8 de diciembre: Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María
La Tota Pulchra
Desde los siglos medievales, la Iglesia ha custodiado una profunda veneración por María, celebrando su concepción sin pecado ya desde el siglo XI. Esta fiesta, situada en el corazón del Adviento, ilumina la espera del Mesías recordando el vínculo único entre la Madre y el Hijo: María, modelada por el Espíritu como criatura nueva, es presentada por la tradición como Aquella anunciada en la promesa hecha a los progenitores, la mujer destinada a participar en la victoria sobre el mal y a dar a luz al Emmanuel.
Esta convicción, arraigada en la meditación de los Padres, de los Concilios y del magisterio a lo largo de los siglos, halló plena definición en el siglo XIX. Pío IX, durante el difícil periodo del exilio en Gaeta, sintió la urgente necesidad interior de fijar de modo definitivo la verdad de fe referente a María. De regreso en Roma, mantuvo el voto hecho y, el 8 de diciembre de 1854, en la Capilla Sixtina, proclamó solemnemente —con la bula Ineffabilis Deus— que la Madre de Jesús fue preservada, por singular gracia divina y en previsión de los méritos del Salvador, de toda sombra de pecado original desde el primer instante de su concepción.
Esta definición no surgía de la nada: la Escritura deja entrever esta realidad cuando, en la Anunciación, el Ángel se dirige a María llamándola “Llena de Gracia”, título que no indica únicamente un estado de amistad con Dios, sino una plenitud que hunde sus raíces en un origen inmaculado. Además, la tradición popular reforzó aún más tal conciencia cuando, en Lourdes en 1858, María misma se presentó a Bernadette como “la Inmaculada Concepción”, remitiendo a la proclamación del dogma y vinculándose también a otras manifestaciones marianas precedentes, como las de la Rue du Bac en París.
Pero ¿qué significa exactamente “Inmaculada Concepción”? Significa que María, aunque fue concebida por sus padres de modo natural, no fue alcanzada por el pecado original. Y esto porque habría de acoger en su seno al Verbo hecho carne y donarle la humanidad. El Catecismo afirma que Jesucristo es verdadero Dios, pero también verdadero hombre, en el único sujeto que es divino. Se trata de la unión hipostática. No era posible que el Hijo de Dios, perfecto e infinitamente santo, asumiese la naturaleza humana a través de una criatura marcada, siquiera por un instante, por el pecado y, de algún modo, sometida a la acción del demonio.
La fiesta litúrgica del 8 de diciembre (establecida para toda la Iglesia por Clemente XI en 1708 y ya aprobada anteriormente por Sixto IV) anticipa en nueve meses el nacimiento de María y resume siglos de oración, reflexión y fe: un camino que culmina en el reconocimiento oficial de que la Virgen, desde su primer instante, pertenece totalmente a Dios como primicia de la redención traída por Cristo.
