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30 de agosto: Beato Ildefonso Schuster

Un monje al servicio de la Iglesia

Un contemplativo al servicio de la comunidad eclesial, comprometido con la promoción de reformas e iniciativas pastorales, fiel a la Regla benedictina y al Ora et labora. Así fue el cardenal Ildefonso Schuster, en el siglo Alfredo, nacido en Roma el 18 de enero de 1880, en el seno de una familia de origen bávaro. Siendo aún niño, perdió a su padre. Gracias a la ayuda de un noble, ingresó con solo once años como alumno en el monasterio benedictino de San Pablo Extramuros. Poco después decidió hacerse monje e inició el noviciado el 13 de noviembre de 1898, tomando el nombre de Ildefonso.

Al año siguiente profesó los votos monásticos y, el 19 de marzo de 1904, fue ordenado sacerdote. Cuatro años más tarde fue nombrado maestro de novicios y posteriormente procurador general de la Congregación Benedictina Casinesa. En 1918 fue elegido abad ordinario del monasterio de San Pablo Extramuros. En aquellos años predicaba ejercicios espirituales a destacadas personalidades de la Iglesia, entre ellos el cardenal Angelo Roncalli, con quien entabló una profunda amistad. Enseñaba, escribía y publicaba obras sobre historia eclesiástica, arqueología cristiana y liturgia. Fue también presidente del Pontificio Instituto Oriental, de la Comisión Pontificia de Arte Sacro y visitador apostólico.

En el marco de este último encargo, estuvo también en Milán, donde promovió la construcción del nuevo seminario diocesano en Venegono. El 26 de junio de 1929 fue nombrado arzobispo de Milán y, el 21 de julio del mismo año, Pío XI le confirió la ordenación episcopal y lo creó cardenal. Fue el primer obispo italiano nombrado tras la firma de los Pactos de Letrán, en pleno periodo fascista. Formado en la espiritualidad benedictina, vivió su ministerio episcopal como una entrega a la santificación, inspirándose constantemente en san Carlos Borromeo. Asumió su celo por los pobres, la defensa de la fe y de la libertad de la Iglesia, el cuidado de la liturgia y de la catequesis, así como su constante cercanía al pueblo mediante visitas pastorales, que realizó hasta en cinco ocasiones por toda la vasta diócesis.

Durante la Segunda Guerra Mundial permaneció en Milán, incluso durante la ocupación alemana, y se implicó personalmente para evitar la destrucción de la ciudad. Prestó su ayuda a todos sin distinciones, aliviando sufrimientos y miserias provocadas por el conflicto. Con gran entusiasmo convocó cinco sínodos diocesanos, un concilio provincial, y organizó congresos eucarísticos y marianos. Escribió numerosas cartas dirigidas al pueblo y al clero, promovió la renovación litúrgica, construyó y consagró nuevas iglesias, apoyó la prensa católica, los centros culturales y el compromiso social.

A pesar de su intensa actividad, jamás renunció al espíritu monástico. Su fortaleza interior nacía de este profundo vínculo con la vida de oración, que se reflejaba también en su modo de ser: hábitos rigurosos, vida sencilla, desapego de las convenciones. Por razones de salud, los médicos le aconsejaron un periodo de reposo, y se retiró al seminario de Venegono, donde falleció el 30 de agosto de 1954. El 12 de mayo de 1996 fue proclamado Beato por san Juan Pablo II.

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