Concelebración eucarística presidida por el Cardenal Fernando Vérgez Alzaga con motivo de su despedida e inicio de la presidencia de Suor Raffaella Petrini

En el signo de la continuidad y la sintonía al servicio del Sucesor de Pedro
Hay momentos en los que las palabras resultan insuficientes para expresar los sentimientos más profundos, especialmente cuando se pone fin a una trayectoria de 53 años de servicio al Papa, a la Santa Sede y a la Gobernación. La despedida se impregna de emociones, recuerdos y afectos. Esto fue precisamente lo que se vivió durante la ceremonia de despedida del Cardenal Fernando Vérgez Alzaga, quien hasta el 28 de febrero desempeñó el cargo de Presidente de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano y Presidente de la Gobernación. Al alcanzar la edad de 80 años, el Cardenal quiso despedirse con la celebración de la Santa Misa, la mañana del lunes 3 de marzo, en la iglesia de María, Madre de la Familia.
Del mismo modo, tampoco bastan las palabras para expresar la alegría y el aliento hacia quien asume ahora esta importante responsabilidad: Suor Raffaella Petrini, quien, desde el 1 de marzo, ha iniciado su misión como Presidenta de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano y Presidenta de la Gobernación.
Se trata de un camino compartido que el Cardenal Vérgez ha recorrido durante 17 años, primero como Director, luego como Secretario General y finalmente como Presidente, al frente de una realidad tan polifacética como la del Estado Vaticano. No es un adiós, sino el inicio de una nueva etapa, no solo a nivel personal, sino también institucional, con el traspaso de funciones a Suor Petrini.
Ante cientos de empleados, que desbordaban la capacidad de la iglesia, acompañados por el Secretario General, el abogado Giuseppe Puglisi-Alibrandi, así como por Directores, Vice Directores, Jefes de Oficina y personal administrativo, el Cardenal Vérgez prometió llevar a cada uno en su corazón y en su oración. Como signo tangible de su servicio a la Gobernación, hizo entrega a la sacristía de la iglesia de María, Madre de la Familia, de una casulla confeccionada por las monjas benedictinas de la Abadía de Santa Escolástica en Argentina, con motivo de su ordenación episcopal.
Al concluir la Misa, Suor Petrini dirigió al Cardenal un breve mensaje de gratitud, que publicamos a continuación.
Junto al Cardenal Vérgez concelebraron el Cardenal Konrad Krajewski, Limosnero de Su Santidad; el Arzobispo Giordano Piccinotti, Presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica; los Obispos Marcelo Sánchez Sorondo y Carlos Malfa; así como los capellanes de las distintas Direcciones de la Gobernación, con la presencia del padre Franco Fontana, Coordinador de los capellanes de las Direcciones y Oficinas centrales.
A continuación reproducimos la homilía del Cardenal Fernando Vérgez Alzaga:
Estimada Hermana Raffaella,
Estimado Giuseppe Puglisi-Alibrandi,
Estimados Directores, Vicedirectores, Jefes de Oficina y todos vosotros, empleados de la Gobernación,
He elegido daros mi último saludo como Presidente de la gobernación en torno a la Mesa eucarística y, al mismo tiempo, celebrar también el inicio de la misión que el Santo Padre ha confiado a Suor Raffaella como Presidenta de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano y Presidenta de la gobernación. Saludo igualmente a los dos nuevos Secretarios Generales, el Arzobispo Emilio Nappa y el abogado Giuseppe Puglisi-Alibrandi, a quienes ya conocéis. Esto se debe a que lo que alimenta y hace fecunda nuestra comunidad de trabajo es el Señor. Es en la Eucaristía donde el Cuerpo de Cristo encuentra fuerza y razón de ser. Esto es aún más cierto para nosotros, que estamos directamente al servicio del Sucesor de Pedro. Estamos llamados a vivir nuestra profesionalidad en una realidad que es funcional para el ejercicio del ministerio petrino y a unirnos aún más a Cristo para cumplir de la mejor manera posible esta misión.
