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4 de enero: Santa Ángela de Foligno

“No te he amado en broma”

El miércoles de la Semana Santa de 1301, meditando sobre la muerte del Hijo de Dios, sintió dentro de sí estas palabras: “No te he amado en broma”. Es la frase que mejor identifica a Santa Ángela de Foligno, la mística franciscana que el Papa Francisco canonizó por equipolencia el 9 de octubre de 2013.

Ángela nació en Foligno, Umbría, el 4 de enero de 1248, en el seno de una familia acomodada. Quedó huérfana de padre a una edad temprana. Su madre le proporcionó una educación superficial, lo que la llevó a vivir alejada de la fe. Se casó con un hombre de Foligno, con quien tuvo varios hijos. Llevó una vida modesta, sin dificultades económicas, aunque se dice que tuvo una vida moralmente desordenada.

Sin embargo, algunos acontecimientos, como el terremoto de 1279 y la larga guerra contra Perugia, la llevaron a cuestionarse su conducta frívola. Comenzó a reflexionar sobre la brevedad de la vida y la posibilidad de la condenación eterna. Pensó entonces en confesarse, pero la vergüenza le impidió hacer una confesión completa, lo que la llevó a recibir la comunión en estado de pecado en múltiples ocasiones.

El Señor, sin embargo, la esperaba y, a los 37 años, su vida experimentó un cambio radical. A pesar de la oposición familiar, se dedicó a la oración y a la penitencia. La muerte prematura de su madre, su esposo y sus hijos la condujo a la conversión. En 1285, San Francisco se le apareció en sueños exhortándola a emprender el camino de la perfección. Finalmente, regresó al confesionario y se reconcilió con Dios.

Atraída por la vida pobre y penitente de los Terciarios Franciscanos, Ángela renunció a todos sus bienes y, en 1291, profesó la Regla de la Tercera Orden, emitiendo votos religiosos y dedicándose, junto a una compañera, al heroico servicio de los enfermos y leprosos. Más tarde, decidió realizar una peregrinación a Asís, experiencia que dejó una huella indeleble en su alma. Durante este viaje, vivió experiencias místicas extraordinarias que asombraron incluso a su pariente y confesor, el Beato Arnaldo de Foligno. Preocupado por la posibilidad de que estos fenómenos fueran obra del demonio, el fraile le ordenó relatar sus experiencias interiores, dando origen al Libro de la Beata Ángela.

Arnaldo se convirtió también en su biógrafo, escribiendo el célebre Memorial, en el que describió las etapas de la vocación de Ángela y sus frecuentes experiencias místicas, que culminaron en la inhabitación de la Santísima Trinidad en su alma, descrita en treinta pasos.

Atraía a su alrededor un cenáculo de hijos espirituales que la consideraban guía y verdadera maestra de fe. Se convirtió así en “madre espiritual” de numerosas personas, a las que enviaba cartas y enseñanzas conocidas como las Instrucciones salutíferas. Los temas principales de sus enseñanzas eran la pobreza, la humildad, la caridad y la paz. Una de sus frases más célebres era: “El sumo bien del alma es la paz verdadera y perfecta… Quien quiera alcanzar un descanso perfecto, aprenda a amar a Dios con todo su corazón, pues en ese corazón habita Dios, quien es el único capaz de dar la paz”.

Conocida ya en vida como Magistra Theologorum, promovió una teología basada en la Palabra de Dios, la obediencia a la Iglesia y la experiencia directa del divino en sus manifestaciones más íntimas.

Ángela murió en Foligno el 4 de enero de 1309 y fue sepultada en la iglesia de San Francisco. Ya antes de su muerte, los fieles comenzaron a venerarla de manera no oficial con el título de Santa.

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