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23 de noviembre: San Clemente, Papa

Mártir de Cristo

La figura de Clemente, Pontífice que vivió entre finales del siglo I y comienzos del siglo II, permanece envuelta en un notable silencio histórico. Las antiguas listas episcopales lo sitúan al frente de la comunidad cristiana de Roma inmediatamente después de los primeros sucesores directos del apóstol Pedro.

A él se le atribuye un texto de particular relevancia: una extensa exhortación dirigida a la comunidad de Corinto hacia finales del siglo I. En aquella carta —redactada no a título personal, sino como voz oficial de la Iglesia de Roma— Clemente intervenía para recomponer una grave división interna surgida entre los cristianos de aquella ciudad. Durante muchas generaciones, el documento fue considerado tan autorizado que, aún siglos después, se proclamaba en las asambleas litúrgicas de Corinto junto a las lecturas evangélicas.

La tradición lo recuerda como mártir. A partir del siglo IV circularon relatos según los cuales, bajo el emperador Trajano, Clemente habría sido desterrado a Crimea y obligado a realizar trabajos forzados en las minas. Allí habría ejercido una intensa actividad apostólica entre soldados y condenados, logrando numerosas conversiones. Para poner fin a su influencia, habría sido arrojado al mar Negro, atado a un ancla.

En la basílica romana que lleva su nombre, el altar mayor se levanta sobre la confessio de un mártir: una urna situada en el corazón del santuario custodia las reliquias atribuidas a Clemente y a san Ignacio, veneradas como memoria tangible de la fe de los orígenes.

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