Intervención de Sor Raffaella Petrini en el XXXIV curso de actualización para docentes de teología
Manager expertos en humanidad para un trabajo vivido como vocación
Las estrategias de esperanza y renovación “no pueden dejar de influir en la realidad del trabajo humano, como dimensión fundamental de la existencia, a través de la cual el hombre y la mujer, también dentro de las instituciones eclesiales, construyen su propia vida”. Así lo expresó la Hna. Raffaella Petrini, Secretaria General del Gobernatorato, en su intervención sobre el tema: ”¿Esperanza para una economía más humana? Entre cuidado y hospitalidad”, en el XXXIV curso de actualización para docentes de teología, celebrado la mañana del sábado 4 de enero, en la Casa San Juan de Ávila, del Pontificio Colegio Español de Roma.
El trabajo, añadió Sor Petrini, no solo “condiciona el desarrollo económico, sino también el crecimiento cultural y moral”. En este sentido, “una pérdida del significado del trabajo humano dentro de las organizaciones económicas —eclesiales o no— constituye un elemento de crisis profunda, ya que implica también una pérdida del sentido de la vida”. De ahí se deriva, explicó la Secretaria General, “la prioridad conceptual del trabajo sobre el llamado capital, que no es más que un conjunto de instrumentos a través de los cuales la persona, ‘sujeto’ de su propio trabajo, puede utilizar los recursos disponibles y transformar el entorno”.
Esta prioridad conceptual, destacó, debe hacerse “operativa dentro de las estructuras eclesiales, especialmente frente a las múltiples actividades que las administraciones están llamadas a llevar a cabo durante el camino jubilar”. Las estructuras capaces de “organizarse internamente según lógicas de valorización de su propio capital humano estarán, a su vez, mejor preparadas para acoger y cuidar a aquellos a quienes están llamadas a servir”.
En la práctica de la gestión, explicó Sor Petrini, la literatura económica reciente contrasta dos tipologías distintas de liderazgo: una basada en una ideología llamada “neo-gerencial”, centrada en una separación rígida entre la vida privada y la profesional, que “termina manipulando aspiraciones y motivaciones”. La otra, en cambio, está “inspirada en un liderazgo humanista, basado en una visión del trabajo vivido como vocación, mucho más efectiva en las organizaciones complejas modernas”.
En este segundo caso, se trata de un liderazgo capaz de “acompañar a las personas en las inevitables dificultades de cada organización, dispuesto a reconocer las contribuciones y los esfuerzos de sus colaboradores”. Es un liderazgo “del cuidado”, entendido como práctica y virtud, “destinado a crear valor también desde el punto de vista moral”. En las estructuras económicas modernas, “incluidas las eclesiales, las prácticas de esperanza son aquellas promovidas por gestores humanistas, no solo atentos a los instrumentos profesionales, las técnicas y los resultados”, sino también sensibles “a la escucha y al cuidado de sus colaboradores: gestores que Luigino Bruni ha definido como expertos en humanidad, preparados para responder a las necesidades naturales de estima y reconocimiento de las personas”.
Es una práctica de esperanza, subrayó Sor Petrini, un liderazgo “del cuidado”, solidario y colaborativo, promovido por un “liderazgo moderno, especialmente dentro de las estructuras eclesiales, ya dotadas de un fuerte sistema de valores compartidos y una cultura interna animada por la fe”. No se trata, de hecho, de “una estrategia meramente de gestión, necesaria para mejorar la eficiencia”, sino de “una actitud destinada a facilitar un cambio de paradigma, orientado a construir un entorno laboral animado por un espíritu de amistad social”. En este sentido, se trata de “una actitud que alimenta la esperanza dentro de las organizaciones económicas, favoreciendo la perseverancia, cultivando la confianza y orientando las aspiraciones humanas hacia un ideal más amplio, hacia una expectativa positiva de realización personal y comunitaria”.
Por otro lado, el cristiano vive “su propia vocación particular impulsado por el deseo de hacer brillar el mensaje de esperanza del Evangelio en su vida personal, familiar, pero también profesional y laboral, es decir, en la gestión de recursos económicos y humanos, para ofrecer una contribución a la construcción de una sociedad digna del ser humano”. La esperanza, por tanto, “se manifiesta en la vida económica de las personas dentro de las estructuras organizativas que median diariamente su interacción con el entorno circundante”. El hombre, de hecho, “es un ser necesitado, que para satisfacer sus propias necesidades requiere herramientas, sistemas y, sobre todo, de los demás”. Solo “no es capaz de producir su propia riqueza, ni mucho menos alcanzar su felicidad”.
El curso, promovido por la Asociación Teológica Italiana (ATI), se celebró del jueves 2 al sábado 4 de enero y se desarrolló en cuatro sesiones. En primer lugar, Giuliano Zanchi profundizó en el significado teológico del Jubileo, situándolo entre la memoria del pasado y la profecía del futuro. Posteriormente, Francesco Ghia abordó el tema de la esperanza, partiendo de la idea de “esperar contra toda esperanza”, mientras que Vincenzo Rosito habló de la confianza en la fraternidad. La última parte del curso estuvo dedicada al análisis de algunas prácticas de vida significativas en relación con la esperanza: Marco Busca trató el tema de la penitencia, el perdón y la indulgencia, Donata Horak sobre la justicia restaurativa, y Bruno Bignami sobre ecología y tecnología.
A partir de estas reflexiones, los teólogos y teólogas de la Asociación Teológica Italiana (ATI) quisieron reflexionar en la búsqueda de los signos de esperanza en Europa.