Seleccione su idioma

3 de octubre: San Gerardo de Brogne

Un monje evangelizador

Gerardo de Brogne se impuso como una figura carismática, estimada por las grandes familias de Lotaringia y de Flandes. Durante veinticinco años recorrió incansablemente estas tierras, renovando más de una docena de comunidades religiosas.

En algunos casos asumió temporalmente el cargo de abad, pero únicamente hasta que se restablecía la vida monástica, tras lo cual devolvía la autonomía a la comunidad. Nacido hacia el año 898, en las cercanías de Lomme, en la actual región belga de Namur, Gerardo procedía de una familia noble. Su padre, Sancho, poseía vastas tierras entre los ríos Sambre y Mosa, mientras que, por parte materna, parece haber estado emparentado con el obispo Esteban de Lieja.

Dotado desde joven de grandes cualidades morales y físicas, emprendió la carrera caballeresca, distinguiéndose al servicio del conde Berengario. Sin embargo, un acontecimiento repentino cambió el rumbo de su vida: cuando regresaba de una partida de caza, entró en la iglesia de Brogne para asistir a la Misa. Al no encontrar al sacerdote, se sentó en silencio y se quedó dormido. Durante el sueño, soñó con San Pedro, que, caminando en torno a la pequeña iglesia, le invitaba a edificar un oratorio y a trasladar allí las reliquias de San Eugenio de Toledo. La devoción a San Eugenio —figura que, según la tradición, fue compañero de San Dionisio en París y posteriormente evangelizador de Toledo— se convirtió en el eje de la misión de Gerardo. Aunque desconocía su historia, siguió la llamada del sueño y se dirigió al priorato de Deuil, de donde obtuvo las reliquias del santo.

La traslación tuvo lugar en agosto de 919 y, junto con ellas, recibió también algunos manuscritos, objetos sagrados y la ayuda de monjes de Saint-Denis, que se unieron a la nueva fundación. En este contexto, Gerardo —fascinado por el ideal monástico— recibió su formación inicial en la abadía de Saint-Denis, cerca de París. De regreso a sus tierras, fundó un monasterio benedictino, llamando a algunos monjes precisamente de Saint-Denis. Era la época en que, en 910, el monje Bernón había dado vida al movimiento de reforma cluniacense, que devolvía al centro la Regla de San Benito. No está del todo claro si Gerardo era ya abad en aquel momento o si lo fue más tarde; algunos historiadores suponen que fue ordenado sacerdote únicamente en 927. Posteriormente, se trasladó a Tours, de donde llevó reliquias de San Martín, y allí conoció al laico Hugo el Grande. El oratorio de Brogne fue finalmente consagrado bajo el episcopado de Riquier de Lieja; las reliquias fueron selladas en un arca y el monasterio quedó confiado a la protección de San Eugenio. Las reliquias permanecieron allí, salvo en 954, cuando los monjes se refugiaron temporalmente en Namur a causa de las incursiones de los húngaros. Entre sus múltiples actividades de reforma, Gerardo intervino también en la antigua abadía de San Gisleno, fundada en el siglo VII, saqueada por los normandos y posteriormente caída en manos laicas. Tras el hallazgo de las reliquias del santo en 930 y algunos prodigios que se les atribuyeron, el obispo de Cambrai autorizó su traslación a la iglesia de los Santos Pedro y Pablo. Más tarde, Gerardo se dirigió a Flandes, a la corte del conde Arnulfo el Grande, un hombre tan piadoso como impulsivo. Aquejado de fuertes dolores a causa de cálculos renales, el conde buscó la ayuda espiritual del abad de Brogne. Gerardo le habló con franqueza, atribuyendo la enfermedad a la necesidad de redención y exhortándole al arrepentimiento y a realizar obras de justicia. Tras tres días de ayuno y oración, le curó durante la celebración de la Misa.

Arnulfo, agradecido, ofreció a Gerardo cuanto deseara, pero éste rehusó riquezas y honores, aceptando únicamente lo que podía destinarse a los necesitados y a los monjes. Posteriormente, Arnulfo decidió donar un terreno al monasterio de San Pedro de Gante, donde estaban sepultados sus padres, y confió a Gerardo la reforma de aquel cenobio. En los últimos años de su vida, Gerardo prosiguió con constancia su empeño en la reforma monástica. Se cuenta que viajó hasta Roma. Durante el trayecto ocurrió un hecho extraordinario: un carro que transportaba losas de pórfido para la iglesia estuvo a punto de precipitarse por los Alpes, pero fue salvado milagrosamente por la intercesión del Santo. Gerardo murió el 3 de octubre de 959 en el monasterio de Brogne. Desde 1131 su culto fue oficialmente reconocido y su sepulcro se convirtió en destino de numerosos peregrinajes. El propio lugar, en su honor, acabó cambiando de nombre: de Brogne a Saint-Gérard.

Seleccione su idioma