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4 de julio: Santa Isabel de Portugal

Del trono a la pobreza franciscana

Isabel de Aragón, reina de Portugal, se distinguió por su empeño en promover la paz entre los monarcas de su tiempo y por su generosidad hacia los pobres. Tras la muerte de su esposo, el rey Dionisio, decidió consagrar su vida a Dios ingresando en la Tercera Orden de Santa Clara, en el convento de Estremoz que ella misma había fundado.

Conocida también como Santa Isabel de Portugal (en portugués Isabel de Aragão y en catalán Elisabet d’Aragó), nació en Zaragoza el 4 de enero de 1271. Era la tercera hija del rey Pedro III el Grande, soberano de Aragón y Valencia y conde de Barcelona, y de su esposa Constanza de Sicilia.

Sobrina de Santa Isabel de Hungría, de quien heredó el nombre elegido en su honor, fue dada en matrimonio con tan solo doce años al rey Dionisio de Portugal, con quien tuvo dos hijos. Su matrimonio estuvo marcado por las infidelidades del monarca, pero Isabel supo afrontar aquella situación con fe y espíritu cristiano, virtudes que la condujeron a la santidad. Fue una mujer profundamente compasiva y pacificadora, capaz de encarnar y testimoniar de forma singular la espiritualidad franciscana incluso en el entorno cortesano, a menudo caracterizado por el orgullo, las rivalidades y las tensiones políticas.

Desempeñó un papel clave como mediadora en el seno de su propia familia y, como consejera del rey, contribuyó a atenuar las tensiones políticas entre Aragón, Portugal y Castilla. Durante su reinado, impulsó la construcción de hospitales, monasterios e iglesias, se ocupó de los huérfanos y encargó a su limosnero que jamás dejara a un pobre sin ayuda ni consuelo.

Isabel conoció también la experiencia de la prisión: engañado por las calumnias de algunos cortesanos hostiles, el rey Dionisio llegó a encerrarla durante un tiempo en una fortaleza, convencido de que ella apoyaba en secreto a su hijo Alfonso, quien se había rebelado por temor a ser desheredado. La tensión entre padre e hijo desembocó en una guerra civil. En 1323, con los ejércitos ya dispuestos para el combate en las cercanías de Lisboa, fue precisamente Isabel quien logró evitar el enfrentamiento, interponiéndose entre ambos bandos. Con la fuerza de la oración y de su paciencia cristiana, consiguió finalmente conmover el corazón del rey, que se reconcilió con ella y emprendió un camino de conversión. Isabel permaneció a su lado hasta su muerte, ocurrida en 1325.

Ya viuda, Isabel distribuyó sus bienes entre los pobres y los conventos, y se convirtió en terciaria franciscana. Realizó una peregrinación al Santuario de Santiago de Compostela, donde depositó simbólicamente la corona real, y se retiró al monasterio de clarisas de Coímbra, fundado por ella misma.

Falleció el 4 de julio de 1336 en Estremoz, Portugal, y su cuerpo fue trasladado posteriormente al monasterio de Santa Clara de Coímbra. Durante una exhumación llevada a cabo en 1612, en el marco del proceso de canonización, su cuerpo fue hallado incorrupto.

Fue canonizada por el papa Urbano VIII en 1625.

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