16 de octubre: Santa Margarita María de Alacoque
La mensajera del Corazón de Cristo
En el corazón del siglo XVII, durante el reinado de Luis XIV (1638-1715), Francia seguía marcada por las heridas de las guerras de religión. En el seno de la Iglesia se extendía entonces una interpretación espiritual severa y rigurosa: el jansenismo.
Esta corriente, alejada del espíritu de misericordia, tendía a infundir en los fieles más temor que amor hacia Dios. Entretanto, siguiendo las directrices trazadas por el Concilio de Trento, florecían nuevas comunidades religiosas. Entre ellas, en 1610, nació en Annecy la Orden de la Visitación de Santa María, fundada por san Francisco de Sales y santa Juana Francisca de Chantal. Ambos fundadores consideraban su Instituto como un don nacido del mismo Corazón de Jesús y de María, fruto del sacrificio de Cristo.
El emblema de la Orden era un corazón coronado por una cruz, ceñido de espinas y traspasado por dos flechas, con los nombres sagrados de Jesús y María grabados en él. En 1626, a petición de los jesuitas, un monasterio de la Visitación se estableció en Paray-le-Monial, destinado a convertirse en un lugar clave para la difusión de la devoción al Sagrado Corazón. Allí vivió santa Margarita María de Alacoque.
Nacida en las proximidades del Charolais y bautizada el 25 de julio de 1647, manifestó desde su primera infancia una profunda sensibilidad religiosa. Crecida en un ambiente hondamente cristiano, desarrolló pronto un vínculo íntimo con Cristo, especialmente en la Eucaristía. A los cinco años, durante una Misa celebrada en la casa de su madrina, pronunció espontáneamente un voto de castidad, signo precoz de su vocación.
A la muerte de su padre, Margarita y su madre se trasladaron a vivir con unos parientes de carácter áspero. En aquel entorno difícil halló consuelo en la oración, que se convirtió en refugio de su alma. Fue precisamente en ese tiempo cuando comenzó a vivir experiencias místicas, con visiones recurrentes de Cristo crucificado o flagelado, incluso en momentos imprevistos, como durante una velada mundana a la que había sido invitada. Pensaba que tales experiencias eran comunes a todos y no las consideraba extraordinarias. El mismo Jesús le enseñaba a orar: arrodillarse, reconocer las propias culpas y entregarse a Él en silencio.
A los veinticuatro años, el 20 de junio de 1671, respondió a la llamada divina entrando en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial, después de haber escuchado claramente en su corazón estas palabras: “Aquí es donde te quiero”. Con ocasión de su profesión religiosa, el 6 de noviembre de 1672, vivió profundas experiencias místicas. Durante la preparación para la profesión, mientras proseguía con sus tareas cotidianas (entre ellas el cuidado del burrito del convento), recibió nuevas luces sobre el misterio de la Pasión de Cristo.
En los años siguientes fue protagonista de fenómenos místicos cada vez más intensos. El 1 de julio de 1673, durante la recitación del oficio litúrgico, fue curada de forma repentina de una grave afonía por medio de una visión de Jesús bajo la forma de un Niño. Poco después tuvo también la visión de san Francisco de Asís envuelto en gloria, que se convirtió para ella en guía en los momentos de prueba.
Entre 1673 y 1675 tuvieron lugar las llamadas Grandes Apariciones, durante las cuales Cristo le reveló su Corazón, colmado de amor y de dolor por la indiferencia de los hombres, especialmente hacia la Eucaristía. Le pidió que se instituyera una fiesta litúrgica en honor del Sagrado Corazón, que se celebrase con fervor y particular devoción. Esta solemnidad, que hoy conocemos como la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, fue oficialmente reconocida en 1765 y extendida a toda la Iglesia en 1856.
En 1675 llegó a Paray-le-Monial el padre Claudio de La Colombière, jesuita de rara inteligencia y sensibilidad, destinado a convertirse en confesor y guía espiritual de Margarita. Al principio, el padre Claudio sometió a la joven religiosa a un atento discernimiento para verificar la autenticidad de sus experiencias, y finalmente la reconoció como un alma visitada por la gracia. Le aconsejó abandonarse con confianza al Espíritu, pero también no descuidar los deberes comunitarios en favor de la sola oración personal. Por obediencia, le ordenó además escribir todo cuanto vivía interiormente.
En 1676, el padre La Colombière fue destinado a la corte inglesa como predicador de la duquesa de York, mientras Margarita proseguía su camino espiritual. Poco a poco, la comunidad religiosa se abrió al mensaje del Sagrado Corazón y comenzó a practicar sus devociones: la Hora Santa, la veneración de la imagen del Corazón traspasado y la difusión de la fiesta pedida por Cristo.
En 1684, Margarita María vivió una experiencia espiritual llamada “bodas místicas”, en la que se consagró en una unión profunda y total con Cristo. Posteriormente fue nombrada maestra de novicias, a las que enseñaba que el camino hacia la santidad pasa por la devoción al Sagrado Corazón, “la vía más breve para llegar a Dios”. En 1686, en el jardín del monasterio se construyó una capilla dedicada al Sagrado Corazón, donde se celebró por primera vez la fiesta correspondiente.
Ese mismo año pronunció un voto de perfección, comprometiéndose a vivir cada paso de la regla y cada sufrimiento como ofrenda total al Corazón de Jesús. En octubre de 1690 una fiebre grave la postró en el lecho. Los médicos, impotentes, decían que la causa de su mal era el exceso de amor.
En el momento de la muerte, dirigiéndose a sus hermanas, dijo con humildad: “Ardo… Si fuese por amor divino, sería un consuelo. Pero nunca he sabido amar a Dios perfectamente. Rezad por mí y amadlo vosotras con todo el corazón, para colmar lo que yo no he hecho. ¡Qué alegría amar a Dios! ¡Oh, qué felicidad!”. Murió el 17 de octubre de 1690, tras recibir los sacramentos, pronunciando los nombres de Jesús y María. La noticia de su muerte se difundió rápidamente por la ciudad: “¡Ha muerto la santa!”, decían. Fue beatificada por Pío IX en 1864 y canonizada por Benedicto XV en 1920.
