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11 de agosto: Santa Clara de Asís

En la pobreza, la libertad

Un vínculo indisoluble, sellado en vida y prolongado en la eternidad: así fue la relación entre Francisco y Clara de Asís. “La plantita de San Francisco”, como ella misma se definía, abrazó, a ejemplo suyo, a la Señora Pobreza.

Clara nació en Asís en 1193, en el seno de la noble familia de los Favarone de los Offreducci. Aún era una niña cuando estalló en su ciudad un conflicto entre la nobleza y la emergente clase burguesa. Para protegerse, se refugió con su familia en Perugia, donde vivió hasta la adolescencia.

De regreso en Asís, Clara sintió el deseo de consagrar su vida únicamente a Cristo. Impresionada por el ejemplo de San Francisco, en la noche del Domingo de Ramos del año 1212, tras participar en la Misa en la catedral y recibir la palma de manos del obispo, Clara huyó de su casa y se dirigió a la Porciúncula, donde Francisco y sus frailes la esperaban.

Allí, Clara se cortó el cabello y recibió de manos del propio Francisco un sencillo sayal, ofreciendo completamente su vida al Señor. Así comenzó su camino de seguimiento, marcado por la pobreza y la humildad, para seguir fielmente las huellas de Cristo.

Su tío Monaldo, que se había convertido en su tutor tras la muerte de su padre, intentó en vano llevarla de nuevo a casa por la fuerza.

En un primer momento, Clara fue acogida en el monasterio benedictino de Bastia y después trasladada a un lugar más seguro, el monasterio de San Ángel de Panzo. Por consejo de Francisco, se estableció finalmente en San Damián, junto a la pequeña iglesia que el propio Santo había restaurado. Allí recibió de él una “forma de vida” y la invitación a permanecer fiel a la santa pobreza.

A San Damián pronto se unieron su hermana Inés, luego su hermana menor Beatriz y su madre Ortolana. Junto a ellas llegaron otras jóvenes atraídas por el ideal de vida evangélica que Clara encarnaba.

Este grupo de mujeres fue conocido como las Hermanas Pobres o las Damas Pobres de San Damián, posteriormente llamadas Clarisas. Clara y sus compañeras eligieron vivir en la más absoluta pobreza, manteniéndose siempre fieles al estilo de vida que habían recibido de Francisco, a pesar de las presiones contrarias por parte de autoridades eclesiásticas e incluso de algunos frailes menores. A través de esta vida humilde y laboriosa, Clara se acercó cada vez más al misterio de Dios.

En 1228, Clara obtuvo del papa Gregorio IX un importante privilegio: el privilegium paupertatis, es decir, el permiso para vivir sin poseer absolutamente nada. Este derecho a la pobreza absoluta fue luego incluido por ella en la Regla que escribió para sus hermanas, la cual fue aprobada por el papa Inocencio IV el 9 de agosto de 1253. Clara fue la primera mujer en redactar una Regla de vida.

A los treinta años cayó gravemente enferma. A pesar de la enfermedad, siguió siendo una madre afectuosa, una guía sabia y un modelo de vida evangélica auténtica para sus hermanas.

Murió en San Damián el 11 de agosto de 1253. Antes de morir, celebró con alegría el don de la vida, y dio gracias a Dios con estas palabras:

«Ve en paz, alma bendita mía, tranquila, porque tienes un buen guía en tu camino. Aquel que te creó te ha santificado, te ha amado como una madre ama a su hijo. Y tú, Señor, sé bendito porque me has creado».

Clara nos ha dejado importantes escritos: la Regla, el Testamento, la Bendición y cuatro Cartas dirigidas a Santa Inés de Praga.

Poco después de su muerte fue reconocida como santa por el pueblo, y dos años más tarde fue canonizada en Anagni por el papa Alejandro IV.

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