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4 de septiembre: Santa Rosalía

Gracias a ella cesó la peste en Palermo

Santa Rosalía vivió entre 1130 y 1170 aproximadamente, durante el reinado de Guillermo I de Sicilia, llamado “el Malo”. En aquella época se producía un despertar de la espiritualidad cristiana: tras el fin de la dominación árabe, floreció el monacato tanto bizantino como occidental, sostenido con entusiasmo por los reyes normandos. La vida eremítica, hecha de oración y soledad, representaba entonces una de las formas más altas de devoción.

Rosalía nació en Palermo hacia 1130. No existen fuentes históricas seguras sobre su familia, pero una inscripción hallada en una cueva cerca de Santo Stefano Quisquina (Agrigento) indica que era hija de Sinibaldo, señor de la Quisquina y del Monte de las Rosas, y de María Guiscardi.

Según la tradición, vivió en el barrio de la Olivella, en una villa cercana a la iglesia hoy conocida como “San Ignacio en la Olivella”, una de las primeras dedicadas a ella.

Desde adolescente, entre los 14 y los 15 años, Rosalía eligió en secreto consagrarse a Cristo. Se cuenta que su padre, como recompensa por una acción heroica del conde Balduino (salvó al rey de una fiera), prometió la mano de su hija a este último. Pero Rosalía se negó y manifestó su deseo de abrazar la vida religiosa.

Abandonó entonces la casa paterna y, probablemente durante un breve periodo, siguió la regla monástica basiliana. Un antiguo retablo del siglo XIII la representa de hecho con hábito basiliano.

Su primera experiencia como ermitaña la vivió acogida en la iglesia de Santa María en Palazzo Adriano (Palermo) y en un bosque cercano, donde un paso de montaña lleva todavía hoy su nombre. Posteriormente se retiró a una cueva en las montañas cercanas a Santo Stefano Quisquina (Agrigento), viviendo en soledad durante unos doce años.

Tras dejar aquel lugar, regresó a Palermo, pasando brevemente por la casa paterna en la zona de la Olivella, y continuó hasta el Monte Pellegrino. Allí vivió durante unos ocho o diez años como ermitaña en la llamada “gruta del agua”, junto a una pequeña iglesia construida sobre un antiguo santuario rupestre, ya frecuentado en época púnica y posteriormente transformado por bizantinos y normandos.

Se dice que en los últimos meses de su vida se encerró definitivamente en la “santa gruta” del Monte Pellegrino, donde murió en soledad. Aunque no se conoce con certeza el año de su muerte, se cree que fue hacia 1170. El día de su fallecimiento, en cambio, es seguro: el 4 de septiembre, como indica el Martirologio Romano.

Su fama de santidad se difundió ya en vida: en 1196, documentos como el Códice de Constanza de Altavilla hablan ya de “Santa Rosalía”. Sus restos fueron descubiertos más de 450 años después de su muerte.

El 7 de mayo de 1624, la peste llegó a Palermo en un navío procedente de Túnez, y en poco tiempo empezó a provocar centenares de muertes.

El 13 de febrero de 1625, el jabonero Vincenzo Bonello, tras haber perdido a su joven esposa a causa de la peste, subió con intenciones suicidas al Monte Pellegrino acompañado de su perro y de su fusil. Allí se le apareció en visión Santa Rosalía, que lo condujo hasta la gruta y le pidió que transmitiera al cardenal Giannettino Doria la orden de sacar en procesión por la ciudad sus reliquias, halladas allí, para que la peste cesara de inmediato.

El 9 de junio de 1625 se celebró una solemne procesión, seguida con entusiasmo por una gran multitud. En lugar de agravar el contagio, como cabría esperar, durante el canto del Te Deum Laudamus la peste se detuvo y comenzaron a producirse curaciones públicas. Los escribanos del rey registraron con precisión los datos de todas las personas sanadas de forma milagrosa: nombre, edad, lugar de la curación y toda otra información útil.

El 15 de julio de 1625, exactamente un año después del hallazgo de los huesos, la epidemia fue considerada definitivamente extinguida. El 3 de septiembre, el cardenal Doria, en calidad de Lugarteniente General del Reino de Sicilia, tras reconocer que gracias a la intercesión de Santa Rosalía Palermo había sido liberada de la peste, permitió nuevamente el libre movimiento de personas, animales y mercancías.

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