19 de junio: Solemnidad del Corpus Christi

«Aunque cada día se celebra con solemnidad la Eucaristía, estimamos justo que, al menos una vez al año, se haga memoria de ella con mayor honor y solemnidad. Las demás cosas que conmemoramos las comprendemos con el espíritu y la mente, pero no por ello obtenemos su presencia real. En cambio, en esta conmemoración sacramental de Cristo, aunque bajo una forma distinta, Jesucristo está presente con nosotros en su propia sustancia. En efecto, cuando estaba a punto de ascender al cielo, dijo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20)».
Así se expresaba el papa Urbano IV en la bula Transiturus de hoc mundo, del 11 de agosto de 1264, con la cual instituyó la solemnidad del Corpus Christi —también llamada del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo— como fiesta de precepto para la Iglesia universal, a celebrarse el jueves siguiente a Pentecostés.
Una de las razones que impulsaron a Urbano IV —cuyo nombre secular era Jacques Pantaléon de Troyes— a instituir dicha solemnidad fueron las visiones de santa Juliana de Cornillon, a quien había conocido durante su ministerio como arcediano en Lieja, así como el milagro eucarístico de Bolsena.
La primera aprobación de la celebración data de 1246 en Lieja, cuando el obispo Roberto de Thourotte, tras algunas dudas iniciales, acogió la propuesta de santa Juliana e instituyó por vez primera la solemnidad del Corpus Christi en su diócesis. Posteriormente, otros obispos siguieron su ejemplo, estableciendo la festividad en los territorios bajo su cuidado pastoral.
En efecto, por aquel entonces, la diócesis de Lieja mostraba una particular devoción hacia la Eucaristía. Antes incluso de Juliana, destacados teólogos ya habían reflexionado sobre el profundo significado de este Sacramento, y existían comunidades femeninas que practicaban con fervor la comunión frecuente y la adoración eucarística.
En 1208, Juliana tuvo una visión mística que se repetiría en diversas ocasiones durante sus momentos de adoración ante el Santísimo. Vio una luna llena y resplandeciente, pero con una franja oscurecida. Dios le explicó que la luna representaba a la Iglesia, y aquella zona de sombra simbolizaba la ausencia de una fiesta dedicada a la Eucaristía. A Juliana se le encomendó la misión de promover el establecimiento de una celebración que honrase este Sacramento, para que los fieles pudieran adorarlo, fortalecer su fe, crecer en las virtudes y reparar las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento.
Durante cerca de veinte años, Juliana —que entretanto había ingresado en el monasterio agustino de Mont-Cornillon, donde fue elegida priora— mantuvo en secreto su visión. Más adelante, decidió compartirla con dos mujeres profundamente devotas de la Eucaristía: la beata Eva, que vivía como eremita, e Isabel, que se había unido a ella en el monasterio de Mont-Cornillon. Las tres formaron una especie de “alianza espiritual”, unidas por el deseo común de honrar y glorificar al Santísimo Sacramento.
En 1263 tuvo lugar el milagro eucarístico de Bolsena. Un sacerdote originario de Bohemia, mientras celebraba la Santa Misa en la localidad de Bolsena, cercana a Viterbo, comenzó a dudar de la presencia real de Cristo en la hostia consagrada. Sin embargo, en el momento de la consagración y de la fracción del pan, de la hostia brotaron gotas de sangre que mancharon tanto el corporal como el altar.
Este suceso fue inmediatamente interpretado como una confirmación divina de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Urbano IV, informado del milagro poco antes de instituir oficialmente la solemnidad, presidió el 19 de junio de 1264 una solemne procesión en Orvieto, en la que participaron cardenales, obispos y una gran multitud de fieles. El corporal ensangrentado fue llevado en procesión por las calles de la ciudad. Desde entonces, cada año, el domingo posterior al Corpus Christi, se repite en Orvieto esta procesión, durante la cual se porta el relicario que contiene dicho corporal.