Un fraile franciscano sencillo, humilde y casi analfabeto, conocido por sus experiencias místicas, sus numerosos milagros y, sobre todo, por sus levitaciones durante la oración. Es San José de Cupertino, nacido el 17 de junio de 1603 en Cupertino, en la región de Apulia.
Incansable apóstol de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, fundador de la Congregación de Jesús y María, conocida como Congregación de los Eudistas. Su vida estuvo marcada por una intensa labor misionera y una profunda espiritualidad, que le convirtieron en una figura destacada en la historia de la Iglesia del siglo XVII.
«Aunque cada día se celebra con solemnidad la Eucaristía, estimamos justo que, al menos una vez al año, se haga memoria de ella con mayor honor y solemnidad. Las demás cosas que conmemoramos las comprendemos con el espíritu y la mente, pero no por ello obtenemos su presencia real. En cambio, en esta conmemoración sacramental de Cristo, aunque bajo una forma distinta, Jesucristo está presente con nosotros en su propia sustancia. En efecto, cuando estaba a punto de ascender al cielo, dijo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20)».
San José, padre adoptivo de Jesús y esposo de María, es una figura central en la tradición cristiana, tanto por su papel en la economía de la salvación como por ser modelo de virtudes. Aunque las fuentes bíblicas ofrecen pocos detalles sobre él, su figura destaca especialmente en los Evangelios de Mateo y Lucas.
«La omnipotencia de Dios nos crea, la sabiduría nos gobierna, la misericordia nos salva». Así solía repetir a cuantos encontraba fray Crispín de Viterbo. Sencillo hermano lego de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos, destinado a la limosna, al servicio de los enfermos y al cuidado de la huerta del convento, fray Crispín (Pietro) Fioretti nació en Viterbo el 13 de noviembre de 1668. Su padre, Ubaldo Fioretti, había contraído matrimonio con Marzia, viuda ya con una hija. Pronto quedó huérfano de padre, y fue su tío Francisco quien se hizo cargo de él, enviándolo a la escuela regentada por los jesuitas. A la par, Crispín trabajaba como aprendiz de zapatero en el taller de su tío.
Entre las figuras más luminosas del monasterio de Helfta en el siglo XIII sobresale Matilde de Hackeborn, mujer de espiritualidad extraordinaria y voz singular de la mística medieval.
La figura de Cristo sufriente representó el núcleo silencioso, pero poderoso, de su existencia espiritual, la fuerza interior de su celo apostólico y la chispa de la que nació la misión de la comunidad religiosa que fundó. No cabe duda de que san Pablo de la Cruz es el santo de la Pasión de Jesucristo.
San Jenaro vivió en el siglo III y nació probablemente en Nápoles. Fue elegido Obispo de Benevento y ejerció con celo su ministerio, ganándose la estima tanto de cristianos como de paganos por su caridad y su comportamiento ejemplar.
Es conocido como un gran taumaturgo. Su vida está plagada de prodigios que realizó, sobre todo, en favor de los pobres y oprimidos, convirtiéndose en su defensor. Se trata de San Francisco de Paula, llamado así por haber nacido en la localidad calabresa de Paola, el 27 de marzo de 1416, en el seno de una familia católica de terratenientes. Desde temprana edad, la presencia de Dios irrumpió en su existencia. Ya adultos, sus padres recurrieron a la intercesión de san Francisco de Asís para obtener descendencia. Cuando nació su primogénito, en señal de gratitud al Santo, le pusieron por nombre Francisco.
Pierre-Julien Eymard nació el 4 de febrero de 1811 en La Mure (Isère), en el seno de una familia cristiana y modesta. Desde joven mostró una profunda devoción al Santísimo Sacramento y deseaba ser sacerdote, pero su padre se opuso inicialmente. Encontró consuelo espiritual en Notre-Dame du Laus y, mientras trabajaba en el taller paterno, estudiaba latín en secreto. Tras la muerte de su padre en 1831, ingresó en el seminario de Grenoble y fue ordenado sacerdote en 1834.
