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El Cardenal Fernando Vérgez Alzaga presidió la Concelebración eucarística con motivo de la fiesta de San Juan de Dios, Patrón de la Farmacia Vaticana y de la Dirección de Sanidad e Higiene

Todos hijos del mismo Padre

La medicina, los cuidados y el acompañamiento de los enfermos requieren no solo una necesaria cualificación profesional, sino, sobre todo, una nueva calidad en la relación entre hermanos, todos hijos del mismo Padre. Así lo subrayó el Cardenal Fernando Vérgez Alzaga, Presidente emérito de la gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, durante la Concelebración Eucarística con motivo de la fiesta de San Juan de Dios.

La Santa Misa fue celebrada en la mañana del jueves 6 de marzo, en la iglesia de María, Madre de la Familia, en el Palacio de la gobernación, en anticipación a la memoria litúrgica del 8 de marzo, para permitir la participación de los empleados.

Junto al Cardenal concelebraron don Franco Fontana, Coordinador de los capellanes de las Direcciones y Oficinas centrales; padre Iulian Misariu, de la Orden de los Frailes Menores Conventuales, capellán de la Farmacia Vaticana; y fra Dario Vermi, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios (Fatebenefratelli), asistente espiritual de la Dirección de Sanidad e Higiene.

Entre los asistentes se encontraban fra Binish Mulackal, Director de la Farmacia Vaticana, y el profesor Andrea Arcangeli, Director de la Dirección de Sanidad e Higiene.

Al finalizar la Santa Misa, Sor Raffaella Petrini, Presidenta de la gobernación, dirigió un saludo a los presentes, animándolos a continuar su servicio en la Farmacia Vaticana y en la atención a quienes recurren a los servicios asistenciales y ambulatorios de la Dirección de Sanidad e Higiene.

 

A continuación, publicamos la homilía del Cardenal Vérgez Alzaga:

 

Estimada Hermana Raffaella,

Estimados Andrea Arcangeli y Luigi Carbone,

Estimado fra Binish,

Queridos hermanos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios,

Estimados médicos, enfermeros, farmacéuticos y todos los empleados,

Nos hemos reunido para celebrar la fiesta de San Juan de Dios, fundador de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios (Fatebenefratelli) y patrón de la Farmacia Vaticana y de la Dirección de Sanidad e Higiene. San Juan de Dios fue un hombre de fuego, un fiel discípulo de Cristo, un gigante de la caridad, porque descubrió la fuerza transformadora del amor de Cristo. A día de hoy, su llama sigue ardiendo en el corazón de miles de hermanos y colaboradores laicos que siguen su carisma.

Queridos hermanos, acabamos de comenzar la Cuaresma, tiempo en el que la Iglesia nos invita a profundizar en quién es Dios para nosotros. El misterio de nuestra fe se encuentra reflejado en el rostro de la Santísima Trinidad, que Jesús nos ha revelado. Dios es un Padre solícito y amoroso con sus criaturas, no un tirano cruel y vengativo que quiere castigarnos. Es nuestro “Abbá”, nuestro Padre, que quiere hacernos partícipes de su santidad.

La palabra aramea “Abbá” aparece en el Talmud, la gran recopilación de tradiciones judías, como un apelativo afectuoso del niño hacia su padre, equivalente a nuestro “papá”. Sin embargo, nunca se encuentra aplicada directamente a Dios. Es Jesús quien, con un giro revolucionario, la utiliza para dirigirse al Padre, como durante su agonía en Getsemaní, según nos relata el evangelista Marcos (14,36): “Abbá, Padre, todo es posible para ti; aparta de mí este cáliz. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”. El Apóstol Pablo retoma este término en dos ocasiones, revelándonos así nuestra realidad de hijos adoptivos de Dios y, por tanto, coherederos con Cristo, llamados a compartir su gloria.

San Juan de Dios comprendió profundamente que la naturaleza de Dios es amor y tenía la certeza de que era un hijo adoptivo del Padre, del cual solo esperaba misericordia. Creía firmemente en este amor y subrayaba las consecuencias que esta realidad conlleva para nosotros. La paternidad de Dios, que se extiende a toda la humanidad, nos introduce en la fraternidad universal. Esta voluntad divina es irrevocable: quien se niega a compartir la gracia de la salvación con todos, sin excepción, se excluye a sí mismo de aquello que pretendía negar a los demás.

Sobre la caridad fraterna nos habla el Evangelio de Lucas, que acabamos de escuchar, con la parábola del Buen Samaritano. San Juan de Dios no solo la escuchó y meditó, sino que la convirtió en un modelo de vida para él y para sus hijos espirituales.

Él, consciente de ser hijo de un Padre que lo amaba inmensamente, no podía hacer otra cosa que corresponder a ese amor volcándolo en sus hermanos más necesitados. Identificó a los golpeados y abandonados de los que habla el evangelista Lucas en los enfermos, los que sufren, los excluidos, aquellos que la sociedad marginaba, tal como sucedía con algunas categorías de enfermos en su tiempo.

El Santo se hizo prójimo de aquellos que los bienpensantes consideraban inútiles o dañinos, personas que se percibían como un peso del que había que deshacerse. Juan de Dios luchó contra los prejuicios de su época para demostrar que nadie está excluido de la caridad de Dios y que todos somos hermanos.

Queridos hermanos, que vivís inspirados en el ejemplo de entrega del Santo,

Vuestra comunión no se basa simplemente en el hecho de que trabajáis en instituciones vinculadas a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, sino en vuestra sintonía con su carisma en el servicio a los enfermos, los discapacitados y los descartados de la sociedad.

No se trata simplemente de una alianza operativa, sino de una participación libre y profunda en la dinámica espiritual de este carisma de San Juan de Dios. La convicción de pertenecer a esta comunión os hace responsables unos de otros y responsables de aquellos cuya vida se ve golpeada por la enfermedad o la discapacidad.

Pidamos al Señor que las obras que viven bajo el patrocinio de San Juan de Dios y se inspiran en su carisma puedan manifestar al mundo una verdad fundamental:

El ejercicio de la medicina y del cuidado de los enfermos requiere no solo una cualificación profesional necesaria, sino, más profundamente, una nueva calidad de relación entre hermanos, todos hijos del mismo Padre.

Os bendigo de corazón e invoco sobre vosotros la protección materna de María y de San Juan de Dios.

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