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5 de abril: San Vicente Ferrer

El ángel del Apocalipsis

Fue conocido como el ángel del Apocalipsis por sus ardientes sermones sobre las postrimerías y el destino eterno que aguarda a la humanidad. Exhortaba a sus contemporáneos a vivir en coherencia con la fe profesada, anunciando el Evangelio con vigor y valentía, sin amedrentarse ante los poderosos de su tiempo.

Hablamos de San Vicente Ferrer, nacido el 23 de enero de 1350 en Valencia, hijo de don Guillermo Ferrer y de doña Constanza Miguel.

Desde muy niño manifestó una inclinación profunda por las cosas de Dios y la oración. Tras completar con brillantez sus estudios, el 6 de febrero de 1368 ingresó en la Orden de Predicadores (dominicos). Completó su formación en Barcelona, Lérida y Toulouse, y a partir de 1385 comenzó a enseñar Teología en Valencia.

La época en la que vivió fue particularmente agitada para la Iglesia. A la muerte del papa Gregorio XI, el 27 de marzo de 1378, los cardenales —en su mayoría franceses— eligieron a Bartolomeo Prignano, que adoptó el nombre de Urbano VI. Sin embargo, cinco meses después, en Fondi, los mismos cardenales, reunidos en un nuevo cónclave, declararon inválida aquella elección y proclamaron papa a Roberto de Ginebra, que tomó el nombre de Clemente VII y reinstauró la sede pontificia en Aviñón.

Así dio comienzo el Cisma de Occidente, que dividió a la cristiandad entre quienes reconocían al Papa de Roma y quienes apoyaban al antipapa de Aviñón. El pueblo, guiado por la buena fe, solía seguir al pontífice respaldado por su propio soberano. Vicente, súbdito del rey de Aragón, se alineó inicialmente con el antipapa de Aviñón. En los primeros años del cisma, fue consejero del cardenal aragonés Pedro Martínez de Luna, estrecho colaborador de Clemente VII. A la muerte de este último, en 1394, Martínez de Luna fue elegido antipapa con el nombre de Benedicto XIII, y nombró a Vicente Ferrer su confesor personal.

No obstante, tras tres años en la Curia avignonense, profundamente decepcionado por la actitud de Benedicto XIII, Vicente la abandonó para dedicarse por completo a la predicación. Se implicó activamente en la búsqueda de una solución al Cisma de Occidente, intentando mediar entre Gregorio XII, papa de Roma, y el antipapa de Aviñón. Al no lograrlo, trató de convencer personalmente a Benedicto XIII de que renunciase. Ante su negativa, persuadió al rey de Aragón para que dejara de sostenerle. En efecto, Fernando I reconoció en 1415, durante el Concilio de Constanza, la elección de Martín V, abandonando así a Benedicto XIII.

Fiel a su lema —"Temed a Dios y dadle gloria”—, Vicente dedicó su vida a predicar en plazas e iglesias, llamando a los fieles a una conversión auténtica a la luz del Evangelio. A sus sermones se atribuían numerosas conversiones y milagros. Eran tantos, que su superior llegó a prohibirle obrar más. Se cuenta que un día, al pasar por una calle, un albañil cayó desde un andamio; Vicente lo detuvo en el aire con un gesto de su mano y corrió a pedir al prior permiso para salvarle la vida. Por eso, en la iconografía tradicional, se le representa con el brazo alzado y el dedo señalando al cielo, símbolo también de la meta eterna.

Falleció el 5 de abril de 1419 en Vannes, Bretaña, donde se conservan algunas de sus reliquias en la catedral de la ciudad.

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