28 de agosto: San Agustín, Doctor de la Iglesia
Un solo corazón y un solo espíritu en la caridad
En la Legenda Aurea de Jacobo de la Vorágine se narra un episodio que testimonia las numerosas conversiones obradas por san Agustín y su decidida victoria contra la herejía. Según el relato, algunos cristianos le invitaron a sostener un debate público sobre cuestiones de fe con un sacerdote maniqueo llamado Fortunato, que por aquel entonces predicaba en Hipona.
Agustín aceptó el desafío y, durante la discusión, logró refutar al hereje, quien no fue capaz de responder con solidez a sus argumentos. Avergonzado e incapaz de defender sus tesis, Fortunato se vio obligado a retirarse. Este es solo uno de los muchos episodios que han llegado hasta nosotros sobre la vida y la obra de san Agustín, Doctor de la Iglesia.
Su nombre completo era Aurelio Agustín. Nació el 13 de noviembre del año 354 en Tagaste (actual Souk-Ahras, en Argelia). De origen bereber, creció con su madre Mónica, cristiana profundamente devota, y con un padre pagano e incrédulo, llamado Patricio, funcionario del municipio de Tagaste. Conscientes de las extraordinarias capacidades intelectuales del hijo, sus padres le procuraron la mejor educación disponible en su tiempo.
Agustín inició los estudios básicos en Tagaste entre los seis y los trece años (361–367), y después cursó Gramática en Madaura (367–370). Tras una pausa forzada de un año por dificultades económicas, continuó sus estudios de Retórica en Cartago (371–374). Al regresar a Tagaste, entre 374 y 375 ejerció como maestro de gramática, y entre sus primeros alumnos se encontraba Alipio, quien se convertiría en su gran amigo y compañero de vida.
En su juventud llevó una vida desordenada y, a los 17 años, se trasladó a Cartago para proseguir sus estudios, donde se entregó a los placeres mundanos. En ese periodo conoció a una mujer con la que mantuvo una larga relación de quince años, y con la que tuvo un hijo: Adeodato.
A los 19 años, la lectura de una obra de Cicerón despertó en él un profundo interés por la filosofía. Más tarde se acercó a la religión maniquea, basada en la oposición absoluta entre el Bien y el Mal.
Entre 375 y 381 dirigió una escuela de retórica en Cartago. No obstante, el ambiente estudiantil era turbulento, y el propio Agustín se sentía inquieto e insatisfecho. En busca de estabilidad y crecimiento personal, decidió trasladarse a Roma.
En 383 abrió una nueva escuela de retórica en Roma, pero sin mucho éxito. Sin embargo, allí se le presentó una gran oportunidad: ganó un concurso público para la cátedra de Retórica ante la Corte Imperial de Milán. Así, en 384 se trasladó a Milán. Había alcanzado el mayor éxito profesional, pero en su interior seguía atormentado y sediento de verdad.
Su encuentro con san Ambrosio, obispo de Milán, el reencuentro con su madre Mónica (que había llegado desde África en el año 385), la influencia del pensamiento neoplatónico y de las cartas de san Pablo, junto con la gracia de Dios, marcaron un punto de inflexión decisivo en su vida: se convirtió a Cristo. En el verano de 386 renunció a la enseñanza y abandonó su carrera para entregarse por completo a la nueva fe.
En ese mismo año, profundamente conmovido por el relato de la conversión de dos ciudadanos romanos, vivió una intensa experiencia mística en un jardín de Milán, donde oyó una voz que le decía: “Toma y lee”. Fue el momento definitivo: se convirtió al cristianismo, dejando la enseñanza. Tras un período de retiro espiritual en el campo, recibió el bautismo junto con su hijo Adeodato.
Deseoso de vivir como cristiano de forma radical, fue bautizado por san Ambrosio en la noche del 24 de abril del año 387. Regresó definitivamente a África, donde fundó una nueva forma de vida comunitaria. A los 37 años fue ordenado sacerdote y a los 41 fue consagrado obispo de Hipona (actual Annaba, en Argelia), cargo que desempeñó hasta su muerte, ocurrida el 28 de agosto del año 430, a la edad de 76 años. Escribió numerosas obras en las que refutó las herejías de su tiempo, logrando una profunda conciliación entre fe y razón. Compuso también abundantes sermones y homilías, y dejó una extensa colección de cartas, testimonio de su pensamiento y de su actividad pastoral. Entre sus obras más célebres figuran Sobre El libre albedrío, La Trinidad, La Ciudad de Dios y Las Confesiones.
La forma de vida común que de él toma inspiración se rige por una Regla. Los principios fundamentales que constituirán la base de la Regla de san Agustín, tal como será oficialmente formulada en el siglo XIII, se remontan en parte a algunos escritos atribuidos al propio Agustín, redactados hacia los años 388–389. En doce breves capítulos, el gran Padre de la Iglesia establece los pilares de la vida comunitaria religiosa, fundándola en valores como la pobreza, el amor fraterno, la obediencia, la oración, la lectura de la Sagrada Escritura, el trabajo y el compromiso apostólico.
La espiritualidad de la familia agustiniana, además de alimentarse de la enseñanza y de los escritos de san Agustín, se inspira también en la experiencia eremítico-contemplativa de diversos grupos religiosos surgidos en los siglos XII y XIII, en un período de renovación espiritual y efervescencia eclesial. Estas comunidades, que habían optado por vivir conforme a la Regla agustiniana, establecían sus eremitorios no lejos de los núcleos urbanos y llevaban una vida de oración, penitencia y comunión con el pueblo, aunque sin dedicarse directamente a tareas pastorales.
En el año 1256, por voluntad del papa Alejandro IV (pontificado: 1254–1261), se reunieron en Roma, en la iglesia de Santa María del Popolo, los representantes de todos estos monasterios e institutos menores. Aceptaron la invitación del Papa a unificarse en una sola familia religiosa, dando origen así a la Orden de los Ermitaños de san Agustín. Desde entonces, la Orden agustiniana fue reconocida oficialmente por la Iglesia como una de las Órdenes mendicantes, junto a los Franciscanos y los Dominicos, ya fundados y aprobados en décadas anteriores.
