10 de julio: Santas Rufina y Segunda, mártires
Las santas Rufina y Segunda fueron dos mártires cristianas nacidas en Roma, cuya existencia y martirio están atestiguados por numerosas fuentes autorizadas, como el Martirologio Jeronimiano, varios Itinerarios de peregrinos a Roma, la Notitia Ecclesiarum de Guillermo de Malmesbury y, sobre todo, el Martirologio Romano, que las conmemora el 10 de julio. Sufrieron el martirio en las cercanías de Roma, en un lugar llamado sylva nigra, hacia el año 260.
El relato de su pasión y muerte (passio), escrito en la segunda mitad del siglo V, sitúa los hechos durante las persecuciones bajo los emperadores Valeriano y Galieno. Este relato, rico en detalles y sorprendentemente actual, describe la situación de dos jóvenes creyentes enfrentadas a la debilidad de sus prometidos no creyentes, en un contexto de peligro para la fe. Tras ser abandonadas por sus novios, Armentario y Verino, quienes renegaron de la fe para salvarse, Rufina y Segunda decidieron consagrarse a Dios con un voto de virginidad.
Al no aceptar la decisión de las dos hermanas de consagrarse a Dios y rechazar el matrimonio, los jóvenes prometidos intentaron por todos los medios convencerlas de que renunciaran a la fe cristiana. Sin embargo, ante su negativa firme y definitiva, el amor que sentían se tornó en odio, hasta el punto de denunciarlas ante el conde Arquesilao.
Este se puso inmediatamente a buscarlas y logró encontrarlas en el decimocuarto miliario de la vía Flaminia, cuando intentaban abandonar Roma para huir de la persecución. Las dos hermanas fueron capturadas y entregadas al prefecto de la Urbe, Junio Donato. Como era habitual con todos los mártires cristianos de la época, Rufina y Segunda fueron sometidas a violentas presiones para que apostataran.
Dado que resistieron con valentía y firmeza, el prefecto ordenó su ejecución. El conde Arquesilao las condujo al décimo miliario de la vía Cornelia —una zona que corresponde aproximadamente con la actual vía Boccea—, en un lugar llamado Buxo. Allí Rufina fue decapitada y Segunda, golpeada hasta la muerte.
Sus cuerpos fueron dejados sin sepultura, destinados a ser devorados por las fieras. Sin embargo, una matrona romana llamada Plautila, que se había convertido tras haber tenido en sueños la visión de las dos mártires indicándole el lugar del martirio, recogió piadosamente sus restos y los sepultó con honor en el mismo lugar.
El lugar donde tuvo lugar el martirio, un espeso bosque entonces conocido como sylva nigra (es decir, “selva negra”), recibía tal nombre por su vegetación tan densa que ni siquiera dejaba pasar la luz del sol. Precisamente por su carácter aislado y oscuro, era utilizado con frecuencia para ejecuciones secretas y violentas; allí fueron asesinados también otros mártires como Marcelino y Pedro, y Mario con su esposa Marta y sus hijos Audifax y Abaco.
Sin embargo, tras el martirio de Rufina y Segunda, aquel lugar cambió de nombre: pasó a llamarse sylva candida (“selva clara”), porque su muerte trajo allí luz y santidad. En ese mismo sitio, Julio I (341–353) hizo construir una pequeña basílica en honor de las dos santas, que fue restaurada posteriormente por Adriano I (772–795) y enriquecida con ofrendas votivas por León IV (847–855).
A partir del siglo V, esta zona se convirtió en sede de una diócesis autónoma, cuyo obispo firmaba los documentos oficiales como Episcopus Sylvae Candidae (Obispo de la Selva Candida) y, más adelante, como Episcopus Sanctae Rufinae (Obispo de Santa Rufina). Finalmente, en el siglo XII, Calixto II (1119–1124), debido al despoblamiento de ambas diócesis, unió la de Santa Rufina con la de Porto, dando origen a la actual diócesis de Porto–Santa Rufina.