La Iglesia celebra la Presentación de Jesús en el Templo, cuarenta días después de la Navidad. Esta festividad es más conocida como la Candelaria o fiesta de la luz, ya que está iluminada por el versículo del Evangelio de Lucas (2, 22-40), donde Simeón profetiza que Jesús es “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
Un obispo solo contra todos, incluso contra el emperador, en defensa del Credo niceno-constantinopolitano, sin temer al exilio, a la marginación ni a la persecución. Así fue san Atanasio, firme defensor de la ortodoxia de la fe frente a la herejía arriana.
Nacido hacia el año 298 en las cercanías de Alejandría, Egipto, se formó en literatura griega y en filosofía. Muy joven entró al servicio de la Iglesia, donde ejerció durante seis años el ministerio de lector. Ordenado diácono, el patriarca Alejandro lo nombró su secretario personal.
Los últimos días de octubre y los primeros de noviembre han sido desde antiguo considerados un tiempo especial para conmemorar a los difuntos. Una de las antiguas creencias que explican esta elección sostiene que el Diluvio Universal —según la tradición— habría tenido lugar precisamente en este período del año, quedando así simbólicamente asociado a la muerte y al recuerdo.
En la Biblia, la presencia de los ángeles es constante y recorre toda la historia de la salvación. Muchos episodios se refieren a su acción y a su papel como instrumentos y mensajeros de Dios. Baste recordar, en el Antiguo Testamento, la lucha de Jacob con el ángel, de quien recibe el nombre de Israel (Gn 32,25-29), y la escalera, soñada por él, que desde la tierra tocaba el Cielo y era bajada y subida por multitud de ángeles (Gn 28,12). Pero también el ángel que sale al encuentro de la esclava Agar y le anuncia el nacimiento de Ismael (Gn 16,7ss); o el ángel que precede al pueblo de Israel en su peregrinación por el desierto (Ex 14,19). Y de nuevo los dos ángeles que sacan a Lot y su familia de Sodoma (Gn 19, 1ss), o la intervención del ángel que detiene la mano de Abraham a punto de sacrificar a su hijo Isaac (Gn 22, 11-13). O también Daniel, que fue salvado de las llamas del horno por un ángel (Dan 3, 49), o el ángel que trae alimento al profeta Elías en el desierto (1 Re 19, 5-10).
San Zenón es recordado como mártir de la fe cristiana, víctima de las persecuciones contra los cristianos que tuvieron lugar en la antigua ciudad de Nicomedia, una de las principales metrópolis del Imperio Romano de Oriente, situada en el actual territorio de Turquía.
«Si los embates del orgullo, de la ambición, de la calumnia y de la envidia te zarandean de un lado a otro, mira la estrella, invoca a María. Si la ira, la avaricia o las pasiones sacuden la navecilla de tu alma, dirige tu pensamiento a María.
No disponemos de mucha información sobre la vida de San Sebastián. En la Passio Sancti Sebastiani Martyris, texto atribuido durante mucho tiempo a San Ambrosio de Milán (340-397), se afirma que, hacia el año 250, nació y creció en Milán, hijo de un padre originario de Narbona y de madre milanesa. Educado en la fe cristiana, se trasladó a Roma en el año 270 y se alistó en el ejército alrededor del 283, llegando a ser tribuno de la primera cohorte de la guardia imperial. Al no sospechar de su fe, los emperadores Maximiano y Diocleciano le confiaron importantes responsabilidades.
San Apolinar, considerado el primer obispo de Rávena, vivió hacia mediados del siglo II. Antiguas inscripciones halladas en la zona de Classe atestiguan la existencia, ya en tiempos muy remotos, de una comunidad cristiana bien estructurada en la ciudad.
Recorrió la Italia de su tiempo predicando e invitando a la conversión, a la reconciliación y al regreso a Dios. Fue un apóstol de la devoción al Nombre de Jesús, que condensó en el trigrama “IHS”, inscrito en el interior de un sol con doce rayos. Es Bernardino de Siena, fraile menor de la Observancia, quien procuró, en primer lugar, reconducir a sus conciudadanos a la amistad con Dios, y después, a las multitudes que acudían a escuchar sus sermones en toda la Península.
San Edmundo ocupa un lugar singular en la memoria cristiana como figura de soberano valeroso y testigo inquebrantable de su fe. Su historia se sitúa en el siglo IX, cuando, siendo muy joven, asumió el gobierno de la Anglia Oriental, una región inglesa sacudida por las tensiones y violencias provocadas por las incursiones nórdicas.
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