5 de septiembre: Santa Teresa de Calcuta
La pequeña pluma de Dios
“Dios sigue amando al mundo y nos envía a ti y a mí para que seamos su amor y su compasión hacia los pobres”: con estas palabras, Santa Madre Teresa de Calcuta exhortaba a todos los que se cruzaban en su camino, invitándolos a participar en la caridad hacia los más necesitados. Estaba profundamente convencida de que, al servir a los más pobres entre los pobres, no se debía actuar meramente como asistentes sociales, sino como hermanos que buscan a otros hermanos. Pues su caridad no era una simple filantropía, sino una caridad vivificada por la fe. Para ella, la urgencia no solo radicaba en liberar a las personas de la miseria material, sino también en transmitirles el mensaje sublime de que Dios es Amor, un amor que se encarna en la atención y el cuidado hacia su sufrimiento. Su pensamiento, en este sentido, era muy claro: "Dios se ha identificado con el hambriento, el enfermo, el desnudo, el que no tiene hogar; hambre no solo de pan, sino también de amor, de cuidados, de reconocimiento por parte de alguien; desnudez no solo de ropas, sino también de esa compasión que pocos sienten hacia quienes no conocen; falta de techo no solo por carecer de refugio material, sino por no tener a nadie a quien llamar próximo".
Santa Teresa, cuyo nombre de nacimiento era Agnes Gonxha Bojaxhiu, vino al mundo el 26 de agosto de 1910 en Skopie (hoy Macedonia del Norte), en el seno de una familia católica de origen albanés. En 1928 se trasladó a Irlanda, donde ingresó en el Instituto de la Beata Virgen María, conocido como las Hermanas de Loreto. Apenas unas semanas después partió rumbo a la India como misionera. Durante 17 años impartió clases de historia y geografía en la escuela St. Mary, que la Congregación regentaba en Entally, en la zona oriental de Calcuta.
En 1931 hace sus primeros votos, adoptando el nombre de Sor María Teresa del Niño Jesús, en honor a Santa Teresita de Lisieux. En 1937 viajó a Darjeeling para hacer sus votos perpetuos. Continuó enseñando en la escuela St. Mary, y en 1944 asumió el cargo de directora. Muy cerca de su convento se encontraban los suburbios, aquellos barrios de chabolas malolientes donde la gente moría en la más absoluta miseria y en medio de la indiferencia general.
El Señor la aguardaba entre esas almas sufrientes. El 10 de septiembre de 1946, mientras viajaba en tren hacia Darjeeling para participar en unos ejercicios espirituales, recibió lo que ella llamaría su "segunda llamada". Durante el trayecto, una frase resonaba insistentemente en su corazón: el grito de Jesús en la cruz, "¡Tengo sed!". En ese momento comprendió que debía iniciar una nueva vida, entregada por completo al servicio de los más desposeídos de la sociedad: los últimos, los olvidados entre los olvidados. El 17 de agosto de 1948, abandonó la Congregación de las Hermanas de Loreto, y, vestida con el sari blanco bordeado de azul, fue acogida por las Hermanas Médicas Misioneras en Patna. Posteriormente regresó a Calcuta, donde fue alojada temporalmente por las Pequeñas Hermanas de los Pobres.
El 21 de diciembre de ese mismo año, fue al encuentro de su nueva misión, adentrándose entre los desesperados de los suburbios. Comenzó cuidando de los ancianos abandonados en las calles, visitando familias, auxiliando a los moribundos y consolando a los que sufrían. En el centro de su vida diaria estaba la Eucaristía, y recorría las calles espiritualmente acompañada por la Virgen María, rezando el Rosario. Al cabo de algunos meses, algunas de sus antiguas alumnas se unieron a ella para compartir su vida. Así nacieron las Misioneras de la Caridad.
Con el tiempo, la comunidad fue creciendo, y el 7 de octubre de 1950, la Arquidiócesis de Calcuta reconoció oficialmente la Congregación. Esta nueva orden tenía una espiritualidad profundamente mariana, como señala el primer capítulo de sus Constituciones: “Nuestra Sociedad está consagrada al Corazón Inmaculado de María, Causa de nuestra Alegría y Reina del Mundo, porque nació por su intercesión y gracias a su continuo amparo ha crecido y sigue floreciendo”. Además de los tradicionales votos de pobreza, castidad y obediencia, cada Misionera de la Caridad pronunciaba un cuarto voto: el de "servicio desinteresado y gratuito a los más pobres entre los pobres".
A comienzos de la década de 1960, la Congregación comenzó a expandirse, y la Madre envió a algunas misioneras a otras regiones de la India. En febrero de 1965, el Papa Pablo VI concedió la aprobación pontificia a las Misioneras de la Caridad, solicitando a la Madre que abriera una casa de misión en Venezuela. A partir de entonces, surgieron nuevas fundaciones en Roma, Tanzania y otras naciones. Al recibir el Premio Nobel de la Paz el 11 de diciembre de 1979, subrayó que toda su acción estaba inspirada en la caridad de Cristo: "No somos meros trabajadores sociales. Tal vez, ante los ojos del mundo, nuestro trabajo pueda parecer de carácter social, pero en realidad somos contemplativas en el corazón del mundo; tocamos el Cuerpo de Cristo las veinticuatro horas del día". En 1980, el gobierno de la India le otorgó el Bharat Ratna, la mayor distinción civil del país. Santa Teresa aceptaba estos reconocimientos únicamente "para la gloria de Dios y en nombre de los pobres".
Entre 1980 y 1990, fundó casas de misión en casi todos los países comunistas, incluida la antigua Unión Soviética, Albania y Cuba.
Partió a la Casa del Padre en Calcuta la noche del viernes 5 de septiembre de 1997. El 26 de julio de 1999 se inició la investigación diocesana sobre su vida, virtudes y fama de santidad, con tres años de antelación por expreso deseo de San Juan Pablo II. El 4 de septiembre de 2016, el Papa Francisco la canonizó en la Plaza de San Pedro, en el marco del Jubileo de la Misericordia.
¿Quién no la recuerda con su rostro marcado por las arrugas, humilde, pero desbordante de amor hacia los demás? Esta frágil mujer se consideraba simplemente un instrumento en las manos de la Divina Providencia, y a menudo se definía a sí misma como "la pequeña pluma de Dios".
Dejó como herencia su inmenso amor por los hermanos, especialmente por los más solitarios, los despreciados y los abandonados. Como testamento espiritual, valgan sus palabras para todos: "Puedes encontrar Calcuta en cualquier lugar del mundo si tienes ojos para ver. Dondequiera que haya personas no amadas, no deseadas, no atendidas, rechazadas y olvidadas".