Seleccione su idioma

17 de agosto: Santa Clara de Montefalco

En su corazón, las huellas de la Pasión de Cristo

No era simbólica la cruz que llevaba en su interior, sino real, signo de su unión profunda con Cristo y de su solidaridad con el sufrimiento de toda la humanidad. Clara de Montefalco conservaba esa cruz impresa en su corazón, como pudieron comprobar sus hermanas al morir.

Clara nació en Montefalco en 1268. Con tan solo seis años decidió dejar la casa paterna para seguir a Jesús, dedicándose a la oración y a la vida en la Iglesia. Ingresó en el reclusorio fundado por su padre, Damián, donde ya vivía su hermana Juana, atraída por aquel estilo de vida marcado por la contemplación y la entrega a Dios.

Desde joven, Clara demostró ser vivaz, inteligente, generosa, siempre dispuesta a ayudar, trabajadora y obediente.

En 1280, debido al creciente número de jóvenes atraídas por el ejemplo de Clara y Juana, su padre construyó un reclusorio más amplio, donde hoy se levanta el monasterio de Montefalco.

En 1290, la comunidad adoptó la Regla de san Agustín. Al año siguiente falleció su hermana Juana, y Clara fue elegida superiora. Desde entonces guió a la comunidad con entusiasmo, como madre y como referente espiritual.

Entre 1288 y 1299 atravesó un prolongado periodo de prueba espiritual. Tras haber experimentado durante años la alegría de sentir cerca al Señor, durante once años dejó de percibir su presencia. Esa sequedad espiritual le hizo experimentar su fragilidad, pero también la grandeza de las virtudes. No fue un conocimiento aprendido, sino vivido desde lo más hondo. En medio de ese sufrimiento, a comienzos de 1294, Cristo se le apareció llevando una gran cruz y le dijo:

“He buscado un lugar fuerte donde plantar esta cruz: aquí, y no en otro sitio, lo he encontrado”.

Desde entonces, Clara solía repetir:

“Yo llevo a Jesucristo crucificado dentro de mi corazón”.

A través de esta dura prueba, Clara aprendió la humildad y se mostró aún más disponible para con sus hermanas y cuantos acudían al monasterio en busca de ayuda. Perdonaba siempre, incluso a quienes la calumniaban, y se comprometió con decisión en favor de la paz, tanto con la oración como con acciones concretas, en una época turbulenta para la región de Umbría y la Toscana.

Aunque no tenía formación académica, teólogos, sacerdotes, pecadores y santos acudían a ella en busca de consejo y consuelo.

Fue la única que reconoció el error del franciscano Fra Bentivenga da Gubbio, cabecilla de un movimiento religioso desviado que mezclaba misticismo y libertinaje. Clara lo denunció ante la autoridad eclesiástica, protegiendo así a muchas almas del peligro.

Vivió con la mirada siempre puesta en Dios, sin olvidar jamás a sus hermanos. Su amor por el Señor se tradujo en un don total de sí misma, vivido con sencillez y fidelidad en lo cotidiano.

Murió el 17 de agosto de 1308, cantando con gozo:“¡Bellísima, bellísima, bellísima vida eterna! ¡No me faltas, Señor, tan gran recompensa!”

Al día siguiente, las monjas, recordando aquellas palabras que solía repetir —“Yo llevo a Jesucristo crucificado dentro de mi corazón”—, abrieron su corazón y encontraron en él impresas las señales de la Pasión de Cristo.

Seleccione su idioma