2 de abril: San Francisco de Paula

Un ermitaño, defensor de los pobres y oprimidos
Es conocido como un gran taumaturgo. Su vida está plagada de prodigios que realizó, sobre todo, en favor de los pobres y oprimidos, convirtiéndose en su defensor. Se trata de San Francisco de Paula, llamado así por haber nacido en la localidad calabresa de Paola, el 27 de marzo de 1416, en el seno de una familia católica de terratenientes. Desde temprana edad, la presencia de Dios irrumpió en su existencia. Ya adultos, sus padres recurrieron a la intercesión de san Francisco de Asís para obtener descendencia. Cuando nació su primogénito, en señal de gratitud al Santo, le pusieron por nombre Francisco.
Aún siendo niño, contrajo una grave infección ocular que amenazaba con dejarle ciego. Su madre invocó a san Francisco de Asís para que intercediera por su curación, y prometió que, si sanaba, enviaría a su hijo como oblato durante un año a un convento franciscano. Al recuperar la salud, a la edad de trece años, Francisco cumplió el voto viviendo un año en el convento de San Marco Argentano, en la provincia de Cosenza. Al término del año, los frailes quisieron retenerle con ellos, pero él sentía en su interior el llamado a una vida aún más radical y austera.
En 1430, realizó junto a su familia una peregrinación a Asís, Loreto, Roma, Montecassino y Monte Luco, con sus eremitorios. Quedó profundamente impresionado por la vida de los anacoretas y su elección de soledad, aunque experimentó una gran desilusión ante los lujos que vio en Roma. De regreso a su ciudad natal, decidió vivir como ermitaño en un terreno de propiedad familiar, causando asombro entre los vecinos por la dureza de su vida.
Un grupo de hombres, atraídos por su modo de vivir, formó el primer núcleo del nuevo Instituto, que fue reconocido por el arzobispo de Cosenza, monseñor Pirro Caracciolo. Comenzó entonces un importante flujo de peregrinos hacia Paula, hasta el punto de que el papa Paulo II, a comienzos de 1467, envió un visitador apostólico para investigar la vida de Francisco. El informe fue favorable.
El 17 de mayo de 1474, el movimiento obtuvo el reconocimiento pontificio con el nombre de Congregación Eremítica Paulina de San Francisco de Asís. Fue Alejandro VI quien, el 26 de febrero de 1493, aprobó la regla redactada por Francisco, que, además de los tres votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia, incluía un cuarto voto: el de vivir perpetuamente en estado de Cuaresma, con abstinencia total de carne y de sus derivados, salvo en caso de enfermedad. La regla fue definitivamente aprobada por Julio II el 28 de julio de 1506, con lo cual se reconocieron también el Segundo y el Tercer Orden. La Congregación pasó a llamarse Orden de los Mínimos.
La presencia de Francisco se convirtió en Paula, entonces parte del Reino de Nápoles, no solo en un faro de fe, sino también en un importante punto de referencia social. Era considerado el único defensor del pueblo frente a los abusos de los poderosos.
La fama de Francisco se extendió incluso hasta la corte de Francia, donde el rey Luis XI, gravemente enfermo, pidió al papa Sixto IV que le enviara al ermitaño para que lo curase. El Pontífice y el rey de Nápoles vieron en esta solicitud una oportunidad para estrechar los lazos diplomáticos con el reino francés. Francisco, sin embargo, no deseaba partir, y solo aceptó hacerlo por obediencia al Papa.
Partió de Paula el 2 de febrero de 1483 y, a su paso por Nápoles, fue recibido con un homenaje triunfal. En Roma, fue acogido por Sixto IV, quien le confió misiones delicadas. Zarpó desde Civitavecchia y llegó a Provenza, entonces asolada por la peste negra. Curó a los enfermos de la ciudad de Bormes mediante la imposición de manos y, posteriormente, a su llegada a Fréjus, en 1482, salvó también esa localidad de la epidemia.
Al llegar al castillo de Plessis-les-Tours, el rey Luis XI se arrodilló ante él y le pidió la bendición. El monarca no sanó, pero la presencia de Francisco en la corte favoreció un acercamiento diplomático entre Francia, el Papa, el Reino de Nápoles y España.
A pesar de no conocer la lengua francesa, Francisco ofreció consejo espiritual a todos los que acudían a él: sabios, nobles y gente del pueblo. Su estilo de vida austero y radical fascinó a numerosos hombres, que ingresaron en su Orden, la cual adoptó una forma de vida cenobítica. Francisco falleció el 2 de abril de 1507, en Plessis-les-Tours, a los 91 años de edad, y fue sepultado en la iglesia de los Mínimos.