24 de septiembre: Beata Virgen María de la Merced
La liberación de toda esclavitud
En la época medieval, el término merced designaba una forma concreta de compasión, dirigida sobre todo a quienes vivían en los márgenes de la sociedad: en particular, a los cristianos mantenidos en cautiverio. A esta causa se consagraron con fervor san Pedro Nolasco y sus discípulos, quienes fundaron una comunidad religiosa dedicada a la liberación de los prisioneros cristianos en peligro de perder la fe. Por esta razón fueron llamados frailes de la Merced, y sus conventos recibieron el nombre de “casas de la Merced”. Estrechamente unidos a la figura de la Virgen María, considerada inspiradora de su misión, le otorgaron el título de “Madre de la Merced” o “de la Misericordia”.
Convencidos de que la Virgen había desempeñado un papel determinante en el nacimiento de su Orden, los religiosos incluyeron oficialmente su nombre en la denominación de la Congregación. Ya en 1272, en las primeras Constituciones de la Orden, se estableció su nombre completo: Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced para la redención de cautivos.
La primera iglesia fundada por los mercedarios fue erigida en 1249 y dedicada a Santa María. La imagen venerada en aquel lugar empezó a ser reconocida como “Santa María de la Merced”, y desde allí el culto se difundió allí donde se establecían los miembros de la Orden.
Durante la colonización y la obra misionera en América, a partir del segundo viaje de Cristóbal Colón en 1493, los mercedarios llevaron consigo la devoción a la Virgen de la Merced. Este culto arraigó profundamente en el nuevo continente, donde la población local, conmovida por la piedad popular, comenzó a llamarla “Nuestra Señora de las Mercedes”, expresión que subraya su generosidad al dispensar las gracias recibidas de Cristo.
Dado el notable desarrollo de esta devoción, la Iglesia reconoció su relevancia universal. Ya en 1616, bajo el pontificado del papa Pío V, y posteriormente en 1684 y en 1696, la fiesta de la Virgen de la Merced fue oficialmente extendida a todo el orbe católico, fijándose el 24 de septiembre como fecha litúrgica para su celebración.
Esta advocación mariana expresa la ternura de la Madre de Dios hacia quienes se hallan oprimidos, encarcelados o en peligro de perder la fe. Se trata de una imagen de María como figura redentora, que prolonga la obra salvífica de Cristo en favor de los pobres y de los cautivos. En Ella se refleja de manera elocuente la misericordia divina, encarnada como un Evangelio viviente que anuncia liberación y esperanza.
