12 de enero, San Antonio María Pucci, de la Orden de los Siervos de María
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El “Curita” que se entregó por completo a sus feligreses
Nunca se echó atrás ante las necesidades de su pueblo. Se entregó totalmente a todos con caridad, llegando incluso a donar sus propias vestiduras para ayudar a los pobres. Enfrentó con valentía la hostilidad de algunos ciudadanos anticlericales y, mientras distribuía alimentos por las calles de Viareggio, llegó a ser agredido con palos. Para todos, era conocido como el Curita y lo identificaban con la presencia de Dios entre la gente. Era el padre de los más pobres, el apoyo de los marineros que afrontaban las inclemencias del tiempo para alimentar a sus familias. Todos sabían que podían contar con la oración de este fraile, de baja estatura, pero con un corazón grande y siempre abierto a las necesidades ajenas.
San Antonio María Pucci, cuyo nombre de nacimiento era Eustachio, nació el 16 de abril de 1819 en Poggiole di Vernio, en los Apeninos toscanos, en el seno de una humilde familia campesina, rica en fe. Su padre era sacristán del pueblo, pero cuando supo que su hijo deseaba hacerse fraile, se opuso firmemente. Solo la intervención del párroco logró resolver la situación, ya que en aquellos tiempos de hambre y miseria, dos brazos adicionales en la familia eran de gran ayuda.
Fue precisamente el párroco quien acompañó al joven Eustachio al convento de la Santísima Anunciación de los Siervos de María en Florencia. Tenía 19 años cuando concluyó el noviciado, pero tuvo que esperar a cumplir los 24 para hacer su profesión religiosa, de acuerdo con la legislación del Gran Ducado de Toscana. Durante este tiempo, fue enviado al convento de Monte Senario para completar sus estudios filosóficos y teológicos.
Fue ordenado sacerdote en 1843 y, tras celebrar su primera misa en su pueblo natal, fue destinado como vicario a la iglesia de San Andrés de Viareggio. El 25 de julio de 1847, con 28 años, asumió oficialmente el cargo de párroco, permaneciendo allí hasta su muerte.
Organizó diversas asociaciones, implicando activamente a los laicos en el apostolado. Fundó para los jóvenes la Compañía de San Luis y la Congregación de la Doctrina Cristiana; para los hombres, la Compañía de María Santísima Dolorosa; y para las mujeres, la Congregación de las Madres Cristianas.
Se entregó sin reservas al servicio de los demás, a pesar de trabajar en un entorno a menudo hostil al clero y a la religión, marcado por fuertes tensiones sociales. Vivió en extrema pobreza: su cama estaba hecha de hojas de maíz y poseía únicamente un pequeño escritorio y un reclinatorio. Rico en la gracia de Dios, se dice que en ocasiones fue visto elevándose del suelo mientras oraba. A todos recomendaba confiar en la Virgen Dolorosa, difundiendo con fervor su devoción entre el pueblo.
Durante la epidemia de cólera de 1854, se dedicó incansablemente a asistir a los enfermos. En enero de 1892, al acudir a ayudar a un enfermo en una noche lluviosa, contrajo una neumonía que lo llevó a la muerte.
Fue beatificado por Pío XII en 1952 y canonizado por Juan XXIII en 1962.