5 de agosto: Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor
El milagro de la nieve en agosto
Según una antigua tradición, durante el pontificado del Papa Liberio (352-366), un noble romano llamado Juan y su esposa, al no tener hijos, decidieron donar sus bienes a la Virgen María con el deseo de que se construyese una iglesia en su honor. En la noche del 4 al 5 de agosto del año 352, ambos tuvieron en sueños una aparición de la Virgen, quien les anunció que señalaría mediante un signo milagroso el lugar donde habría de levantarse el santuario.
A la mañana siguiente, los esposos contaron su sueño al Papa, quien reveló haber tenido exactamente la misma visión. La Virgen le había anunciado que el lugar destinado a la futura iglesia sería aquel donde cayera la nieve.
Ese mismo día, guiados por el prodigio, se dirigieron juntos a la cima del monte Esquilino, en el lugar llamado Cispius, donde —de forma inexplicable— había nevado. Precisamente allí, el Papa Liberio trazó el perímetro del futuro templo sobre la nieve fresca.
Así nació la primera basílica, conocida como Basílica Liberiana, también llamada Sancta Maria ad Nives (Santa María de las Nieves), en memoria del milagroso acontecimiento. De esta construcción primitiva se conserva testimonio en el Liber Pontificalis, donde se lee que el Papa Liberio “construyó una basílica que lleva su nombre cerca del Macellum Liviae”. Otro pasaje menciona al Papa Sixto III (432-440), quien “construyó la basílica de Santa María, que antiguamente era llamada de Liberio”.
Fue precisamente Sixto III quien, tras el Concilio de Éfeso (431) —en el que se proclamó solemnemente a María como Madre de Dios— reconstruyó la basílica y la dedicó oficialmente a la Virgen, siendo este el primer templo de Occidente consagrado con tal título.
Durante aquel Concilio, el obispo Cirilo de Alejandría pronunció una homilía en la que ensalzaba a María con palabras de honda devoción, llamándola: “Madre de Dios”, “tesoro precioso del mundo”, “luz que nunca se apaga”, “corona de la virginidad”, “guía de la verdadera fe” y “templo indestructible”.
La conmemoración de la dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor se celebra desde el siglo IV en los calendarios litúrgicos romano y ambrosiano. En la liturgia de esta festividad, se esparcen pétalos blancos desde la nave central como recuerdo de la milagrosa nevada.
