26 de agosto: memoria litúrgica del Beato Juan Pablo I
El espacio de una sonrisa
«El nuevo Beato vivió así: en la alegría del Evangelio, sin compromisos, amando hasta el final. Encarnó la pobreza del discípulo, que no es sólo desprendimiento de los bienes materiales, sino sobre todo superación de la tentación de poner en el centro el propio yo y buscar la propia gloria». Así se expresó el Papa Francisco, el domingo 4 de septiembre de 2022, en la Plaza de San Pedro, durante la beatificación de Juan Pablo I, nacido Albino Luciani.
En su homilía, el Pontífice destacó que el nuevo Beato «siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor manso y humilde. Se consideraba a sí mismo como el polvo sobre el que Dios se había dignado escribir». Luego recordó las palabras del Papa Luciani en la Audiencia General del 6 de septiembre de 1978: «El Señor te ha recomendado tanto: sé humilde. Aunque hayáis hecho grandes cosas, decid: somos siervos inútiles».
El Papa Francisco prosiguió destacando cómo «con una sonrisa» Juan Pablo I había sabido «transmitir la bondad del Señor». Una Iglesia es bella, añadió, «con un rostro alegre, un rostro sereno, un rostro sonriente, una Iglesia que nunca cierra sus puertas, que no endurece su corazón, que no se queja y no guarda rencor, no se enfada, no se impacienta, no se presenta hosca, no sufre de nostalgia del pasado cayendo en el indietrismo».
La fecha elegida para conmemorar al beato Juan Pablo I en la liturgia es el 26 de agosto, día en que el cardenal Albino Luciani, Patriarca de Venecia, fue elegido Papa en 1978.
En su célebre radiomensaje Urbi et Orbi, pronunciado en la Capilla Sixtina el 27 de agosto de 1978, el Papa Luciani trazó las líneas programáticas de su pontificado, con la enseña de la reforma, en sintonía con los puntos de referencia que le inspiraban: el Concilio Vaticano II y san Francisco de Sales.
En su discurso, Juan Pablo I subrayó que quería continuar «en la senda ya trazada con tanto consenso por el gran corazón de Juan XXIII» y deletreó seis veces «queremos». En primer lugar, «en la continuación de la herencia del Concilio Vaticano II, cuyas sabias normas deben aún ser guiadas hasta su culminación, cuidando de que un impulso, generoso tal vez pero improvisado, no tergiverse sus contenidos y significados, y asimismo de que fuerzas refrenadoras y tímidas no frenen su magnífico impulso de renovación y de vida». El segundo «queremos» se dirigió a la conservación «intacta» de la gran disciplina de la Iglesia, en la vida de los sacerdotes y de los fieles, que la «probada riqueza de su historia ha asegurado a lo largo de los siglos con ejemplos de santidad y heroísmo, tanto en el ejercicio de las virtudes evangélicas como en el servicio a los pobres, a los humildes, a los indefensos». En este sentido, anunció que estaba impulsando la revisión del Código de Derecho Canónico, tanto de tradición oriental como latina. El tercer «queremos» se reservó para recordar a toda la Iglesia que «su primer deber sigue siendo el de la evangelización, cuyas líneas maestras condensó Nuestro Predecesor Pablo VI en un documento memorable: animada por la fe, alimentada por la Palabra de Dios y sostenida por el alimento celestial de la Eucaristía, debe estudiar todos los caminos, buscar todos los medios, 'opportune importune', para sembrar la Palabra, anunciar el mensaje, proclamar la salvación que pone en las almas la inquietud de la búsqueda de la verdad y en esto las sostiene con la ayuda de lo alto».
De ahí la petición a todos los «hijos de la Iglesia» de ser «misioneros incansables del Evangelio», pues «surgirá en el mundo un nuevo florecimiento de santidad y de renovación, sediento de amor y de verdad». El cuarto «queremos» fue destinado a la continuación del esfuerzo ecuménico, que «consideramos consigna extrema de Nuestros inmediatos Predecesores, velando con fe intacta, con esperanza invencible y con amor incansable por la realización del gran mandato de Cristo: Ut omnes unum sint, en el que vibra la ansiedad de Su Corazón en vísperas de la inmolación del Calvario». A este respecto, observó que las relaciones mutuas entre las Iglesias de diversas confesiones han progresado de manera constante y extraordinaria, pero «la división, sin embargo, no deja de ser ocasión de perplejidad, contradicción y escándalo a los ojos de los no cristianos y de los no creyentes». El quinto « queremos “ tenía por objeto proseguir ” con paciencia y firmeza en ese diálogo sereno y constructivo “, que Pablo VI puso como fundamento y programa de su acción pastoral, dando sus líneas maestras en la Encíclica Ecclesiam suam, ” para un conocimiento mutuo, de hombre a hombre, incluso con aquellos que no comparten nuestra fe, siempre dispuestos a darles testimonio de la fe que está en nosotros y de la misión que Cristo nos ha confiado, ut credat mundus ». Por último, el último «queremos» se reservó para «alentar todas las iniciativas loables y buenas que puedan proteger y acrecentar la paz en el mundo agitado». De ahí la invitación a todos los buenos, los justos, los honrados, los rectos de corazón, a colaborar para frenar, en el seno de las naciones, «la violencia ciega que sólo destruye y siembra ruina y luto, y, en la vida internacional, llevar a los hombres a la comprensión mutua, a la unión de esfuerzos que favorezcan el progreso social, erradiquen el hambre del cuerpo y la ignorancia del espíritu, promuevan la elevación de los pueblos menos dotados de fortuna y, sin embargo, ricos en energía y voluntad».
