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14 de agosto: San Maximiliano María Kolbe, mártir

El Caballero de la Inmaculada

Discípulo de San Francisco de Asís, consagró toda su vida a la Inmaculada y fue fiel a Cristo hasta el final, ofreciendo su vida para salvar a un condenado a muerte en el campo de exterminio de Auschwitz.

Es San Maximiliano María, de nombre civil Raymundo Kolbe. Nació en Polonia el 8 de enero de 1894, en la ciudad de Zdunska-Wola, cerca de Łódź. Desde niño se mostró vivaz, inteligente y profundamente atraído por la fe y el amor a la Virgen Inmaculada.

El 4 de noviembre de 1910 ingresó en la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, eligiendo el nombre de Maximiliano. Dos años después, en 1912, partió a Roma para iniciar sus estudios en la Universidad Gregoriana. Allí, el 16 de octubre de 1917, junto con seis compañeros, fundó la Milicia de la Inmaculada, un movimiento de apostolado mariano destinado a difundir la devoción a la Virgen y a combatir la indiferencia religiosa.

El 28 de abril de 1918 fue ordenado sacerdote en la iglesia de San Andrés della Valle.

Terminados sus estudios, regresó a Polonia, donde inició una intensa labor misionera a través de la prensa católica. Una de sus iniciativas más destacadas fue la publicación del periódico El Caballero de la Inmaculada, que alcanzó una enorme difusión.

En 1927 fundó Niepokalanów, también llamada “la Ciudad de la Inmaculada”, un gran convento con imprenta y centro editorial, completamente dedicado a la Virgen María.

En 1930 emprendió la misión en Japón, donde en poco tiempo —aprendiendo japonés de forma autodidacta— fundó otro convento con imprenta en Nagasaki, llamado Mugenzai no Sono (“Jardín de la Inmaculada”). Regresó a Polonia en 1936, donde continuó desarrollando Niepokalanów, convertido ya en uno de los mayores centros religiosos y editoriales de Europa.

Con la ocupación nazi de Polonia, se convirtió en objetivo de persecuciones. El 28 de mayo de 1941 fue arrestado y deportado al campo de concentración de Auschwitz, donde le fue tatuado en el brazo el número 16670.

Pocos meses después, tras la fuga de un prisionero, los nazis decidieron castigar a todo el bloque: diez hombres fueron seleccionados para morir en el búnker del hambre. Uno de ellos, Franciszek Gajowniczek, rompió a llorar pensando en su esposa y sus hijos. Entonces el padre Maximiliano dio un paso al frente y dijo: “Soy un sacerdote católico polaco. Quiero morir en lugar de este hombre”.

Su gesto dejó a todos sin palabras. En el búnker, convirtió aquellos días de agonía en un tiempo de gracia: dirigía oraciones, cánticos y ofrecía consuelo a sus compañeros hasta el final.

Tras dos semanas de sufrimiento, cuando ya era el único superviviente, una inyección letal puso fin a su vida. Las SS lo encontraron sentado, con el rostro sereno y los ojos abiertos. Hasta su último aliento repitió: “¡Solo el Amor crea!”

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