25 de enero: Conversión de San Pablo Apóstol
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De las tinieblas a la luz
La Iglesia celebra el 25 de enero la conversión de San Pablo en el camino de Damasco, uno de los testimonios más elocuentes de la gracia divina, que transformó a Saulo, el feroz perseguidor de los cristianos, en el Apóstol de las naciones. Este acontecimiento está narrado en los Hechos de los Apóstoles.
La festividad litúrgica de la Conversión, documentada desde el siglo VI, es propia de la Iglesia latina. El Apóstol por excelencia escribió sobre sí mismo: «He trabajado más que todos los demás apóstoles», pero también: «Soy el menor de los apóstoles, un aborto, indigno incluso de ser llamado apóstol».
En su primera carta a los Corintios (9,1-2; 15,8-14), Pablo reivindica su condición de apóstol por haber visto al Señor y porque los convertidos de Corinto lo son gracias a su apostolado. En el acontecimiento de Damasco, reconoce su encuentro con Cristo resucitado. Como los Apóstoles en Pentecostés, recibió el Espíritu Santo.
Pablo insiste repetidamente en que su condición de apóstol le fue concedida sin intermediarios. Después de su conversión en Damasco, se dirigió inmediatamente a la misión sin regresar a Jerusalén ni consultar a otros apóstoles (cf. Gál 1,15-19). Se presenta como un hombre libre, sometido únicamente a la gracia, la cual considera, junto con la fe, el fundamento de la justificación.
El camino de Damasco representa el momento fundacional de su apostolado y marca para él un verdadero punto de inflexión. Se describe a sí mismo como el menor de los apóstoles por haber perseguido a la Iglesia de Dios, pero sigue siendo apóstol, en su calidad de testigo de la Resurrección y por la gracia de Dios.
Derribado al suelo, Pablo se levanta por orden del Señor. A partir del siglo XII, los artistas comenzaron a representarlo cayendo de un caballo, aunque este detalle no se menciona en el Nuevo Testamento. Probablemente, pretendían subrayar la potencia y la repentina acción divina. Pablo, que se dirigía a perseguir a los cristianos, es derribado y ya no puede avanzar en esa dirección. Es Cristo quien lo levanta. Él, que es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), le señala una nueva “vía”: la evangelización de las naciones.
Durante tres días, Pablo quedó ciego. Bajo la acción de Cristo y a través del ministerio de Ananías, recuperó la vista, pero su visión quedó transformada. Las escamas que cayeron de sus ojos simbolizan su nueva perspectiva. Ahora ve con claridad el camino que el Señor quiere que siga. Estos tres días de oscuridad evocan la permanencia de Cristo en el sepulcro, culminando con el bautismo, del cual Pablo enseña que nos hace partícipes de la muerte de Cristo, para que, resucitados con Él por la gloria del Padre, vivamos una vida nueva (cf. Rom 6,4).
«Le hace comprender la magnitud de Aquel contra quien lucha, cuya presencia no podría soportar, ya sea en la recompensa o en el castigo. No es la oscuridad la que lo sumerge en las tinieblas, sino el resplandor de la luz lo que lo envuelve en la oscuridad». (San Juan Crisóstomo sobre la conversión de San Pablo).
El 25 de enero marca también la conclusión de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, cuyo tema este año se inspira en el pasaje del Evangelio de Juan: “¿Crees esto?” (Jn 11,26).