16 de septiembre: Santos Cipriano y Cornelio, mártires
Unidos en el amor a la Iglesia
Cornelio, quizá perteneciente a la noble familia de los Cornelios, fue elegido Papa en el año 251 por sus cualidades de bondad, prudencia y humildad. Antes de su elección, durante el período de sede vacante, Novaciano, un presbítero culto e influyente, había guiado provisionalmente a la Iglesia. A la designación de Cornelio, Novaciano se opuso, acusándole de mostrarse demasiado indulgente con los cristianos que, durante las persecuciones, habían renegado de la fe (los llamados lapsi), provocando así un cisma rigorista.
El Obispo de Cartago, Cipriano, apoyó a Cornelio, compartiendo su línea de misericordia y defendiéndole frente a quienes amenazaban la unidad de la Iglesia. Cornelio murió en el exilio en Civitavecchia en el año 253, durante la persecución del emperador Galo; en 258 su cuerpo fue trasladado a Roma y sepultado en las catacumbas de San Calixto.
Cipriano, nacido en Cartago hacia el año 210, fue retórico y abogado antes de su conversión al cristianismo en el 246. Fue consagrado Obispo en el 249. Se dedicó con empeño a la organización de la Iglesia en África y se vio implicado en la cuestión de los lapsi durante la persecución del emperador Decio. Permaneció fiel a la línea pastoral de Cornelio y, junto a él, condenó en un concilio a quienes fomentaban divisiones en la Iglesia.
Fue un importante maestro de moral cristiana, y sus escritos, sobre todo las cartas, ofrecen un valioso testimonio sobre la fe y la liturgia del siglo III. Junto con Tertuliano, contribuyó al nacimiento del latín cristiano.
Las cartas intercambiadas entre Cipriano y Cornelio revelan una excepcional sintonía entre ambas Iglesias, especialmente en la visión de la Iglesia como comunidad fundada en la Eucaristía.
Durante la persecución de Valeriano, Cipriano se retiró por un tiempo, pero en el año 251 regresó a Cartago para retomar públicamente su misión de pastor. Fue arrestado y ejecutado el 14 de septiembre del 258, ante su pueblo.
La Iglesia recuerda conjuntamente a Cornelio y a Cipriano en la primera plegaria eucarística, celebrándolos como mártires unidos en el amor a la Iglesia y a su unidad. Les une en el culto para subrayar la profunda comunión entre las Iglesias antiguas, especialmente entre Roma y Cartago.
