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27 de octubre: San Evaristo, Papa

El quinto Obispo de Roma

Evaristo es tradicionalmente considerado el quinto Obispo de Roma, sucesor directo de san Clemente I, según las listas episcopales transmitidas por Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea. En algunas variantes de dichas listas, que sitúan a Anacleto/Cleto después de Clemente, Evaristo aparece como su sucesor inmediato.

Eusebio de Cesarea, en la Historia Ecclesiastica (III, 34), fija el inicio de su pontificado en el año 99, con una duración de ocho años; en el Chronicon (a. 108), en cambio, se habla de nueve años.

El Catálogo Liberiano (siglo IV) lo denomina Aristus y sitúa su episcopado entre los años 96 y 108, con una duración total de trece años, siete meses y dos días.

El Liber Pontificalis (n.º 6) retoma estas fechas, pero afirma que Evaristo gobernó la Iglesia durante nueve años, diez meses y dos días.

Las fuentes coinciden, por tanto, en una cronología comprendida entre los años 96 y 108 d. C., aunque difieren en la duración exacta de su pontificado.

El Liber Pontificalis ofrece algunas noticias biográficas, aunque carecen de fundamento histórico verificable: Evaristo habría sido de origen griego, hijo de un judío llamado Judas, natural de Belén.

Se dice que murió mártir y fue sepultado junto a la tumba de san Pedro, en el cementerio vaticano, el 27 de octubre.

Se le atribuye la distribución de los tituli romanos entre los presbíteros (primeras iglesias parroquiales), la ordenación de siete diáconos con la misión de “custodiar” al Obispo durante la predicación, y la celebración de tres ordenaciones en las que consagró a diecisiete presbíteros, dos diáconos y quince obispos.

La frase del Liber Pontificalis en la que se habla de los diáconos que “custodian al Obispo” no se referiría a la predicación homilética, sino a la recitación litúrgica del prefacio y del canon de la Misa. Su tarea habría sido, por tanto, garantizar la ortodoxia del texto recitado, especialmente en una etapa de la Iglesia en la que la fórmula litúrgica aún no estaba fijada y existía el riesgo de errores teológicos.

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