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10 de noviembre: San León Magno, Papa y Doctor de la Iglesia

Al servicio de la unidad del Pueblo de Dios

San León comparte con el Papa san Gregorio el sobrenombre de Magno. Nació a finales del siglo IV en la antigua Etruria. Siendo diácono en Roma, fue ordenado sacerdote y desempeñó una misión en la Galia antes de ser elegido Sucesor de Pedro en el año 440. Durante veinte años ejerció el ministerio petrino en tiempos de hondas convulsiones políticas, sociales y doctrinales.

Uno de los episodios más célebres de su pontificado tuvo lugar en el año 452, cuando encontró en Mantua a Atila, rey de los hunos. Armado únicamente con la fuerza de la fe y el coraje nacido de la esperanza cristiana, León logró convencerle de abandonar su avance hacia Roma, preservando así la ciudad del desastre. Tres años después, sin embargo, aunque obtuvo de los vándalos la promesa de respetar la vida de los ciudadanos, no pudo evitar el saqueo de la Urbe; aun en esa circunstancia se mostró pastor solícito y defensor incansable de los indefensos.

Como guardián de la ortodoxia y celoso defensor del depósito de la fe, se enfrentó con firmeza a las herejías de su tiempo, y de modo particular al monofisismo, que negaba la verdadera humanidad de Cristo. En su célebre carta al arzobispo Flaviano de Constantinopla reafirmó la enseñanza apostólica sobre el misterio de la Encarnación: Cristo es plenamente Dios y plenamente hombre, sin confusión ni división. Esta confesión de fe sería solemnemente proclamada por el Concilio de Calcedonia en 451, constituyendo el hito doctrinal más eminente de su pontificado.

La voz de León Magno resuena aún cada vez que la Iglesia profesa en el Credo la fe en el Verbo hecho carne. En sus homilías y escritos, invitaba con vigor a los fieles a reconocer y custodiar la grandeza recibida en el Bautismo: «Acuérdate, cristiano, de tu dignidad. Tú has sido incorporado a Cristo; no vuelvas a las antiguas bajezas».

Su solicitud pastoral trascendía los límites de Roma: trabajó incansablemente para salvaguardar la comunión entre las Iglesias locales, promoviendo con humildad y determinación el primado romano como servicio a la unidad visible de la Iglesia universal.

Su magisterio y su acción pastoral se caracterizaron por una admirable sabiduría, en la que se armonizaban la solidez teológica y la ternura del pastor. Su liturgia y su predicación estaban estrechamente vinculadas a la vida concreta del pueblo, haciendo de cada celebración un encuentro vivo con el misterio divino que se inserta en la historia humana. En esta capacidad de unir tradición y actualidad resplandece su singular carisma espiritual y su permanente actualidad eclesial.

San León Magno murió en Roma el 10 de noviembre del año 461, dejando a la Iglesia una herencia doctrinal, pastoral y espiritual incomparable.

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