19 de mayo: Crispín de Viterbo, Fraile Menor Capuchino

El limosnero de Dios
«La omnipotencia de Dios nos crea, la sabiduría nos gobierna, la misericordia nos salva». Así solía repetir a cuantos encontraba fray Crispín de Viterbo. Sencillo hermano lego de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos, destinado a la limosna, al servicio de los enfermos y al cuidado de la huerta del convento, fray Crispín (Pietro) Fioretti nació en Viterbo el 13 de noviembre de 1668. Su padre, Ubaldo Fioretti, había contraído matrimonio con Marzia, viuda ya con una hija. Pronto quedó huérfano de padre, y fue su tío Francisco quien se hizo cargo de él, enviándolo a la escuela regentada por los jesuitas. A la par, Crispín trabajaba como aprendiz de zapatero en el taller de su tío.
Hasta los veinticinco años permaneció al servicio del taller, hasta que decidió ingresar en la Orden de los Frailes Menores Capuchinos. El 22 de julio de 1693 recibió el hábito, como hermano lego, en el convento de la Palanzana, en Viterbo, y al año siguiente emitió la profesión religiosa. Tomó el nombre de Crispín en religión, en honor al patrón de los zapateros. De 1694 a 1697 residió en el convento de Tolfa, para ser después trasladado a Albano, donde permaneció seis años. Otros seis años vivió en el convento de Monterotondo y, a partir de 1709, fue destinado a Orvieto, donde residió cerca de cuarenta años, salvo un breve período en Bassano Romano, a fines de 1715, y en Roma, de mayo a octubre de 1744.
Hasta 1710 desempeñó el oficio de hortelano del convento, siendo luego destinado a la limosna. Mientras recorría la ciudad y sus alrededores, prodigaba perlas de sabiduría espiritual. Frecuentemente, para infundir ánimo, decía: «La divina Providencia cuida de nosotros más de lo que nosotros cuidamos de ella». Cuando le preguntaban cómo lograba alimentar a tantos frailes con la sola limosna, Crispín respondía que él no se preocupaba de nada, pues Dios, la Virgen y san Francisco se ocupaban de todo.
Era profundamente devoto de la Virgen María, a quien dedicaba pequeños altares que levantaba allí donde podía. Salvó a muchos recién nacidos abandonados, llevándolos a los hospitales más cercanos. En una ocasión halló un niño a la puerta del convento, y de él se ocupó toda su vida, dándole el sobrenombre de Crispinello. Siguiendo las huellas de san Francisco de Asís, gustaba de escuchar el canto de los pajarillos, que consideraba como la alabanza que toda la creación eleva a la Virgen. Era conocido como gran taumaturgo, por lo que la gente, al verle pasar por las calles, se le acercaba para cortar pedacitos de su sayal y guardarlos como reliquias. Él se esquivaba diciendo que los milagros sólo los hace san Francisco.
Su salud nunca fue robusta, de modo que, en 1748, fue trasladado a la enfermería de los Frailes Menores Capuchinos en Roma. Alrededor de su lecho, los hermanos creían que iba a morir, y el enfermero le instó a prepararse. Era el 18 de mayo, pero él les tranquilizó asegurándoles que no moriría aquel día, «para no turbar la fiesta de san Félix» de Cantalicio. Y, en efecto, falleció el 19 de mayo de 1750. San Juan Pablo II lo canonizó el 20 de junio de 1982.