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2 de febrero: Presentación de Jesús en el Templo

Cristo, luz del mundo

La Iglesia celebra la Presentación de Jesús en el Templo, cuarenta días después de la Navidad. Esta festividad es más conocida como la Candelaria o fiesta de la luz, ya que está iluminada por el versículo del Evangelio de Lucas (2, 22-40), donde Simeón profetiza que Jesús es “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.

En esta fiesta también se conmemora la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, un momento de agradecimiento y renovación para todos los consagrados y consagradas.

Esta Jornada, instituida hace veintinueve años por San Juan Pablo II, es una invitación a redescubrir la belleza de la vida consagrada como un don para la Iglesia y para el mundo.

La Iglesia de Jerusalén celebraba la fiesta de la Presentación el 15 de febrero, 40 días después del nacimiento de Jesús, ya que en Oriente se celebraba el 6 de enero. Cuando esta fiesta, entre los siglos VI y VII, se extendió a Occidente, fue adelantada al 2 de febrero, dado que el nacimiento de Jesús se celebraba el 25 de diciembre.

Según la ley de Moisés, María, después de dar a luz, debía cumplir el rito de la purificación (Levítico 12,8) y el primogénito de la familia debía ser presentado como una ofrenda al Señor (Éxodo 13,12). La ley judía establecía un periodo de espera de 40 días entre el nacimiento de un niño y la purificación de su madre. Con la Presentación comienza también el misterio del sufrimiento de María, que alcanzará su culminación al pie de la cruz.

Durante este episodio en el Templo, el anciano Simeón es el primero en reconocer a Jesús como la luz del mundo y predice a María que una “espada atravesará” su alma. Esa espada será la cruz.

Las lecturas del día invitan a dejarse iluminar por el Espíritu Santo y a acoger a Cristo en la vida. Simeón se coloca en el encuentro auténtico y confiado con Dios, que le concede paz y le hace saberse amado. La liturgia nos invita a recorrer este camino, a salir al encuentro de Cristo, guiados por el Espíritu Santo, para que, al momento de abandonar este mundo, podamos repetir como Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz, según tu palabra, porque mis ojos han visto tu salvación, la que has preparado ante todos los pueblos”.

No será hasta 1372 cuando esta fiesta se asocie oficialmente con la purificación de la Virgen. En Occidente, se realizaban procesiones con antorchas encendidas como símbolo de la luz. En las iglesias, estas antorchas fueron reemplazadas por velas bendecidas que se mantenían encendidas, tanto para representar a Cristo como la luz del mundo, como para alejar al maligno, las tormentas y la muerte.

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