20 de agosto: San Bernardo de Claraval, Doctor de la Iglesia
El cantor de María
«Si los embates del orgullo, de la ambición, de la calumnia y de la envidia te zarandean de un lado a otro, mira la estrella, invoca a María. Si la ira, la avaricia o las pasiones sacuden la navecilla de tu alma, dirige tu pensamiento a María.
Si, turbado por la enormidad de tus pecados, confuso por la fealdad de tu conciencia, espantado por la sola idea del juicio, estás a punto de caer en el abismo de la tristeza o en el precipicio de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres, piensa en María, invoca a María. Que María esté siempre en tus labios y en tu corazón. Y para obtener su intercesión, imita su ejemplo. Si la sigues, no te desviarás; si la ruegas, no desesperarás; si la piensas, no errarás. Sostenido por ella, no caerás; protegido por ella, no temerás; guiado por ella, no te fatigarás; favorecido por ella, llegarás a puerto.» (Homilía II sobre la Anunciación, PL 183, 30)
San Bernardo de Claraval alabó a la Virgen María con palabras de extraordinaria belleza y profundidad espiritual, especialmente en su célebre comentario sobre la Anunciación, donde subraya el papel único de María en el misterio de la Encarnación.
Uno de sus textos marianos más conocidos es esta ardiente invitación a invocar a María como “Estrella del mar”, guía segura en el camino espiritual del cristiano.
San Bernardo nació en el año 1090 en el castillo de Fontaine-les-Dijon, en Borgoña, en el seno de una familia noble. Era el tercero de siete hermanos. Su padre, Tescelino, era caballero al servicio del duque de Borgoña; su madre, la beata Aleth de Montbard, pertenecía también a la nobleza.
Hacia el año 1100, Bernardo fue enviado a estudiar a la escuela de los canónigos de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, donde recibió una sólida formación clásica y religiosa: estudió la Biblia, a los Padres de la Iglesia y a autores latinos como Virgilio, Cicerón y Séneca.
La muerte de su madre, cuando tenía unos dieciséis años, le afectó profundamente. Tras un breve período de vida mundana, en 1112, con veintidós años, decidió ingresar en la abadía de Cîteaux, acompañado por una treintena de jóvenes, entre ellos tres de sus hermanos.
Cîteaux había sido fundada en 1098 con el deseo de vivir la Regla de san Benito con mayor rigor, dando prioridad a la pobreza, el trabajo y la vida común.
A pesar de su origen noble, Bernardo no dudó en realizar las tareas más humildes. Su frágil salud hizo difícil su adaptación, pero encontró fortaleza en el estudio de las Escrituras y de los Padres de la Iglesia. Emitió la profesión monástica en 1114.
En 1115, el abad Esteban Harding le envió a fundar una nueva abadía en la región de Champaña: Clairvaux (“valle clara”), donde Bernardo fue ordenado sacerdote y nombrado abad. Los primeros años fueron muy duros: las condiciones eran extremas y los recursos, escasos. Los monjes sobrevivían con alimentos sumamente humildes.
Un día, según la tradición, la comunidad recibió milagrosamente una donación exactamente igual a la cantidad necesaria para sus necesidades, tras haberse encomendado a la oración. Este acontecimiento contribuyó a la fama de Bernardo como taumaturgo. Su padre y otros dos de sus hermanos se hicieron monjes en Clairvaux. Su hermana Humbelina, que inicialmente se mostraba renuente, se convirtió y abrazó la vida monástica tras un emotivo encuentro con su hermano.
En 1119, Bernardo participó en el primer capítulo general de la Orden del Císter, en el que se establecieron las normas comunes mediante la Charte de charité, redactada por Harding. Bernardo fue uno de los principales artífices de la expansión de la Orden: desde Clairvaux, fundó nada menos que 72 monasterios en toda Europa. A su muerte, en 1153, se contaban ya 160 abadías derivadas de Clairvaux.
Bernardo se dedicó también a la redacción de tratados y homilías, llenos de citas bíblicas. Mostraba una especial predilección por el Cantar de los Cantares y por San Agustín. Defendía con firmeza la austeridad cisterciense, en contraposición al estilo más suntuoso de los monjes de Cluny, que recurrían al arte y la belleza en sus liturgias. En particular, en su Apología a Guillermo de Saint-Thierry, criticó estas prácticas, que consideraba distracciones frente a la oración. El enfrentamiento con el benedictino Pedro el Venerable, abad de Cluny, fue intenso pero respetuoso, y con el tiempo ambos llegaron a estimarse mutuamente.
Bernardo manifestó siempre un profundo interés por la reforma moral del clero. Escribió numerosas cartas a los obispos exhortándolos a la santidad. Él mismo llevó una vida extremadamente austera, hasta el punto de perjudicar gravemente su salud. Padeció de problemas estomacales durante toda su existencia. Para protegerle, el obispo Guillermo de Champeaux le construyó una pequeña celda fuera del monasterio y le impuso una dieta menos rigurosa. No obstante, Bernardo apenas mejoró.
Su ejemplo inspiró a muchos, entre ellos el beato Guillermo de Saint-Thierry, abad cluniacense que se hizo cisterciense en 1135, incluso en contra del parecer del propio Bernardo.
San Bernardo es una figura central de la espiritualidad medieval. Defensor de la pobreza evangélica, promotor de la reforma eclesial, fundador incansable y escritor profundo, es considerado uno de los mayores santos del siglo XII.
En 1152, san Bernardo cayó gravemente enfermo, y todos pensaron que su muerte era inminente. Sin embargo, el obispo de Metz le suplicó intervenir para poner fin a una guerra civil que asolaba su diócesis. Movido por la compasión, Bernardo, aunque muy debilitado, se levantó del lecho, acudió al lugar del conflicto, cumplió su misión y regresó a Clairvaux completamente exhausto.
Sus monjes se congregaron en torno a su lecho, implorándole que no los abandonara. Bernardo, dividido en su interior, pronunció estas palabras como despedida:
«No sé a quién obedecer: si al amor de mis hijos que me piden que me quede, o al amor de Dios que me llama hacia Él…».
Murió el 20 de agosto de 1153, a los 63 años, rodeado de sus hermanos en la fe. Fue canonizado en 1174 por el Papa Alejandro III y proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa Pío VIII en 1830.
