20 de mayo: San Bernardino de Siena

El Apóstol del Nombre de Jesús
Recorrió la Italia de su tiempo predicando e invitando a la conversión, a la reconciliación y al regreso a Dios. Fue un apóstol de la devoción al Nombre de Jesús, que condensó en el trigrama “IHS”, inscrito en el interior de un sol con doce rayos. Es Bernardino de Siena, fraile menor de la Observancia, quien procuró, en primer lugar, reconducir a sus conciudadanos a la amistad con Dios, y después, a las multitudes que acudían a escuchar sus sermones en toda la Península.
Nacido en Massa Marittima, Toscana, en el seno de la noble familia Albizzeschi, el 8 de septiembre de 1380, quedó huérfano a temprana edad. Fue acogido por dos tías, que lo llevaron a vivir a Siena. Dedicado al estudio de la filosofía y el derecho, se sintió atraído por las cosas de Dios y entró en la Cofradía de los Disciplinados de Santa María della Scala, una asociación de jóvenes flagelantes. Durante la peste que azotó Siena en el año 1400, se distinguió por su entrega al cuidado de los enfermos, hasta el punto de que se le confió la dirección del hospital della Scala. La experiencia de la epidemia y sus devastadoras consecuencias marcaron su conversión. Ingresó en la Orden Franciscana en 1402 y pidió realizar el noviciado en el convento del Colombaio, en el territorio de Seggiano, en el monte Amiata, donde se vivía según la Observancia, caracterizada por la absoluta pobreza y austeridad, con el fin de ser más fieles a la Regla y al Testamento de San Francisco.
En septiembre de 1403 profesó sus votos, y al año siguiente recibió la ordenación sacerdotal. Fue uno de los principales impulsores de la reforma de la Observancia, que, gracias a él, alcanzó una notable popularidad. En 1404 fue ordenado sacerdote y recibió el encargo de predicar, lo que le valió ser considerado patrono de los publicistas. Llamaba a la población a la necesidad de la penitencia, denunciando el juego de azar, el lujo, la usura, la hechicería, la superstición y las divisiones. Insistía también en condenar la blasfemia, el pecado en general y exhortaba al cumplimiento del precepto dominical. Logró aplacar enfrentamientos, reconciliar enemistades, obtener restituciones y suprimir juegos inmorales.
En sus predicaciones, Bernardino combinaba palabras y gestos. Había escogido lo que hoy llamaríamos un “logotipo”: una tablilla con el trigrama “IHS”, es decir, “Jesús Salvador de los hombres”, rodeado por un sol. Su objetivo era hacer comprender que, mediante su muerte en la cruz, Jesús es el Salvador de la humanidad y, por tanto, el sol del alma. En uno de sus sermones, Bernardino explicó el sentido de esta devoción: “Es preciso conocer este Nombre, para que brille y no se calle”. El trigrama se colocaba en todos los lugares públicos y privados, sustituyendo los escudos de las familias y de los gremios enfrentados entre sí.
En 1411 enfermó de peste, lo que le obligó a interrumpir su predicación durante algunos años. En 1416 la reanudó, llegando a congregar a más de treinta mil fieles en las plazas principales de las ciudades italianas. El 22 de julio de 1438 fue elegido vicario general de los Frailes Menores Observantes, y eligió como asistente a San Juan de Capistrano. Durante su mandato, los conventos de la Observancia pasaron de 20 a 200. Rechazó en tres ocasiones el episcopado: de Siena, Ferrara y Urbino.
Murió el 20 de mayo de 1444 en L’Aquila, donde está sepultado en el convento de San Francisco. Pidió ser enterrado en tierra desnuda, como el Pobrecillo. Alrededor de su cuerpo se produjeron decenas de milagros. Fue canonizado tan solo seis años después, el 24 de mayo de 1450, por Nicolás V.