necesita ser nutrida y cuidada, del mismo modo que la realidad corporal.
El segundo criterio está vinculado a la capacidad de nuestras instituciones católicas de ofrecer un espacio de encuentro, de promover una cultura de la hospitalidad, subrayada también en el espíritu del Año Jubilar. Dentro de este espacio de encuentro, los estudiantes se exponen al misterio de la alteridad; pueden verdaderamente aprender a ser receptivos, a hacerse más vulnerables ante el otro, a arriesgarse y permanecer abiertos a lo desconocido. Aprender a convivir y a experimentar lo diferente nos impulsa a salir de nuestra zona de confort. Alimentándonos de la estabilidad de nuestra identidad cristiana, podemos dialogar “con estudiosos de otras disciplinas”, creyentes y no creyentes[18]. Esto es muy importante en nuestro esfuerzo por formar personas dispuestas a cultivar la fraternidad, a convivir pacíficamente con la diversidad, a sentirse miembros de una única familia humana y a tender la mano a los demás.
Según el Papa Francisco, el propósito de la educación es siempre la construcción de una comunidad en la perspectiva de un sentido más amplio de la sociedad, que no esté diseñada para satisfacer necesidades individuales, sino que ofrezca un espacio para el compromiso personal y la definición de objetivos comunes, para la asunción de responsabilidades en la preservación de nuestra casa común y para el desarrollo de un proyecto compartido. La educación, por tanto, se convierte en una herramienta esencial de integración; cumple su tarea cuando logra formar personas preparadas para caminar juntas, comprenderse y respetarse; es eficaz cuando alcanza el objetivo de formar líderes dispuestos a servir y a cuidar de aquellos a quienes están llamados a servir[19], persiguiendo el bien común como fin último. En esta perspectiva, la educación es una fuerza de paz que debería ayudar a sanar fracturas, a proteger a los vulnerables y a cerrar brechas culturales y generacionales.
El tercer criterio fundamental es el compromiso de promover plenamente un enfoque interdisciplinario y transversal. La complejidad de los problemas actuales exige la capacidad de combinar soluciones polifacéticas. Esto implica ofrecer, a través de diversos programas, una variedad de disciplinas que formen líderes capaces de comprender las complejidades y de encontrar la unidad final en la Verdad de Dios, que es inagotable. Esta capacidad no debe verse como una limitación, sino más bien como una ventaja competitiva de la educación superior católica frente a un conocimiento muy fragmentado y, a menudo, desintegrado. El Papa habla específicamente de la “gran misión” de expandir los límites del conocimiento, de modo que los colegios y universidades puedan convertirse en “un espacio abierto para la humanidad y para la sociedad”[20].
A este respecto, permítanme subrayar la relación entre los estudios teológicos y las ciencias sociales. En Caritas in Veritate (2009), Benedicto XVI, al igual que sus predecesores, en particular Pablo VI y Juan Pablo II, enfatiza la necesidad de promover el diálogo con las ciencias. El Papa destaca la vigencia y la eficacia del modelo de conocimiento propuesto por la Doctrina Social de la Iglesia, caracterizado por una auténtica interdisciplinariedad y que busca entablar un “diálogo cordial con todos los saberes”[21], incluyendo la literatura que educa el corazón y la mente, como ha afirmado recientemente el Papa Francisco[22]. Este modelo, en efecto, está llamado a nutrirse de los aportes de todos los campos del saber para revelar la riqueza y la belleza de la persona humana en contextos sociales, económicos y políticos diversos y en constante evolución.
El cuarto y último criterio se refiere a la urgencia de establecer redes entre las personas y las instituciones académicas que cultivan y promueven, de diversas maneras, los estudios eclesiásticos o de orientación cristiana, con el fin de fortalecer los canales adecuados de colaboración. También en este caso, debemos, en cierto modo, fomentar una cultura de la solidaridad en lugar de una cultura de la competencia[23]. Un diálogo sincero, arraigado en la propia identidad, puede facilitar la colaboración y el intercambio, comenzando por aquellos ámbitos de investigación en los que es posible encontrar mayores convergencias. Veritatis Gaudium reitera que el mundo multicultural y multiétnico de hoy exige una ampliación de estas tareas, proporcionando herramientas intelectuales que puedan servir como paradigmas para la reflexión y la acción[24]. Desde esta perspectiva, los colegios y universidades católicas deben ofrecer entornos en los que sea posible llevar a cabo un diálogo franco y constructivo.
En Caritas in Veritate, Benedicto XVI sostiene que “se necesita un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor las implicaciones de nuestro ser una familia”[25]. Este tipo de pensamiento, afirma el Papa, requiere “una profundización crítica y valórica de la categoría de la relación”[26], porque la verdadera vida de la persona humana es siempre un diálogo con los demás[27]. La persona humana solo puede definirse a través de las relaciones interpersonales, y yo añadiría, a través de las “relaciones de cuidado”[28] entre los individuos y entre los individuos y la comunidad, que deben vivirse de manera auténtica para que la persona pueda madurar y desarrollarse de forma integral.
