15 de mayo: San Isidro Labrador

Trabajo y oración: camino de santidad
Fue un humilde labrador, paupérrimo, que no escatimaba esfuerzos ni sacrificios para llevar a casa un pedazo de pan que comer. Sin embargo, había descubierto a Cristo, y todo lo demás le parecía insignificante en comparación con la amistad con Él. Se llamaba Isidro. Nació hacia el año 1080 en Madrid, que entonces no era la capital de España, sino una ciudad más entre tantas otras.
Sus padres eran campesinos muy pobres, que no pudieron enviarlo a la escuela, pero le transmitieron la única riqueza que poseían: la fe. Le enseñaron a orar, a participar en la Misa, a practicar la caridad con los más necesitados.
Huérfano desde los diez años, entró pronto al servicio en el campo. Debido a las invasiones árabes en la península ibérica, Isidro abandonó Madrid y se refugió en Torrelaguna, una localidad situada a unos 60 kilómetros al noreste. Allí conoció a María Toribia, conocida también como Santa María de la Cabeza, con quien contrajo matrimonio y tuvo un hijo llamado Illán. En una ocasión, el pequeño cayó en un pozo y fue salvado milagrosamente gracias a las oraciones de su padre. Ambos esposos vivieron su vida cristiana con fervor y, a pesar de su pobreza, siempre encontraban la manera de ayudar a quienes estaban aún peor que ellos. María de la Cabeza fue declarada beata por el papa Inocencio XII en 1697.
Isidro trabajó como jornalero en las tierras de don Juan de Vargas, propietario de una hacienda. Su vida transcurría entre la Misa, la oración y el trabajo en el campo. Se cuenta que, en cierta ocasión, sus compañeros lo acusaron ante el patrón de dedicar más tiempo a la oración que al trabajo. Entonces, el dueño decidió observarle y comprobó que, antes de dirigirse al campo, Isidro visitaba varias iglesias, e incluso en medio de las labores interrumpía el trabajo para rezar. Sin embargo, de manera sorprendente, sus tareas nunca quedaban retrasadas. La tradición cuenta que los ángeles araban por él.
De regreso a Madrid, al sentir que se acercaba su hora, pidió confesarse y exhortó a todos a amar a Dios y a ejercitar la caridad. Falleció el 15 de mayo de 1130. Su cuerpo fue hallado incorrupto cuarenta años después, pese a haberse encontrado en un lugar que había sido inundado. El rey de España, Felipe III, gravemente enfermo, pidió que le llevaran el cuerpo de Isidro a su lecho. En cuanto los restos llegaron a su presencia, el monarca sanó. Gracias a este y otros milagros atribuidos a su intercesión, el papa Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622, junto con Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
Sus restos mortales se veneran en la iglesia madrileña de San Andrés. Es patrono de los agricultores, campesinos y de la ciudad de Madrid.