Nacido el 17 de octubre de 1912 en Forno di Canale (hoy Canale d'Agordo), provincia de Belluno, en el seno de una familia de condición modesta, Albino Luciani fue bautizado por la partera debido al peligro inminente que corría su vida. Su padre, Giovanni, trabajó como migrante estacional en Alemania, Francia, Suiza y Argentina. Su madre, Bortola, era una ferviente católica y desempeñó un papel decisivo en el crecimiento de la fe en la familia.
En octubre de 1918, Albino comenzó la escuela primaria y, en octubre de 1923, ingresó en el seminario menor de Feltre. Cinco años más tarde, pasó al seminario gregoriano de Belluno. El 7 de julio de 1935 recibió la ordenación sacerdotal en la iglesia de San Pietro de Belluno. El 18 de diciembre siguiente, comenzó su primer destino como vicario cooperador en Agordo y profesor de religión en el Instituto Técnico Minero local. En aquel período, se inscribió en la Unión Apostólica del Clero. En julio de 1937 fue nombrado vicerrector del Seminario Gregoriano de Belluno, cargo que desempeñó durante diez años. Durante la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1944, intercedió para salvar a algunos hombres de ser fusilados.
El nuevo obispo de Belluno, monseñor Girolamo Bortignon, tenía en gran estima al padre Albino, por lo que en noviembre de 1947 lo nombró procanciller del obispado y secretario del Sínodo. El 2 de febrero de 1948 fue nombrado pro-vicario general y director de la Oficina Catequética. En diciembre de 1949, el P. Albino publicó el volumen Catequética en migajas para la formación de los catequistas. El nuevo obispo de Belluno, monseñor Gioacchino Muccin, lo nombró vicario general el 6 de febrero de 1954.
Durante esos años se dedicó también a la actividad de periodista publicista del semanario diocesano L'Amico del popolo. En 1956 organizó el primer Cineforum de la ciudad, y el 30 de junio de 1956 fue nombrado canónigo de la Catedral.
El 15 de diciembre de 1958, Juan XXIII le nombró obispo de Vittorio Veneto y, el 27 de diciembre, le confirió la ordenación episcopal en la basílica vaticana. Como lema episcopal eligió la palabra única humilitas, siguiendo el ejemplo de San Carlos Borromeo.
Al entrar en la diócesis, se comprometió en la formación del clero y de los laicos, en la catequesis, y realizó dos visitas pastorales. En el obispado encontró a las Hermanas de la Caridad, conocidas como Hermanas del Niño María, con las que estuvo en contacto hasta su muerte, en particular Sor Vincenza Taffarel, que le siguió en sus diversos viajes a Roma.
Participó en las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II de 1962 a 1965 y, el 15 de diciembre de 1969, Pablo VI lo promovió Patriarca de Venecia. Entró en la ciudad lagunar el 8 de febrero de 1970 e inició su visita pastoral el 25 de octubre. En junio de 1972 fue elegido Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana y permaneció en el cargo hasta el 2 de junio de 1975. El 16 de septiembre de 1972 recibió la visita de Pablo VI, que le impuso inesperadamente su estola ante la multitud en la plaza de San Marcos.
El 5 de marzo de 1973, el Papa Montini le erigió Cardenal del título de San Marcos. El 18 de mayo de 1975, el Patriarca realizó un viaje pastoral a Alemania, y del 6 al 21 de noviembre siguientes, un viaje a Brasil, donde se le concedió el título «honoris causa» en la Universidad Estatal de Santa María, en Rio Grande do Sul. Del 30 de septiembre al 29 de octubre asistió en Roma a la IV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre «La catequesis en nuestro tiempo».
En Venecia no faltaron problemas y situaciones conflictivas que resolver. Recordemos su gestión en favor de la enseñanza de la teología en el seminario, y de los excesos en la aplicación de la renovación litúrgica en algunas parroquias.
Siempre sostuvo y promovió la prensa católica y se dedicó a escribir artículos periodísticos en la revista Messaggero di Sant'Antonio, que recogió en el volumen Illustrissimi.
El 6 de agosto de 1978, Pablo VI murió en Castel Gandolfo. El 26 de agosto, tras sólo dos días de cónclave, el Patriarca de Venecia fue elegido Papa. Eligió el nombre de Juan Pablo I. Introdujo importantes innovaciones: no quiso celebrar el rito de la coronación, no llevó la tiara, a la que Pablo VI había renunciado en beneficio de los pobres, y dejó de utilizar el plural maiestatico en discursos y catequesis. Murió el 28 de septiembre siguiente. Sus restos mortales se conservan en las Grutas Vaticanas.