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11 de octubre: San Juan XXIII

El Papa de la paz y del diálogo con todos

“Con la mano en la conciencia, que escuchen el grito angustioso que, desde todos los rincones de la Tierra, desde los niños inocentes hasta los ancianos, desde las personas hasta las comunidades, se eleva hacia el cielo: ¡Paz! ¡Paz! Hoy renovamos esta solemne súplica.” Con estas palabras, San Juan XXIII, en un mensaje a Radio Vaticana, lanzó un llamamiento a la paz a los gobernantes del mundo, especialmente a los de los Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Era el 25 de octubre de 1962, en plena crisis de los misiles en Cuba.

 Nunca, desde la Conclusión de la Segunda Guerra Mundial, el mundo estuvo tan cerca de un tercer conflicto. De hecho, entre el 14 y el 29 de octubre, el mundo estuvo al borde de un abismo nuclear. La intervención del Papa, que el 11 de octubre había inaugurado el Concilio Vaticano II, tuvo el efecto de generar una profunda reflexión en las conciencias, especialmente en las de John Fitzgerald Kennedy y Nikita Jruschov (Sergeevich Khrushchev).

El 11 de abril del año siguiente, el Papa Roncalli hizo pública su última encíclica, Pacem in Terris, dirigida a todos los hombres de buena voluntad. Fue un Jueves Santo, un día elegido con intención, para subrayar el fundamento de la paz: “La paz en la Tierra, anhelo profundo de los seres humanos de todos los tiempos, solo puede instaurarse y consolidarse en el pleno respeto del orden establecido por Dios”. Con esa encíclica, el Pontífice hizo un llamamiento urgente a todos, sin excepción, para que se comprometieran activamente a promover la paz por todos los medios. Por este celo en favor de la pacificación entre los pueblos y su rechazo a la guerra, fue llamado “el Papa bueno”.

Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte (Bérgamo), en una familia de campesinos. Aunque de origen humilde, su familia era rica en fe y valores que quedaron profundamente impresos en el corazón del pequeño Angelo. En 1892, ingresó en el Seminario de Bérgamo gracias al apoyo del párroco y del conde Giovanni Morlani. En el año 1900, obtuvo una beca para trasladarse a Roma y completar sus estudios de teología. El 10 de agosto de 1904, fue ordenado sacerdote en Roma. Al regresar a Bérgamo, se convirtió en secretario personal del obispo Giacomo Maria Radini Tedeschi. Durante esos años, enseñó en el seminario local y fundó el periódico La Vita Diocesana. Durante la Primera Guerra Mundial, fue reclutado en el Cuerpo de Sanidad Militar y desempeñó el cargo de capellán en varios hospitales.

En 1925, ingresó en el servicio diplomático de la Santa Sede, cuando Pío XI lo envió como Visitador Apostólico a Bulgaria, donde permaneció diez años. Al mismo tiempo, el Papa Ratti lo nombró Obispo titular de Aerópolis. Su lema episcopal fue: Oboedientia et pax.

El 27 de noviembre de 1935, fue nombrado Delegado Apostólico en Turquía y Grecia. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, estuvo en primera línea defendiendo a los judíos, logrando salvar a cientos de niños de la deportación. El 20 de diciembre de 1944, Pío XII lo nombró Nuncio Apostólico en París, donde, al finalizar la guerra, tuvo que gestionar la liberación de prisioneros, el reajuste de la jerarquía eclesiástica y la cuestión de los sacerdotes obreros. El 12 de enero de 1953, fue creado cardenal y, el 25 del mismo mes, fue promovido a Patriarca de Venecia.

A la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, tomando el nombre de Juan XXIII. Durante su pontificado, convocó el Sínodo Romano, instituyó la Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico e inauguró el Concilio Ecuménico Vaticano II. Visitó varias parroquias de la diócesis y se dedicó a la evangelización, al ecumenismo y al diálogo incluso con aquellos alejados de la Iglesia.

En marzo de 1963, recibió el Premio Internacional Balzan por la Paz, en reconocimiento a su intensa labor para evitar conflictos y promover la convivencia pacífica entre los pueblos.

El 3 de junio de 1963, Juan XXIII falleció, tras sufrir un cáncer de estómago. Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000. El 3 de junio de 2001, Domingo de Pentecostés, tras la exhumación de su cuerpo, hallado incorrupto, fue trasladado de las Grutas Vaticanas al altar de San Jerónimo en la Basílica de San Pedro. El Papa Francisco lo canonizó el 27 de abril de 2014. Su memoria litúrgica se celebra el 11 de octubre, aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.

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