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22 de mayo: Santa Rita de Casia

Mujer del diálogo y de la paz

Esposa, madre, viuda, monja. Este fue el itinerario humano que llevó a Rita a convertirse en Santa. Es una de las mujeres más conocidas del mundo y, sin duda, una de las más queridas e invocadas por la comunidad eclesial después de la Virgen María. Un ejemplo de fe inquebrantable en Dios, de amor apasionado, hasta el punto de compartir con Cristo, durante quince años, una espina de su corona.

Su nombre de nacimiento era Margarita Lotti, hija de Antonio y Amata Ferri. Nació en 1381 en Roccaporena, cerca de Casia. Su familia era acomodada, y sus padres habían sido designados por el municipio como pacificadores, encargados de resolver conflictos entre familias y evitar venganzas sangrientas.

Fue bautizada en la iglesia agustiniana de San Juan Bautista, y fue allí donde recibió su formación religiosa y su devoción a san Agustín, san Juan Bautista y san Nicolás de Tolentino.

A los 16 años, se casó con Paolo di Ferdinando di Mancino, un joven gibelino. Con el tiempo, consiguió orientar su vida hacia Dios. En un contexto de venganzas familiares, Paolo cayó víctima de una emboscada, hacia 1406. Margarita alcanzó a verlo morir y escondió su camisa ensangrentada para que sus dos hijos —Giangiacomo y Paolo María— no la vieran y no buscaran venganza.

Por su parte, Margarita perdonó a los asesinos de su marido, distanciándose así de la familia Mancini. Por desgracia, sus cuñados habían decidido vengar la muerte de Paolo, y temía que sus hijos quedaran atrapados en esa espiral de violencia. No perdió tiempo y se entregó a la oración para que el Señor protegiera a sus hijos del deseo de venganza. Poco después, ambos murieron a causa de una enfermedad.

Quedándose sola, su vida cambió radicalmente. Se consagró a la oración y a la vida sacramental. Poco a poco, creció en ella el deseo de vivir únicamente para el Señor.

Decidió ingresar en el monasterio agustino de Santa María Magdalena. Tenía entonces unos 36 años, pero no fue fácil cumplir su deseo: sus solicitudes fueron rechazadas hasta tres veces, probablemente porque las monjas temían verse envueltas en las disputas familiares. Margarita no se desanimó. Intensificó su oración y se encomendó a sus tres santos protectores: san Agustín, san Juan Bautista y san Nicolás de Tolentino. El giro decisivo se produjo cuando la familia Mancini se reconcilió públicamente con sus adversarios.

Hacia el año 1407, Margarita comenzó una nueva vida en el monasterio de Santa María Magdalena, donde recibió el nombre de Rita, el hábito religioso y la Regla de san Agustín. Permaneció allí durante cuarenta años, entregada a la contemplación, a la oración, a la penitencia y a la caridad fraterna.

Se cuenta que, durante el noviciado, la madre abadesa, para probar su obediencia, le ordenó plantar y regar una rama seca. Rita cumplió el encargo sin vacilar, y, para sorpresa de todos, de aquella rama sin vida brotó una vid.

Enamorada de Cristo, le pidió participar más íntimamente en su Pasión. Un día de 1432, mientras oraba ante el Crucifijo, una espina se le clavó en la frente. Nunca la abandonó. Solo desapareció en el único viaje que hizo a Roma para la canonización de san Nicolás de Tolentino; la herida desapareció antes de partir y volvió a aparecer tras su regreso a Casia.

En enero de 1457, ya gravemente enferma, pasaba la mayor parte del tiempo en su celda, rezando por sus hijos y por su marido. La tradición cuenta que, un día, pidió a una pariente que la visitaba que le llevara una rosa y dos higos de su huerto en Roccaporena. Aunque la petición parecía absurda en pleno invierno, la pariente fue al huerto y, sorprendentemente, encontró los higos y la rosa, que llevó a Rita. Ella comprendió entonces que el Señor había acogido sus oraciones y había salvado a sus seres queridos.

Agotada físicamente, Rita murió en la noche del 21 al 22 de mayo de 1457. Se dice que, en el momento de su muerte, las campanas del monasterio comenzaron a sonar por sí solas, convocando al pueblo a rendir homenaje a aquella monja que tanto había rezado por su tierra.

Ya en el año de su muerte, las autoridades municipales comenzaron a recopilar los milagros atribuidos a Rita, como el caso de un ciego que recuperó la vista, recogido en el Codex miraculorum. Los fieles comenzaron a invocarla contra la peste, ya que en vida había asistido a los apestados sin contagiarse. Así nació su fama como Santa de los casos imposibles.

El proceso de beatificación se inició el 19 de octubre de 1626, bajo el pontificado de Urbano VIII, quien había sido obispo de Spoleto entre 1608 y 1617. El 2 de octubre de 1627, Urbano VIII concedió a la diócesis de Spoleto y a la Orden de san Agustín la facultad de celebrar la misa en honor de la Beata Rita. Hubo que esperar hasta el 24 de mayo de 1900 para que León XIII la proclamara Santa.

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