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21 de noviembre: Presentación de la Bienaventurada Virgen María

El nuevo Templo, más glorioso que el de piedra

La memoria litúrgica del 21 de noviembre, dedicada a la Presentación de la Bienaventurada Virgen María, hunde sus raíces no en los textos canónicos, sino en las antiguas tradiciones cristianas conservadas en los Evangelios apócrifos. En aquellas páginas, las primeras comunidades contemplaban a María creciendo en intimidad con Dios, de modo que la Iglesia aprendiese de ella cómo prepararse para la venida del Señor.

Los relatos antiguos describen a una niña dócil a la acción de la Palabra, consagrada día tras día, que en la pureza de su corazón llegó a ser un templo viviente, capaz de acoger en su seno al Hijo de Dios.

Según estas tradiciones, María habría pasado su infancia en el Templo de Jerusalén, en un ambiente de inocencia y recogimiento. Algunos textos la presentan alimentada por los ángeles, símbolo de su particular cercanía al Cielo. El Protoevangelio atribuido a Santiago, una de las narraciones apócrifas más antiguas, habla de su presentación con tres años: la pequeña, acompañada por un cortejo de doncellas, habría subido los peldaños del santuario con el corazón libre y resuelto, sin vacilaciones ni temores. Los sacerdotes, maravillados, habrían reconocido en ella un signo de la benevolencia divina, presagiando que a través de ella Dios realizaría la redención de su pueblo. La tradición más tardía llega incluso a relatar su entrada en la zona más sagrada del Templo, como señal de la gracia singular que la acompañaba.

Estos textos presentan también a María formando parte del grupo de vírgenes encargadas de preparar los ornamentos sagrados. El simbolismo es evidente: aquella que entretejía los hilos para el velo del Santo de los Santos sería la misma que daría carne al Mesías, el verdadero Santuario viviente. Mediante este lenguaje simbólico, las primeras comunidades cristianas subrayaban que María, iluminada por el Espíritu, se preparó activamente para la misión que habría de recibir.

Los Padres de la Iglesia leyeron estos relatos como una parábola espiritual: los años de María en el Templo representan el tiempo en que el Espíritu la conducía a convertirse en morada del Verbo. Ella aprendía, en la vida cotidiana, a dejarse modelar, convirtiéndose en “casa”, “tienda” y “vestidura” del Hijo de Dios. No sorprende que la fiesta se celebre a las puertas del Adviento: María es contemplada como el nuevo Templo, más glorioso que el de piedra, porque de ella Dios tomó su morada mortal.

En Oriente cristiano, esta fiesta ocupa un lugar particularmente destacado, al ser una de las doce principales celebraciones del año litúrgico bizantino. En ella, las Iglesias orientales han reconocido aquello que Occidente contemplará más tarde en la Inmaculada Concepción: la plena disponibilidad de María a la acción del Espíritu. La fecha recuerda también la antigua dedicación, en el siglo VI, de la iglesia de Santa María la Nueva junto al Templo de Jerusalén. En un clima de comunión entre diversas tradiciones, esta celebración invita a contemplar a la Virgen como raíz misma de la Iglesia: en ella se realiza la consagración que prepara el nacimiento del Hijo de Dios y la llegada de su Reino.

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