3. Una misión de paciencia
Deberia quedar claro que el compromiso misionero de la educación superior católica, tal como lo imagina el Papa Francisco, no puede desplegarse plenamente si es llevado adelante por una sola persona o institución[29]. Se trata, más bien, de un compromiso que apunta al espíritu de peregrinación común que anima cada Jubileo. Es un viaje que promueve un sentido de “solidaridad global” que, como sabemos, “brota del misterio de la Trinidad”[30]. Revela una misión que exige trabajo en equipo y un enfoque comunitario. Es un servicio que implica una responsabilidad compartida y un pacto de colaboración mutua. Es un ejemplo de objetivo unificador, basado en la cooperación, que nos invita a convivir con la tensión natural de no poder encontrar respuestas o soluciones rápidas a los dilemas que plantea “un cambio de época”. Es un momento que requiere pruebas y verificación, pensamiento creativo y un proceso de búsqueda y experimentación facilitado por el intercambio y el diálogo recíproco.
Un camino de esperanza, como el que acabamos de iniciar en este Año Jubilar, es también un camino de paciencia, “hija de la esperanza y, al mismo tiempo, su sostén”, como dice el Papa Francisco[31]. La práctica de ser pacientes peregrinos de la esperanza podría permitirnos superar los temores, ayudarnos a crecer en nuestra capacidad de discernimiento y asunción de riesgos, y recordarnos que no debemos perder de vista la tarea última de los educadores superiores católicos: “humanizar la educación”[32], no solo a través de nuestros conocimientos profesionales, nuestras competencias y nuestra formación específica, sino, sobre todo, mediante la riqueza de nuestra humanidad, incluidos los talentos y las fragilidades que nosotros mismos llevamos dentro.
Gracias.
Sor Raffaella Petrini, FSE
Secretaria General de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano
[1] FRANCISCO, Carta Encíclica Evangelii Gaudium, LEV, Estado de la Ciudad del Vaticano 2013, 64.
[2] Ibid, 134.
[3]Ibid
[4] FRANCISCO, Discurso a los representantes de la V Conferencia Nacional de la Iglesia Italiana, Florencia,10 de noviembre de 2015.
[5] Francesco, Spes non confundit, Bula de convocatoria del Jubileo ordinario del año 2025, 9 de mayo de 2024, 1.
[6] Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, LEV. Estado de la Ciudad del Vaticano, 2007, 2.
[7] Cf. ibid, 13.
[8] Pontificio Consejo de Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, LEV, Estado de la Ciudad del Vaticano, 2004, 579.
[9] ID., Discurso al mundo escolar italiano, 10 de mayo de 2014; cf. G. MILÁN, Per una «pedagogia dell'armonia», «Educatio Catholica» 1 (2018) 25-37.
[10]FRANCISCO, Constitución apostólica Veritatis Gaudium, LEV, Estado de la Ciudad del Vaticano, 2017, 1-6.
[11] XVI ASAMBLEA GENERAL DEL SINODO DE OBISPOS, Una Iglesia sinodal en misión, Informe de síntesis, 4-29 de octubre de 2023, Ciudad del Vaticano, 5.
[12] Cf. F. MARZANO, Lecciones de Economía Pública, Euroma, Roma 2011, 203-208; A. SEN, The Idea of Justice, Harvard University Press, Cambridge (MA), 2009, 282 ss.
[13] FRANCISCO, Encuentro con profesores universitarios, Viaje apostólico a Luxemburgo y Bélgica, 27 de septiembre de 2024.
[14] Ibid.
[15] El Papa Francisco lo expresa muy claramente en su Carta Encíclica Fratelli Tutti (2020), cf. 143, 282.
[16] FRANCISCO, Encuentro con profesores universitarios, Viaje apostólico a Luxemburgo y Bélgica, 27 de septiembre de 2024.
[17] IBid.
[18] FRANCISCO, Constitución apostólica Veritatis Gaudium, LEV, 4.
[19] Ibid
[20] FRANCISCO, Encuentro con profesores universitarios, Viaje apostólico a Luxemburgo y Bélgica, 27 de septiembre de 2024.
21BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 31; cf. CONSEJO PONTIFICIO DE JUSTICIA Y PAZ, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 76; JUAN PABLO II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis, LEV, Ciudad del Vaticano 1987, 41.
[22] Cf. FRANCISCO, Carta sobre el papel de la literatura en la formación, 17 de julio de 2024, 41.
[23] En esta elección fundamental reside el dilema de la expresión de la libertad humana en nuestra sociedad moderna según Bauman (cf. Z. BAUMAN - C. GIACCARDI - M. MAGATTI, Il destino della libertà, Città Nuova, Roma 2016, 37).
[24] Francisco, Constitución apostólica Veritatis Gaudium, 5.
[25] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 53.
[26] Ibid.
[27] Cf. L. ALBACETE, El grito del corazón, Slant Books, Seattle, 2023, 22.
[28] V. HELD, The Ethics of Care, Oxford University Press, Nueva York 2006 (ed. digital), 651.
[29] Cf. A. SPADARO, El desafío de la educación. Algunas propuestas del Papa Francisco.
[30] Francisco, Constitución Apostólica Veritatis Gaudium, 4.
[31] Francisco, Spes non Confundit, 4.
[32] Francisco, Discurso a los participantes en la Sesión Plenaria de la Congregación para la Educación Católica, 9 de febrero
de 2017.