El Cardenal Vérgez Alzaga presidió la concelebración eucarística para los empleados de la Dirección de Infraestructuras y Servicios

El recuerdo en la oración y en el sacrificio de la Misa
Una promesa: “Os llevaré en mi corazón” y “os recordaré en mi oración y en el sacrificio cotidiano de la Misa”. Con estas palabras, el Cardenal Fernando Vérgez Alzaga, Presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, se dirigió a los empleados de la Dirección de Infraestructuras y Servicios.
La ocasión fue la celebración de la Misa que él mismo presidió la mañana del viernes 21 de febrero, en la zona industrial vaticana, una semana antes de su despedida como Presidente de la Gobernación, para “ceder el testigo a Sor Raffaella y permitirle continuar el camino emprendido”.
Junto al Cardenal concelebró el padre Bruno Silvestrini, agustino, capellán de la Dirección y Custodio del Sacrario Apostólico. Estaban presentes, entre otros, Sor Raffaella Petrini, Secretaria General; el ingeniero Salvatore Farina, director de la Dirección de Infraestructuras y Servicios, acompañado por los dos subdirectores, el doctor Massimo Toschi y el ingeniero Silvio Screpanti.
A continuación, publicamos la homilía del Cardenal Presidente:
Querida Sor Raffaella,
Estimado ingeniero Salvatore Farina,
Estimados doctor Massimo Toschi e ingeniero Silvio Screpanti,
Queridos empleados y amigos.
Acabamos de escuchar que Marcos, en su Evangelio, nos habla de la cruz, y lo sorprendente es que no se refiere a la cruz de Jesús, sino a la de los discípulos, y, por tanto, también a la nuestra.
Sin duda, es un mensaje exigente, pero debe situarse junto a otra verdad: la resurrección de Jesús en la mañana de Pascua. Aquel día, el Reino de Dios se manifestó con poder, venció el mal y el pecado y transformó la cruz en un instrumento de salvación.
No está de más recordar que la primera señal que el sacerdote traza sobre nosotros el día de nuestro bautismo es precisamente la cruz. Un gesto que simboliza el compromiso de todo fiel de llevar la cruz durante toda su vida, siguiendo a Jesucristo.
Este es el mensaje exigente que Jesús nos presenta en el Evangelio de hoy. San Marcos escribe: “Llamó a la multitud junto con sus discípulos”. Sus palabras, por tanto, van dirigidas a todos y, hoy, también a nosotros.
Es evidente que en nuestra vida siempre debemos elegir entre dos formas de vivir: seguir nuestras inclinaciones humanas o tomar la cruz y seguir a Jesús.
Si seguimos el Evangelio, comprendemos que llevar su cruz significa no avergonzarnos de Jesús ni de sus palabras. Tomar la cruz para seguirle implica también comprometerse activamente en el difícil camino de la caridad.
Jesús afirma: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Estas palabras nos hacen comprender que seguir a Cristo conlleva un cierto número de renuncias y sacrificios, tanto individuales como comunitarios. El discípulo debe ser capaz de olvidarse de sí mismo, de entregarse a Cristo y a su Evangelio. Por ello, estamos llamados a hacernos algunas preguntas: “¿Estoy dispuesto a sacrificarme por el Señor? ¿Estoy preparado para acallar mi propia voluntad, mis deseos, y permitir que se cumpla la voluntad de Dios en mi vida?”. Si aún no hemos sido capaces de responder afirmativamente, el Señor nos invita a esforzarnos.
Por otro lado, el cristiano no puede esperar una vida tranquila: tarde o temprano, de una forma u otra, la cruz será puesta sobre nuestros hombros. Esta es, de hecho, la culminación de la vocación cristiana, un paso ineludible para alcanzar la gloria. El apóstol Pablo, en la Carta a los Romanos (8,18), afirma que “los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se manifestará en nosotros”. En este sentido, las dificultades de la vida no son nada en comparación con la gloria que se revelará en nosotros. Esta dimensión sacrificial da sentido a nuestra existencia en el seguimiento de Cristo.
La vida, no está hecha para ser conservada, sino para ser entregada. Amar es olvidarse de uno mismo para darse al otro. El cristiano que se ha comprometido a seguir a Cristo, que ha decidido libremente dedicarle toda su vida, debe estar dispuesto a dejarlo todo por Él. Nos enseña así el verdadero sentido de la existencia: quien solo se preocupa de sí mismo, quien desea conservar su vida solo para sí, la perderá. Solo quien se entrega plenamente, recibe la verdadera vida.
Nos encontramos en pleno Año Santo del Jubileo. ¿Qué mejor momento para reflexionar y tomar la decisión de seguir a Jesús? Es un año lleno de la misericordia de Dios, un año de esperanza que nos lleva a una auténtica conversión del corazón.
Queridos hermanos, hemos caminado juntos durante estos años, hemos compartido esfuerzos y alegrías, hemos permanecido unidos en el servicio al Sucesor de Pedro. Ahora ha llegado el momento de despedirme y de dejar que Sor Raffaella continúe el camino emprendido. Pero sabed que no estáis solos: os recordaré en mi oración y en el sacrificio cotidiano de la Misa.
Antes de despedirme, quiero que sepáis que os llevaré en mi corazón y que mi deseo para cada uno de vosotros es un trabajo sereno, que encomiendo a la materna protección de María. Os invito ahora a elevar al Señor una oración especial por el Papa Francisco.