6 de octubre: San Bruno de Colonia
El fundador de los Cartujos
Permanece aún hoy como modelo de vida contemplativa, de silencio fecundo y de auténtico desapego del mundo. Su obra espiritual dejó una huella duradera en la historia del monacato occidental. Se trata de Bruno, nacido hacia 1030 en Colonia, Alemania, en el seno de una familia noble.
Desde joven manifestó notables dotes intelectuales y espirituales. Inició su camino eclesiástico como canónigo en la iglesia de San Cuniberto y, más tarde, se trasladó a Reims, en Francia, donde asistió a la célebre escuela catedralicia, un centro de excelencia tanto del saber religioso como del profano. Allí recibió una formación brillante y fue discípulo de algunos de los maestros más reputados de su tiempo.
Bruno destacó como docente, tanto que en 1056 fue nombrado rector de la escuela de la catedral de Reims, una de las más prestigiosas del reino franco. Durante más de veinte años formó a generaciones de estudiantes, ganándose su estima por su erudición, su rigor moral y su gentileza.
Pero su vida cambió radicalmente cuando se vio envuelto en un conflicto con el arzobispo Manasés de Gournay, conocido por su corrupción y ansia de poder. Bruno se opuso abiertamente al prelado y, tras años de tensiones, intervino el papa Gregorio VII. Muchos veían en Bruno a su natural sucesor, pero él, en lugar de aceptar la dignidad, eligió renunciar a los honores y al mundo para seguir un ideal de vida contemplativa.
En 1084, junto a seis compañeros —sacerdotes, religiosos y laicos— se dirigió al obispo Hugo de Grenoble en busca de un lugar propicio para la vida eremítica. Hugo, que había tenido una visión profética de siete estrellas que le señalaban el camino hacia un futuro monasterio, los acogió con alegría y los condujo a una zona apartada de los Alpes franceses. Allí, en el silencio de la naturaleza, nació el primer núcleo de la Orden Cartuja, en el lugar que desde entonces tomó el nombre de Cartuja.
Bruno y sus compañeros adoptaron un estilo de vida riguroso, inspirado en los Padres del desierto: soledad, oración continua, trabajo manual y silencio profundo. Su rutina diaria comprendía la recitación de las horas litúrgicas, parte en la celda individual y parte en la iglesia, con especial solemnidad en las fiestas. El fundador fue para sus hermanos una guía viva, más con el ejemplo que con las palabras.
Tras seis años de vida monástica, Bruno fue llamado a Roma por el papa Urbano II, su antiguo discípulo, que deseaba contar con su consejo en la reforma de la Iglesia. Obediente, Bruno aceptó, pero la mundanidad de la corte pontificia le resultaba ajena. Incluso rechazó el nombramiento como arzobispo de Reggio de Calabria, prefiriendo retirarse a un paraje solitario de Calabria, conocido como La Torre.
Con la ayuda del conde normando Rogelio, fundó un nuevo eremitorio en Calabria, donde reunió en torno a sí a otros monjes deseosos de vivir en la oración y el recogimiento. Allí pasó en paz los últimos años de su vida. En una de sus cartas más célebres, enviada a los monjes que permanecían en la Cartuja, Bruno les exhorta a perseverar en el camino de la soledad y de la pureza de corazón, alabando su fidelidad y animándolos a mantenerse alejados de las insidias del mundo.
Bruno murió el 6 de octubre de 1101. Durante siglos, la Orden Cartuja no buscó ningún reconocimiento oficial para su fundador, en coherencia con su espíritu de reserva. Sin embargo, en 1514, el papa León X autorizó la celebración litúrgica en su honor, reconociendo oficialmente su culto. En 1623, su fiesta fue extendida a toda la Iglesia.
