Seleccione su idioma

17 de noviembre: Santa Isabel de Hungría, terciaria franciscana

A la estela de San Francisco de Asís

Isabel, nacida en 1207 en Hungría en el seno de una familia real y destinada al matrimonio con el soberano de Turingia, vivió en los mismos años que Francisco de Asís. Desde muy joven mostró una natural inclinación hacia quienes sufrían y vivían en la necesidad, inclinación que quedó aún más consolidada por su relación con los Frailes Menores —en particular con fray Rüdiger, su primer consejero espiritual, y más tarde con fray Conrad—, quienes no hicieron sino orientar en sentido evangélico un corazón ya inclinado hacia los más frágiles.

A los cuatro años abandonó la casa paterna para ser educada en la corte turingia, en vista de su futura unión con Luis, legítimo heredero al trono. Las fuentes narran que, ya de niña, mostraba afición a la oración y compasión hacia los humildes. A los catorce años, convertida en consorte del nuevo soberano, vivió con él un matrimonio sorprendentemente sereno y afectuoso, a pesar de haber sido decidido por razones dinásticas. Con el apoyo de su esposo pudo emplear sus bienes en socorro de pobres e indigentes, opción que irritó a muchos nobles, molestos también por su estilo de vida sencillo y distante de las ostentaciones que la corte consideraba indispensables. Pero ni las críticas ni las presiones lograron disuadirla: siguió adelante con sus obras de caridad, sostenida amorosamente por Luis.

Para ella, el poder era un servicio orientado a la justicia y al bien común. Visitaba a los hambrientos, acogía a quienes pedían ayuda, proporcionaba vestido y saldaba deudas, cuidaba a los enfermos y acompañaba a los difuntos a su sepultura.

El encuentro con los frailes franciscanos en 1222 intensificó su adhesión al Evangelio y su dedicación a los pobres. Sin embargo, su vida no estuvo exenta de pruebas: en 1227, cuando se disponía a vivir su vocación como miembro de la Orden Franciscana Seglar, Luis murió mientras se unía a la cruzada del emperador Federico II. Poco después, su cuñado se apoderó del poder y obligó a Isabel y a sus tres hijos a abandonar la residencia real de Wartburg.

Solo en 1228 encontró un lugar seguro en Marburgo. Allí, con lo que le quedaba, mandó construir un hospital y se puso al servicio de los últimos: enfermos, pobres, discapacitados, vagabundos. Los acogía en su mesa y los asistía como una sierva humilde, eligiendo voluntariamente las tareas más arduas y desagradables.

Su experiencia recuerda vivamente la de Francisco: aquello que en otros tiempos podía parecer repugnante se convirtió para ella en fuente de profunda paz. Vivió tres años en el hospital que había fundado, prácticamente como una consagrada laica, reuniendo a su alrededor a unas compañeras con las que formó una pequeña fraternidad vestida de gris. Por ello es venerada como patrona de la Tercera Orden Regular y de la Orden Franciscana Seglar.

En noviembre de 1231 cayó gravemente enferma y murió en la noche del día 17. Las numerosas pruebas de su santidad movieron al papa Gregorio IX a canonizarla apenas cuatro años después.

Seleccione su idioma