“Sin mí no podéis hacer nada”, se lee en el Evangelio de Juan (15,5). La necesidad de confiar plenamente en Él atraviesa toda la Escritura. Acabamos de escuchar el Evangelio de Marcos, en el que Jesús invita a un hombre rico y acaudalado diciéndole: “Ven y sígueme”. Estas palabras están dirigidas a cada uno de nosotros, especialmente en este Año Santo del Jubileo.
A menudo nos encontramos en situaciones que nos dificultan seguir a Jesús. En el caso del hombre rico, es precisamente su riqueza la que le impide seguir al Maestro. Es como un peso que ralentiza su caminar. Todos tenemos algo que nos hace más pesado el camino, una riqueza que no está necesariamente hecha de bienes materiales, sino de muchas cosas a las que estamos apegados: espectáculos, lecturas, hábitos que nos impiden estar disponibles para escuchar la Palabra de Dios y seguirla. Y, sin embargo, Jesús quiere hacernos criaturas libres, no dependientes de algo que afecte nuestra dignidad. El mensaje del Evangelio es claro: la verdadera riqueza no es la del mundo, sino que solo se encuentra en seguir a Jesús.
Es evidente que este desapego no es fácil, pero no estamos solos, el Señor está siempre al lado de sus hijos. Si tuviéramos que caminar con nuestras propias fuerzas, la empresa sería imposible, pero podemos contar con el amor de Dios. Jesús se dirigió al hombre rico mirándole con amor, como nos relata el evangelista Marcos. No le habla para empobrecerlo, sino por afecto, por amor, y para hacerlo verdaderamente feliz.
Esta persona no confió en el Señor, no creyó en su amor, le pareció imposible encontrar la felicidad dejando todo lo que tenía para vivir solo para Jesús. Su falta de fe le llevó a no saber escuchar más la palabra del Señor, a no percibir más su amor. Es un riesgo que también nosotros podemos correr y que debemos evitar. La actitud habitual del cristiano debería ser la de gratitud a Dios por todos los dones que nos concede.
El Jubileo que estamos celebrando nos ayudará a mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada y a hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con un espíritu abierto, un corazón confiado y una mente previsora, con la seguridad del amor del Señor. Este Año Santo, lleno de esperanza y de la misericordia de Dios, debe llevarnos a una conversión total y verdadera del corazón.
Hoy, como decía al principio, hay también otros motivos para estar agradecidos al Señor y al Papa Francisco. Para mí, en particular, por los años en los que he estado al servicio de la Santa Sede y de la gobernación. Comencé el 1 de agosto de 1972 en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, donde conocí a la persona con la que he estado vinculado toda mi vida y que para mí ha sido y sigue siendo un padre y un maestro: el Beato Cardenal Eduardo Francisco Pironio. Lo seguí en abril de 1984, cuando el Beato Cardenal Pironio fue nombrado Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos. Fui su secretario durante 23 años, hasta su muerte el 5 de febrero de 1998.
Después, llegó mi nombramiento en junio de 2004 como Jefe de la Oficina de Internet de la Santa Sede. Mi presencia en la gobernación comenzó el 10 de enero de 2008, cuando fui nombrado Director de la Dirección de Telecomunicaciones del Estado de la Ciudad del Vaticano. Luego, el 30 de agosto de 2013, el Papa Francisco me nombró Secretario General y, el 8 de septiembre de 2021, Presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano y Presidente de la gobernación. Agradezco al Papa Francisco la confianza y la ayuda que siempre me ha ofrecido durante estos años. Hoy no puedo sino cantar con Él el Magnificat de Nuestra Señora.
Han sido, pues, casi 17 años los que he pasado en la gobernación y, por ello, agradezco a los Pontífices que han confiado en mí y os agradezco a todos vosotros por vuestra amistad, vuestra profesionalidad, vuestra dedicación y vuestro trabajo. Vuestra colaboración ha sido fundamental en el camino que hemos recorrido juntos hasta hoy. Sin vosotros no habría podido hacer nada. Por eso, vuestra presencia aquí es una oportunidad para expresar mi gratitud por el servicio que habéis prestado. Agradezco especialmente al Cardenal Bertello, mi predecesor, de quien tanto he aprendido en mi servicio a la Iglesia.
