1 de octubre: Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia
Un «pequeño camino » al alcance de todos
La «estrella de mi pontificado»: así definió Pío XI a Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz. Fue él mismo quien la beatificó, el 29 de abril de 1923, y la canonizó, el domingo 17 de mayo de 1925, en la basílica de San Pedro, ante una multitud de unos cincuenta mil fieles, de los que sólo una pequeña parte consiguió ocupar un lugar en la basílica vaticana. En aquella ocasión, el Pontífice destacó que Teresa, «consciente de su propia fragilidad, se abandonó con confianza a la divina Providencia para que, contando sólo con su ayuda, pudiera alcanzar la perfecta santidad de vida, incluso a través de duras dificultades, habiendo decidido luchar por ella con la abdicación total y gozosa de su propia voluntad».
¿Quién es esta Teresa, que se transformó en una Santa muy popular, reconocida en todo el mundo, que se precia de ser la Patrona universal de las Misiones, Patrona secundaria de Francia, Doctora de la Iglesia? Su existencia no fue larga. Sólo vivió 24 años, de los cuales casi 10 los pasó en el Carmelo de Lisieux, un monasterio suburbano en un lugar desconocido para el mundo. Cuando fue enterrada en el cementerio de Lisieux, ni siquiera 50 personas la acompañaron. La comparación con los 50.000 fieles que acudieron a Roma para su canonización da que pensar.
¿Cuál es, entonces, el secreto de su santidad? Para comprenderlo, hay que hacer un viaje en el tiempo. Cuánto camino ha recorrido la pequeña Thérèse Françoise Marie Martin, nacida en Alençon (Normandía), el 2 de enero de 1873, de un matrimonio de orfebres. Desde muy pequeña, alimentó el deseo de hacerse monja en el convento carmelita de Lisieux, como sus hermanas Pauline y Marie, pero era demasiado joven. Hasta que participó en una peregrinación a Italia de la diócesis de Lisieux. Tenía 14 años. Tras visitar la Santa Casa de Loreto y muchos lugares de Roma, los peregrinos asistieron a una audiencia con León XIII. Era el 20 de noviembre de 1887, y Teresa preguntó valientemente al Papa si podía entrar en el Carmelo a la edad de 15 años. El Pontífice le respondió que entraría si era voluntad de Dios.
Su sueño se hizo realidad el 9 de abril de 1888, cuando fue recibida en el convento carmelita de Lisieux, donde el 10 de enero del año siguiente recibió el hábito carmelita y, el 8 de septiembre de 1890, hizo su profesión religiosa. El 9 de junio de 1895, en la solemnidad de la Santísima Trinidad, se ofreció en holocausto al Amor Misericordioso. Mientras tanto, por obediencia, escribe su primer manuscrito autobiográfico, que entrega a la Madre Inés de Jesús, su hermana Paulina, el día de su onomástica, el 21 de enero de 1896.
Quizá la difusión de la fama de santidad de Teresa se deba precisamente al diario espiritual que comenzó a escribir por voluntad de su hermana. Lo que se conocerá con el nombre de Historia de un alma tenía como subtítulo Historia primaveral de un florecillo blanco. A pesar del término romántico, la descripción del camino de santidad que ella trazó no tiene nada que ver con el Romanticismo. Se percibe, más bien, un itinerario marcado por el sufrimiento, las dificultades y los malentendidos. Sin olvidar la enfermedad, la tuberculosis, que la llevó rápidamente a la muerte. En este escenario humano se inserta la presencia del amor de Dios, que trastorna su vida. La frágil Teresa descubre que ya no está sola, que ya no es una pobre criatura, zarandeada por las olas de las adversidades, sino un gigante en la fe. La certeza de ser amada infinitamente por el Señor la convierte en un alter Christus. Ya no teme a quien pueda hacerle daño o hacerla sufrir. Ya no necesita nada, porque le basta haber descubierto a Jesucristo, el único amor de su vida. Ya no tiene miedo del dolor ni de la muerte, porque sabe que el diseño providencial de Dios sobre ella nace del amor. Cualquier situación, incluso la peor, en la que se encontrase, sabe que no escaparía de la mano del Padre que está en los Cielos. Por eso, en el centro de su vida ha puesto el amor y lo ha convertido en el eje de su espiritualidad. Este comportamiento lo plasmó en la Infancia espiritual, una propuesta accesible para todas las almas, incluso las más simples y humildes. Es el “Pequeño camino”, que se nutre de la confianza incondicional en Dios y de la certeza de que el Padre ama a sus hijos sin reservas. Consiste en buscar la santidad no en las grandes acciones, sino en los actos cotidianos, incluso los más insignificantes, realizados por amor a Dios. Por otro lado, hija de la gran Teresa de Jesús, sabía que Dios no solo habita en lo más profundo del corazón, sino que está en todas partes, incluso entre las ollas de la cocina. Ningún ambiente ni situación son ajenos al Señor, como afirmaba Teresa de Jesús en el “Libro de las Fundaciones”: “Si estáis en la cocina pensad que entre los pucheros está Dios, ayudándoos en lo interior y en lo exterior”. Es en esta línea que se encuadra la elección de Teresa de Lisieux de invitar a todos a escoger el “Pequeño camino de confianza y amor”. No es casualidad que Historia de un alma, dividida en tres manuscritos, haya sido traducida a treinta y cinco lenguas y difundida por todos los continentes. Esto se debe a que Teresa habla al corazón, invita a la confianza, a no desesperar nunca. Su mensaje es para todas las épocas, para hombres y mujeres de todas las culturas, lenguas y razas. Subraya que “La alegría no se encuentra en los objetos que nos rodean, se encuentra en lo íntimo del alma, se puede poseer tanto en una prisión como en un palacio” (Manuscrito A, 65).