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1 de noviembre: Todos los Santos

Bajo el signo de la esperanza

La Solemnidad de Todos los Santos, que se celebra el 1 de noviembre, constituye una ocasión para que las comunidades cristianas eleven la mirada al Cielo, donde hombres, mujeres, jóvenes y niños de todos los tiempos viven en la gracia y en la luz de Dios. No se conmemora únicamente a los santos oficialmente reconocidos en el calendario, sino también a todas aquellas personas que hoy participan de la vida eterna.

El mes de noviembre se abre con una conmemoración civil y religiosa muy antigua, cuyas raíces se hunden también en tradiciones precristianas, especialmente las celtas y romanas. Los celtas, por ejemplo, dividían el año en dos grandes estaciones: Beltane, que comenzaba en mayo y celebraba la vida y la naturaleza en flor, y Samhain, a mediados de octubre, que marcaba el inicio de la oscuridad, del frío, de la muerte de la naturaleza y del tiempo del descanso.

De modo semejante, los romanos festejaban en este periodo a Pomona, divinidad vinculada al fin de la cosecha. Cuando los romanos conquistaron la Galia, sus tradiciones se fusionaron con las celtas, y de esa síntesis nació la costumbre de celebrar el tránsito entre la vida y la muerte entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre.

Con la llegada del cristianismo, esta época del año fue transformada y reinterpretada. El 1 de noviembre, en el calendario de la Iglesia católica, es la Solemnidad de Todos los Santos (Sollemnitas Omnium Sanctorum), que celebra no la muerte, sino la victoria de la vida eterna y el triunfo de la santidad.

Los orígenes de esta conmemoración se remontan al menos al siglo VII, cuando el papa Bonifacio IV, en el año 609 o 610, transformó el Panteón de Roma —un templo pagano— en una iglesia dedicada a la Virgen María y a todos los mártires. Aquel gesto marcó el paso de una fiesta pagana a una celebración cristiana.

En el siglo siguiente, el papa Gregorio III eligió el 1 de noviembre como día para celebrar oficialmente a todos los santos, dedicándoles una capilla en la Basílica de San Pedro. Más tarde, bajo el emperador Carlomagno, esta conmemoración se difundió por todo su imperio. En 1480, el papa Sixto IV introdujo además la octava, es decir, ocho días consecutivos de celebraciones. Con esta fiesta, la Iglesia nos invita a mirar más allá del presente, hacia la Jerusalén celestial, donde los santos alaban a Dios por toda la eternidad.

En este día, la palabra clave es esperanza: esperanza de salvación, de paz, de una vida plena que no termina con la muerte. La fiesta de Todos los Santos nos recuerda que la santidad es una meta posible para todos y que el Paraíso no está lejos, sino que comienza ya en nuestra vida, cada vez que elegimos el bien.

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