En estos años, muchas personas han pasado por las distintas oficinas y Direcciones. Hoy, es mi turno. En el momento de mi partida efectiva de la gobernación, me alegra que estemos aquí reunidos para acompañaros en esta nueva etapa que comienza. Os dejo en excelentes manos, en las de la Hermana Raffaella. La nueva Presidenta sabrá guiaros para hacer que la gobernación sea cada vez más una realidad en sintonía con el Magisterio y con las indicaciones del Papa Francisco. Es para mí una gran alegría, por la que agradezco al Señor y al Papa Francisco, que mi sucesora sea la Hermana Raffaella. Hemos trabajado juntos durante casi cuatro años en plena sintonía, colaboración y, ante todo, unidos en la misión que el Santo Padre nos ha confiado al servicio de la Iglesia.
Ahora que las emociones de mi partida se han atenuado, quiero deciros cuánto ha sido un honor haber estado cerca de vosotros a lo largo de estos años. En muchas circunstancias, he podido apreciar vuestra competencia, vuestra solidaridad y vuestro entusiasmo.
Os agradezco de corazón por vuestra generosidad, por las palabras que me habéis expresado desde lo más profundo del corazón y por vuestra presencia. Me acompañarán siempre y me recordarán el privilegio que he tenido: el de trabajar con vosotros y compartir tantas experiencias de la vida personal y profesional.
Confío a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos a la intercesión materna de María e invoco de corazón sobre vosotros la bendición del Señor.
Y a continuación, el saludo Suor Raffaella Petrini:
Eminencia queridísima,
Creo que la presencia de tantos aquí hoy, que han podido unirse a nosotros para esta Santa Misa de acción de gracias, es un signo tangible del afecto con el que los empleados de la gobernación desean despedirle al concluir su mandato como Presidente, mientras celebramos el Año Jubilar de la Esperanza.
Estamos aquí con el corazón lleno de gratitud por haber tenido el honor y el placer de contribuir a su servicio durante estos años. Sin duda, se ha tratado de un verdadero servicio, porque así lo ha vivido y nos lo ha demostrado a todos, llevando adelante el exigente trabajo aquí en el Vaticano y, en particular, en la gobernación. Un servicio que ha desempeñado siempre con generosidad y pasión, para la Iglesia y para el Santo Padre, a quien en estos días recordamos con especial afecto.
Sabemos que en este camino ha tenido un Maestro importante, el Beato Cardenal Eduardo Francisco Pironio, pero usted ha sabido enriquecer todos los encargos que el Santo Padre le ha confiado a lo largo de los años con su humanidad, su amabilidad, su competencia profesional y su fidelidad. Tanto yo, como el abogado Giuseppe Puglisi Alibrandi y sus colaboradores más cercanos, en cada decisión compartida durante el tiempo transcurrido juntos, hemos tenido la oportunidad de apreciar su sabiduría, su determinación, su sensibilidad y su atención hacia la comunidad de trabajo que le ha sido encomendada, hacia las personas que la conforman. Todos los que estamos aquí hoy lo sabemos bien.
Usted ha ejercido con nosotros su ministerio de Pastor y de guía, día tras día, cuidando paternalmente de la familia de la gobernación, de la cual siempre formará parte. Hemos aprendido y recibido mucho de usted.
Sabemos que llevará consigo todo el cariño que hoy se le manifiesta. Nosotros continuaremos rezando por usted, pero también, ¿por qué no?, seguiremos acudiendo a su experiencia y a su sabiduría, ya que permanecerá con nosotros en el Vaticano. Sabemos que no dejará de estar cerca.
Personalmente, le agradezco este “relevo” en la Presidencia de la gobernación, que el Santo Padre ha impulsado precisamente para asegurar la continuidad, para tratar de seguir adelante con lo que se ha construido juntos y – si me permite usar una imagen franciscana – para hacer germinar las semillas que usted ha sembrado. Usted ha preparado el camino para este momento, histórico por tantas razones; usted ha preparado el camino para todos nosotros.
A pesar de las dificultades inevitables, rezamos para poder continuar el camino que usted ha trazado con la misma pasión y fidelidad. Que el Señor le bendiga y le proteja. Gracias, Eminencia.