21 de enero: Santa Inés, mártir
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Como un cordero sacrificado por Cristo
Una joven romana de trece años no dudó en sacrificar su vida para dar testimonio de su fe en Cristo. San Ambrosio, obispo de Milán, dijo de ella que era capaz de dar a Cristo un doble testimonio: el de su castidad y el de su fe (De Virginitate. II. 5-9). El Papa Dámaso escribió un epitafio en su honor.
Inés, de extraordinaria belleza, atrajo las atenciones del sobrino de Diocleciano. Pero ella había hecho voto de castidad y se había consagrado a Dios. El joven intentó utilizar la violencia contra ella, pero la muchacha lo rechazó. Ella meditó la venganza y se dirigió a Diocleciano, que hizo arrestar a la muchacha y la encerró en el burdel, donde habría sido más fácil sufrir la violencia del propio sobrino. En Occidente la tradición es que murió decapitada; en Oriente se dice que fue quemada viva.
Finalmente, un soldado con una espada le atravesó la garganta como a un cordero de sacrificio y la joven murió, en el mismo lugar donde hoy se encuentra la Cripta de Inés en Agonía, en la plaza Navona. Corría el año 305.
Su cuerpo fue trasladado a la tumba familiar en la Vía Nomentana, donde la hija del emperador Constantino erigió una basílica en su honor. En el siglo IX, los Papas llevaron la cabeza de Inés a su capilla privada, hasta que en 1900 Pío X la donó a la iglesia de la Piazza Navona, donde hoy se encuentra en un santuario especial, en la Capilla de la Sagrada Cabeza. El día de su fiesta se bendicen los corderos con los que se confeccionarán los palios del Papa y de los metropolitanos.