16 de abril: San Benito José Labre

El mendigo y peregrino de Dios
En nuestra época se le habría calificado de trotamundos, pues amaba recorrer a pie los principales santuarios de Europa: desde Santiago de Compostela hasta Loreto, desde Roma hasta el Gargano. En menos de quince años, se calcula que recorrió miles de kilómetros, hasta que finalmente se estableció en Roma.
Se trata de san José Benito Labre, conocido como el mendigo de Dios o el vagabundo del Señor. En un primer momento, encontró refugio bajo un arco del Coliseo, y la gente le llevaba limosnas que él, con admirable generosidad, redistribuía entre quienes consideraba más pobres que él. Posteriormente, se instaló cerca de la basílica de los santos Silvestre y Martín, en el barrio romano de Monti.
Había nacido el 26 de marzo de 1748 en Amettes, al norte de Francia, siendo el primogénito de quince hermanos. Desde muy niño vivió bajo el signo de la fe, hasta el punto de que en su familia se pensaba que acabaría siendo sacerdote. Estudió durante seis años con su tío, que era párroco, y a los dieciocho años decidió ingresar en un monasterio. Intentó ingresar en la Cartuja, pero no tuvo éxito; lo intentó luego en La Trappe, pero los superiores consideraron que no debía ser admitido debido a su delicada salud y a un carácter excesivamente austero. Sin embargo, estos rechazos no apagaron su esperanza en Dios: estaba convencido de que, si el Señor le había inspirado el deseo de seguirle, también le mostraría el camino para hacerlo. A los veintiún años escribió a sus padres: «Tendré siempre el temor de Dios ante mis ojos y su amor en mi corazón».
Entonces se lanzó a recorrer los caminos de Europa como mendigo y peregrino, sin olvidar jamás a los más necesitados. Su fama de santidad se propagaba por dondequiera que pasaba. Ingresó en la Tercera Orden Franciscana y se entregó sin reservas a la oración y a la contemplación.
El 16 de abril de 1783, Miércoles Santo, José Benito, muy debilitado, deseaba con todo su corazón escuchar el relato de la Pasión en la iglesia de Santa María in Monti, pero no pudo llegar: cayó desplomado en las escaleras del templo. Fue llevado a casa del carnicero Zaccarelli, que lo conocía bien; allí recibió la unción de los enfermos y entregó su alma a Dios. Tenía tan sólo treinta y cinco años.
Durante su funeral, la iglesia se llenó hasta los topes. Muchos niños salieron corriendo por las calles gritando: «¡Ha muerto el santo!», «¡El peregrino de la Virgen!», «¡El pobre de las Cuarenta Horas!», «¡El penitente del Coliseo!».
Pío IX lo beatificó el 20 de mayo de 1860, y fue canonizado por León XIII el 8 de diciembre de 1881. Ese mismo día, el poeta Paul Verlaine le dedicó un poema en honor del nuevo Santo.